24. Contrastes y contradicciones

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No sabes cómo me gustan tus ojos. Tan redondos y brillantes cuando me miran. Adoro tu voz, rota y áspera como tus uñas al clavarse en mi piel cuando hacemos el amor. Me encanta sentir todo su peso sobre mí, ser ese colchón que te cobija. Pero... ¿sabes qué? También me gusta cuando cierras los ojos, porque así puedo contarte las pestañas que descansan en tu mejilla. Y disfruto de tus silencios, cuando tu voz se apaga y son tus gestos los que hablan en mi idioma. Dormir encima de ti, siendo tú mi almohada, elevándome con cada uno de tus latidos. Por eso pienso que eres mi mayor contrad... Joder, me estoy meando.

Natalia se mordió el labio al sentir la llamada de la naturaleza a horas tan tempranas de la mañana. Llevaba un rato despierta, pero la inspiración esta vez había llegado antes que otro tipo de necesidades humanas, desatándola en un relato mental que se borraría en poco tiempo si no lo escribía. Alba estaba dormida como un tronco sobre el cuerpo desnudo de Natalia, acariciándole el cuello con su respiración. La pamplonica agarró su costado, tratando de hacerla caer a un lado, y esta soltó un quejido agudo, aferrándose a su nuca con fuerza.

—Albi... tengo que ir al... —susurró, pero su chica volvió a retomar la posición en la que habían despertado. La morena resopló, uniendo sus piernas ante las plegarias de su sistema urinario.

—Nu te vayas—pidió, haciendo su voz más aguda de lo que de verdad era—. Porfi.

—Solo voy al bañ...

—¡Nu! —la cortó, apretando su cuello como si fuera la última vez que lo hacía. Sus caderas también participaron en el secuestro, pegándose a las de su presa con fuerza. Natalia sonrió inevitablemente, acariciando la espalda de su chica con lentitud. Su piel estaba tan suave que olvidó por completo sus imperiosas ganas de vaciar la vejiga. Alba se comió la mejilla de la morena a besos, haciendo que esta riera bajo aquella lapa de la que no podía librarse. Alba apretó aún más el abrazo en aquel ataque amoroso, aprisionando sin ser consciente el vientre de su novia y provocándole así unos pinchazos que ya no pudo ignorar.

—Necesito hacer pis...

—Nu—se negó con el tono infantil que llevaba empleando desde que despertó, sin hacer caso a los intentos de Natalia por salir de aquella encerrona. Alba continuó con su metralleta de besos hasta caer en la boca de su chica.

—Te apesta el aliento—le dijo Nat, separándola con cuidado de sus labios.

—Anoche no me decías lo mismo, miss sinceridad—vaciló, mordiéndole la barbilla y bajando su mano hasta apretarle la entrepierna. Natalia abrió los ojos por completo, dándole un empujón y saltando de la cama. En tres zancadas resbaladizas salió de la habitación.

Al volver, su rostro viajaba entre el alivio y el enfado. Se encontró a Alba descojonada en su cama, aunque no le sorprendió, pues sus carcajadas se escuchaban por toda la casa.

—Eres tontísima—bufó, tratando de esconder la comisura que pretendía levantarse sin permiso.

—Ven aquí, anda—le pidió, secándose las lágrimas que le habían salido tras el ataque de risa. Natalia se dejó caer sobre el cuerpo de Alba, también tapado únicamente por la ropa interior—. Mi bebé precioso casi se mea en mi mano.

—Tu culpa—reprochó, tratando de levantarse. El abrazo de Alba se lo impidió, haciendo que la cubriese por completo. Natalia acabó rindiéndose a ella, suspirando como derrota—. Albi... tenemos muchas cosas que hacer...

—Nu...

—Vuelve la Alba de 5 años... —vaciló, riendo en su regazo.

—Quedémonos aquí para siempre, Nat.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora