15. Confía en mí

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El audi plata volvió sano y salvo a casa. Aunque no por mucho tiempo. El descapotable plateado empezaba a acostumbrarse a horas de kilómetros bajo las manos ágiles y pequeñas de Alba, a los caminos de risas, miradas y piques de dos veinteañeras que habían tenido la gran suerte de encontrarse.

Los viajes de vuelta suelen ser amargos. Te alejas de ese lugar donde te lo has pasado tan bien para enfrascarte de nuevo en una rutina cansina. Pero aquella vuelta a Madrid no lo parecía. Habían cantado y reído durante horas. Celebraban el fin de unos días encantadores. Natalia había conocido Elche, sus calles más emblemáticas y sus playas más hermosas, aunque no se atrevieron a bañarse. Compartieron horas de confesiones, de película y palomitas, de mentiras a los padres entre sentimientos poco culpables. Se habían entregado la una a la otra por primera vez, y a pesar de que la sensación fue completamente agradable, no volvieron a repetirlo tras el altercado de la mañana siguiente. Cada vez que empezaban un juego que podía acabar en ello, ambas se relajaban. Natalia no quería, no todavía. Y Alba lo sentía al instante, asegurándole que aquel desliz era completamente normal. También disfrutaron de comidas a deshoras y nada sanas, a caricias que comenzaban con la luna y terminaban con el sol. También habían compartido un baño inocente que acabó convirtiéndose en un pequeño accidente:

—Albi... lo siento—murmuraba Natalia, que estaba fuera de la ducha con una sudadera negra y un pantalón corto, intentando por todos sus medios borrar su romántica idea que ya no le parecía tan divertida. Joder, ya lo podría haber hecho a lápiz—. No sabía que la pintura fuese tan buena.

—Vas a quitarlo tú, por lista. Vaya vanguardista estás hecha.

—Tú pintas en paredes... ¿Por qué no iba yo a escribir en tu espalda? —rechistó la morena sin parar de frotar su piel. La espuma se iba formando mientras los trazos iban desapareciendo sin mucha prisa. Alba soltaba algún quejido. La fricción empezaba a dolerle. En ese momento decidió que la venganza había llegado. Se dio la vuelta ante el desconcierto de Natalia y la arrastró tras agarrarla con fuerza por el brazo y la obligó a entrar. Luego abrió el grifo a tope—¡ALBA! ¡ME ESTOY EMPAPANDO!

—Ay, mi Nat, qué guapa está con el pelito mojado—se burlaba entre carcajadas. Había cerrado la mampara, atrapándola. La alcachofa, ante esa presión desorbitada, se soltó de su soporte y cayó de lleno en la cabeza de la rubia para luego aterrizar en el pie descalzo de Natalia. Ambas chillaron, pero poco tardaron en volver al estado natural de esos días: la diversión. Hacían de cualquier estupidez un motivo por el que sonreír o carcajear durante largos ratos.

Pero la realidad es que ya estaban en Madrid, en el barrio de Malasaña. Alba aparcó el coche prestado y sacó las maletas.

—Espero que repitamos pronto—sonrió Natalia abrazando a la rubia por la cintura. Despedirse de ella tras tantas horas a sus espaldas y con tantos avances en lo que quisiera que tuvieran le estaba costando demasiado. Deseó que el tiempo se hubiera detenido en aquella playa para siempre.

—Ahora concéntrate en estudiar... —advirtió mientras dejaba un suave beso en su boca—. Nos vemos pronto, ¿vale?

Y por supuesto que cumplió con su promesa. Se veían cada vez que podían. Alba dedicaba sus días libres a ella, y algunas veces, la recogía al salir de clases para almorzar. Se llamaban antes de dormir, chateaban a todas horas. Se sentían tan bien la una con la otra que se habían olvidado del resto del mundo.

—Coño, tú eras... ¿Alba? —bromeó Pablo. Hacía mucho que no quedaban.

—Joder, lo siento. El trabajo me tiene muy ocupada, ya lo sabes. Y es un curro muy cansado...

—No me cuentes el cuento de las mierdas esas que hacéis con el arroz, eh. Ya me sé esa historia—la cortó, abrazándola con fuerza. Ella se dejó coger y rio mientras acariciaba su calva—. Eso no se te ha olvidado.

Malasaña - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora