[Universo Alternativo]
El vaso aterrizó de bruces contra el suelo, haciéndose añicos y llamando la atención de los pocos clientes que quedaban ya en el local. Su resoplido no tuvo apenas tiempo de terminar de salir cuando el berrido grave y rasgado de su jefe sobresaltaron a Viðunir. —"¡Vas a dejarme sin vajilla!" —A pesar de tener más de cien vasos que nunca llegan a utilizarse. Ni siquiera en los días más concurridos del zoológico. Hizo así amago de ponerse a recoger los cristales antes de que alguien pasase por allí, pero de nuevo las voces de aquel hombre lo detuvieron. —"¡Déjalo, déjalo, hazme el favor y márchate a casa! Qué desastre..." — Habría insistido en encargarse él, pero la mujer de aquel señor, al fondo, tan simpática como siempre, le hizo un gesto con la mano a modo de 'déjale que ya sabes cómo es'. Acto seguido, la señora le dedicó un suave saludo con la mano a modo de despedida. Esos detalles a lo largo del día son los que han de ocupar el mayor espacio en la cabeza de cada uno. Al menos eso intentaba hacer él, aunque las últimas semanas no parecían ayudar demasiado.
Dejó el trapo, cogió su mochila de tela, y dando las tres suaves sacudidas a la campana de las propinas, avisó de que se marchaba. Aquella era la 'contraseña' para avisar a quien estuviese en el local a su llegada y no asustarse al encontrarlo allí. 'Ventajas' de no poder hablar.
Afortunadamente la brisa corría suavemente, refrescándole la mente en cierta medida. El Sol de media tarde ya no molestaba, salvo por los reflejos en los cristales de los rascacielos circundantes, pero bueno, rara vez caminaba mirando hacia arriba, así que aquello no sería problema. Era hora del paseo rutinario por el zoo antes de marcharse a casa.
La primera parada era siempre la de los osos grizzly. Cada día era uno distinto el que alzaba ligeramente la cabeza al verlo pasar, y al que le dedicaba el saludo, tanto al llegar como al marcharse. Hoy le tocaba a Melanie, la osa más grande de todas, que agitó la cabeza un par de veces al escuchar las palmadas de Viðunir a su paso por el área de los osos. Esas palmadas a su vez provocaban a los pandas rojos, que salían como locos en busca de la comida que Viðunir nunca traía. Nunca a deshoras, eso sí.
Macacos y leopardos pasaban olímpicamente de él salvo que llevase comida, así que simplemente se limitaba a pasear junto a ellos comprobando que todo estaba en orden. Todo lo contrario que los leones marinos. Había decidido no pasar junto a su área cuando trabajaba temprano o hasta tarde. El escándalo que armaban aplaudiendo y rugiendo era inmenso, por lo que las visitas se habían visto reducidas. Hacía tiempo que no daba una visita de despedida a los pingüinos, pero aquello habría que reservarlo para otro día. El cansancio empezaba a hacer mella en él.
Las excursiones de niños al haber comenzado el curso, los problemas con el casero y su intención de aumentarle el alquiler porque 'me he dado cuenta de que eres muy grande y ocupas más que una persona normal', o el mal dormir por los gritos de los vecinos a las tantas de la madrugada, habían hecho de aquel inicio de temporada toda una Odisea. Sin olvidar el temperamento de su jefe, irascible hasta límites que no recordaba.
Cogió aire, echándolo lentamente por la nariz al tiempo que dejaba atrás el zoo para adentrarse en las calles otoñales de la ciudad. El crujir de las hojas secas bajo sus botas le resultaba entrañable, casi nostálgico. Desde siempre. Apareció así una pequeña sonrisa de resignación y relativa tranquilidad en su rostro mientras se dejaba llevar.
Semáforos, coches por todas partes, gritos y pitidos, humo. Trabajar en Central Park tenía sus ventajas, y era evitar todo aquello durante gran parte del día. Si por el fuese...
Minutos más tarde se vio envuelto de nuevo entre árboles y poco jaleo, lo que hizo que alzase la vista ligeramente. El paisaje otoñal era para enmarcar. Un camino de árboles con la mitad de sus hojas doradas y rojizas aferrándose a las ramas antes de que llegase el invierno, y la otra mitad a sus pies, para deleite de Viðunir y sus oídos. No dudó ni un instante en ir por la parte del camino con más hojas, hasta verse metido de lleno, sin darse cuenta, en un parque infantil bastante pequeño y resguardado. Un tobogán no demasiado alto, un sube y baja, una fuente, y un columpio con tres asientos. Dos pequeños, y un tercero diseñado para que dos chavalines pudiesen sentarse juntos.
Una parte de él, muy pequeña, quería quitarle la idea de la cabeza. El resto, que llevaba la voz cantante, hizo que no se lo pensase demasiado. Tuvo que conformarse con el columpio de dos plazas, ya que, debido a su tamaño, los otros eran demasiado pequeños. No iba a balancearse, simplemente buscaba sentarse y, con los pies en el suelo, quedarse ahí un ratejo, pensando en nada. Dejó caer los hombros, con sus brazos apoyados sobre sus piernas, y únicamente el ruido de las hojas sacudidas por el viento, con ciertos ecos de coches al fondo, era lo que podía oírse.
—"Eres muy grande para el columpio."—
Estaba a punto de cerrar los ojos cuando aquella voz aguda hizo que bajase la mirada. Ante él, a apenas un par de metros, una niña pelirroja, con una trenza que le colgaba por el hombro derecho, le miraba directamente a los ojos con expresión de reproche. Llevaba puesto un abrigo de tela de peluche marrón claro, bajo el cual podía verse el uniforme del colegio del que probablemente acabase de salir. Viðunir no sabía cómo responder, limitándose a sonreír a la niña.
—"¿Por qué estás en ese columpio?"— La voz de la niña irradiaba ahora más curiosidad que reproche, pero aquella expresión en su cara parecía reflejar lo contrario. Viðunir le hizo un pequeño gesto con la mano a la niña, para que esperase un segundo. Se hizo así con su mejor amiga: la libreta en la que escribía, o tenía escritas, las palabras para aquellos con quien tuviese que comunicarse. Así, buscó una de las primeras, de las antiguas, y se la mostró a la niña: 'Me gusta.'
La muchacha entrecerró los ojos, como si estuviese concentrándose.
—"No sé leer." —
Viðunir alzó las cejas, sonriente, y después la mirada, observando a la nada, como si quisiese contarle a alguien lo que acababa de pasar. Sonrió así con más fuerza, volviendo a hacerle el mismo gesto a la muchacha, quien pacientemente observaba los movimientos de él. De esa manera, y en apenas un minuto, hizo un dibujo rápido en una nueva hoja en blanco. En él aparecía una persona vagamente retratada, pero que podía intuirse que era él ya que había hecho gran énfasis en la barba y el pelo largo. Junto al monigote, un corazón, seguido del dibujo rápido de un columpio. Volvió así a mostrárselo a la niña.
Su respuesta fue una sonrisa de oreja a oreja, riéndose ligeramente después.
—"A mí también me gusta el columpio."— Poniendo la libreta sobre sus piernas, alzó su mano derecha con el pulgar hacia arriba, indicando a la niña que aquello era estupendo.
—"¿Puedes pintar más?" —Aquello le pilló ligeramente por sorpresa. Hacía demasiado que nadie le pedía un dibujo. Asintió así con cierta parsimonia, expectante por saber qué quería que dibujase.
—"¿Puedes pintarme a mí?" —Sabiendo que aquella era la opción más probable, unió esta vez ambos gestos previos: el asentimiento y el dedo pulgar. Agarró nuevamente la libreta, buscando una página en blanco, y se puso a la faena.
Esta vez no se limitó a un mero boceto. Una modelo de tal categoría merecía un retrato de calidad similar. Alzaba su vista hacia la niña cada pocos segundos, dando suaves trazos sobre el papel mientras ella lo observaba deseosa de ver lo que estaba haciendo, pero al mismo tiempo siendo consciente de su 'gran responsabilidad' al no poder moverse mientras la dibujaban.
Fueron apenas cuatro o cinco minutos. Alzando una vez más la vista hacia la niña, le dedicó una sonrisa para confirmarle que ya había terminado. Ésta volvió a recuperar la enorme sonrisa que tenía previamente, avanzando hacia el columpio con pequeños pasos mientras Viðunir arrancaba la hoja con sumo cuidado, y entregándosela a la pequeña. —"¡Hala! ¡Qué bonito!" —Estuvo observándolo unos segundos antes de salir corriendo hacia alguien que parecía su abuela, quien sonreía a Viðunir con cara de comprensión y cierta ternura ante la escena. A medio camino, la niña se detuvo, y con su vocecilla dulce y tan simpática, gritó con todas sus fuerzas. —"¡¡Gracias, señor del columpio!!" — Con un pequeño gesto con la mano, Viðunir dio el visto bueno a las palabras de la niña antes de que ella y su abuela se marchasen.
Se puso en pie, dejando libre el columpio en cuestión. No los recordaba tan duros, eso sí. Volvió a sumirse en los chasquidos de las hojas bajo sus pisadas, animando ahora además aquel sonido con el silbido suave y tranquilo de una melodía que, sin motivo aparente, había vuelto a aparecer en su cabeza.
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FicTober 2019
RandomGuiándome por la plantilla del Inktober 2019, haré una serie de relatos 'diarios' con mis personajes, en función del concepto o tema que marque la lista. Por cierto, la lista: https://inktober.com/languages2019 Nota: es posible que algún relato est...