Día 5. Construir - Build. Acerón.

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Un par de botas. Unos pantalones maltrechos. Una camiseta manchada de grasa.

La mandíbula de un Steelix. El flujo constante de electricidad de un Magneton. La fuerza motora de un Aggron. La perseverancia de un Bastiodon. Y la pequeña compañía de un Bronzor recién salido de su huevo.

Toneladas de materiales pesados. Una capa. Su pala. Sobre todo, su pala.

No necesitaba nada más.

Ante él, una nave abandonada e inmensa. El futuro de Ciudad Canal. Su futuro en aquel nuevo lugar.

Recientemente había obtenido la confirmación que había deseado desde hacía años: el gimnasio de Ciudad Canal era suyo. Los años en Ciudad Pirita fueron una buena etapa. Mejorable, como todo, pero buenos, al fin y al cabo.

Más allá del ascenso en el puesto de líder de gimnasio, lo que más le atraía de todo aquello era la cercanía de un lugar como Isla Hierro. Un viaje en ferry separaba su nuevo hogar de aquel paraíso minero. Obviamente la Mina Pirita había sido su paraíso durante décadas, al igual que el subsuelo, pero ambos habían pasado a sufrir de sobreexplotación industrial, algo que en Isla Hierro no ocurría ni podría ocurrir dada su condición de paraje natural.

Allí, en Ciudad Pirita, había dejado a su hijo Roco a cargo del gimnasio de la ciudad. Demasiados fueron quienes lo tacharon de novato, joven o inexperto. Pero a pesar del distanciamiento de ambos en los últimos años, Acerón conocía a su hijo lo suficiente como para estar seguro de que aquello podía funcionar. Además, serviría como vía para canalizar la etapa tan complicada que a su hijo le tocaba soportar recientemente desde el fallecimiento de su madre. Había pasado ya tiempo y a pesar de ello, la herida seguía estando presente, y permanecería durante mucho más.

Los golpes metálicos hicieron regresar la mente de Acerón del pasado al presente. A aquello que tenían ante ellos. El pequeño Bronzor trataba a toda costa hacer levitar una de las infinitas piezas metálicas que los rodeaban, de un tamaño algo menor que el Pokémon.

—Tardarás en controlarlo. Ten paciencia. —El Pokémon se giró lentamente, observando al líder, y recibiendo la sutil mueca sonriente con alegría. —Mientras tanto, deja que nos encarguemos nosotros de dar forma a nuestro futuro hogar. — Porque efectivamente, aquel gimnasio no sería únicamente un gimnasio. El proyecto que Acerón había estado planeando durante los últimos años iba más allá de un simple campo de batalla y ya.

Aquel antiguo astillero abandonado dejaría de ser eso, un lugar desierto y dejado, para convertirse en su lugar de trabajo, de investigación, de estudio... y hasta de descanso. Una gran inversión que, si todo llegaba a buen puerto, haría que aquella ciudad remontase como la potencia tecnológica y portuaria que debería ser. Su otra opción era Ciudad Marina, pero la distancia de ésta, además de la poca presencia de recursos mineros y de estudios geológicos, hicieron que fuese sencillo decidirse entre las dos candidatas.

—Manos a la obra. —

Pasaban apenas cinco minutos de las siete de la mañana, horario permitido a partir del cual podían comenzar las obras en aquel lugar. Acerón se encargaba de dar las órdenes de manera directa y breve. Todos sabían lo que debían hacer para que la construcción de aquel lugar fuese dinámica, fluida y no hubiese ningún percance.

Steelix y Aggron cargaban con las piezas más pesadas, y en el caso del primero, era quien se encargaba de colocar las piezas superiores una vez la base, cimientos y muros de contención iban dando forma al gimnasio.

Magneton garantizaba electricidad de manera constante, al tiempo que sus descargas ayudaban a la rápida sujeción y anclaje de muchas de las placas, vigas y paneles que poco a poco Acerón y Aggron iban colocando.

Bastiodon, por su parte, iba arrastrando y encargándose de que los restos de piezas inservibles, escombros y desperdicios varios fuesen a parar a los depósitos y contenedores correspondientes. Como plus, Bronzor trataba de ayudar al Pokémon Escudo en sus viajes arrastrando piezas.

Al principio aquellos intentos lo único que hacían era ralentizar el trabajo de Bastiodon, cuya paciencia fue vital para asegurar que Bronzor fuese, poco a poco, mejorando en su cometido. Con el paso de las horas, su control sobre el movimiento Confusión, así como sus poderes telequinéticos experimentaron una mejora notable.

Acerón, una vez se había asegurado de que todo siguiese en marcha, dejó seguir actuando a sus Pokémon bajo su propia voluntad, mientras que él comenzaría a hacer uso de su pala para adaptar lo que serían los exteriores del gimnasio.

Conforme avanzaban las horas, el día se hacía cada vez más sofocante, algo que hacía más duro el trabajo bajo el sol. Llegado cierto momento se vio obligado por el calor a deshacerse de su camiseta, sudada hasta las costuras. Se habría deshecho también de sus guantes, pero el trabajo no se lo permitía. Los paneles metálicos que estaba utilizando, ardían de tal forma que el mínimo contacto aseguraba una quemadura importante.

Fue Steelix, desde arriba, quien se percató de un espectador especial con el que contaban desde hacía ya bastante rato. Para el Pokémon fue sencillo, ya que aquel 'invitado' había decidido observar sus labores de trabajo desde la que de momento era la pared más alta. Un suave rugido del enorme Pokémon llamó la atención de Acerón, que de un golpe de vista pudo vislumbrar al inquilino.

—Es un... Lucario. — Clavando la pala en el suelo, se apoyó sobre esta con una mano, mientras usaba la otra de visera. Pudo comprobar cómo aquel Pokémon lo observaba atentamente, en pie, sobre lo alto de aquella pared.

El resto de Pokémon continuaba con la faena, a excepción de Bastiodon, que en aquel momento imitaba los gestos de su entrenador, mirando hacia arriba sin perder de vista al Lucario.

—Sería extraño que fuese salvaje. Tiene pinta de estar muy bien entrenado. —Se dirigió así a Bastiodon, mientras que, al mismo tiempo, el Lucario terminó saltando con total perfección a la parte posterior de Acerón, a unos tres – cinco metros. Desviando la mirada, pudieron ver cómo el dichoso Lucario procedía a situarse junto al que pudo intuirse como su entrenador.

Aquel chico tenía un porte esbelto, con una chaqueta azul clara, a juego con el sombrero de copa y ala ancha. El joven dedicó una suave sonrisa al líder cuando sus miradas se cruzaron, saludando con un suave movimiento de cabeza a un Acerón bastante perplejo, que no esperaba ningún tipo de visita por aquel lugar.

—Espero que mi compañero no os haya retrasado en vuestras tareas. Soy Quinoa, y es un placer absoluto. — El chico se deshizo de aquel sombrero, dejando entrever un pelo medianamente largo, moreno, pero con ciertos reflejos azulados. Acerón, por su parte, había dejado de estar apoyado en la pala, para llevarse ahora al hombro, sin perder de vista a ese tal Quinoa.

—Yo soy... Acerón. Encantado.

FicTober 2019Where stories live. Discover now