Y eso es. Esa ridícula repetición de las palabras; de las miradas; de las soluciones; de las opiniones.
Y eso es más que nada. Que después de haber visto esto mil veces me siga sorprendiendo como si no tuviera ni idea de qué va a suceder.
Esa agonía, de conocer a gente tan predecible; tan inservible. Esos imbéciles creen que pueden opinar sobre las vidas ajenas, y dar una respuesta que parece gozar de una sencilla lógica. Y sonrío de impotencia, irónicamente; de tristeza: una tristeza que te jode y te lleva hasta el fondo del pozo, que te hace tragar agua, hasta que se acabe, para poder respirar; y sólo así sobrevivir.
Esa agonía, de tener que enterrar de nuevo mis fantasmas, después de que alguien llega a profanar mis tumbas. Pero saber que van a volver a resurgir, por más pesada que sea la lápida. Y lo quieres borrar, quieres huir de ellos, quieres ahogarlos y verlos desintegrarse en las ardientes llamas del fuego, llenas de cruda justicia.
Y eso es. La ridícula repetición del ciclo. Una, y otra vez. Que nunca termina. Que no es efímera. Que carece de tiempo. Que carece de espacio. Que no conoce, escucha ni ve. Es justamente esa imprudente y torturadora repetición lo que me hace querer arder en aquellas llamas llenas de pura, y cruda justicia.