Tengo miedo. Estoy aterrada. Me siento más humana que nunca, en un universo gigante, inmenso, infinito. Y siento terror. Me asusta percatarme de la inmensidad de todo, y lo diminutos que somos en comparación. Me aterra saber que todo es real, jodidamente real; y que cualquier cosa que hagamos también será real. Eso nos hace reales. Y existimos, en un espacio y tiempo determinados. Modificamos el universo. Todos, y cada uno de nosotros. Me siento realmente asustada cuando pienso en todo lo que podemos hacer, y en las consecuencias que puede traer: tengo miedo de fallar, y también de caer después de triunfar. Me siento tan insignificante, y de pronto me doy cuenta de que todo depende de mí. Me asusta el abandono. Me aterran los cambios. Le temo al amor. Así como le temo al odio. Tengo miedo de aventurarme y fracasar: me asusta lo que la gente te puede llegar a hacer. Las personas hieren a otros una y otra vez, consecutiva y fríamente. Y aun así, seguimos coexistiendo, con el alma herida, pero con el rostro reluciente. La mente humana opaca todos mis miedos: sin duda, es lo que más me aterra. No tiene límites, no tiene fronteras, es inmensamente inexplicable, e inimaginable. Los humanos somos impredecibles, siempre hay alguna sorpresa. Nos esforzamos por encontrar cosas inexistentes, cuando ni siquiera nos hemos encontrado a nosotros mismos.
El tiempo nos atrofia, nos oxida, nos destruye. Y vivimos con la conciencia de que algún día todo terminara. Vivimos cada día, esperando ser recompensados, o simplemente en vano. Vivimos por vivir, estableciendo dioses, leyes, acuerdos, ética. Estamos perdidos, pero no solos. Somos humanos. Y estamos viviendo. Y eso, más que todo, me persigue, y me hace vivir con miedo.