Un eclipse se abre paso sobre mi cabeza.
Intento correr, que no me alcance.
En el horizonte vislumbro el color de la tormenta.
Creo que ya es demasiado tarde.
Mis sentidos se asientan, rendidos, se dejan caer.
El cielo se acerca al pecado.
Puedo rozarlo con la punta de mis dedos.
El cielo está cayendo.
Sobre mis hombros su peso descansa.
El aire que respiro se vuelve cada vez más denso. Más asfixiante.
En este momento atemporal, encerrada en esta nebulosa, no hay donde escapar.
A donde quiera que mires el eclipse habrá llegado ya.
Y cuando parece no haber escapatoria, cuando todo lo que ves es color tormenta, cuando tus pulmones se llenan de espesos fluidos; cuando tu razón se nubla y todo parece perdido, es cuando te percatas de que nunca pudiste escapar de ti misma.
Y estás de nuevo donde habías comenzado.