Y río. Y lloro. Y algo se rompe.
Y río de confusión, de agonía, de cansancio; y río de ironía, de decepción, de ser torturada. Y río porque lloro. Y lloro porque río. Y justamente en ese incesante comprender de las cosas, algo se rompe. Algo se rompe porque río y lloro. Algo se rompe, se quiebra, se rasga, se destroza. Y lloro y río porque nada volverá a ser igual. Porque ese pequeño cristal que quedaba se ha destruido. Y ahora no hay nada. Sólo vacío atemporal, aburrido, sin importancia; después de reír y llorar, algo se quiebra, y queda vacío. Un vacío tan gigante e incomprensible que lo único que me permite hacer es reír. O llorar.
Y nada realmente importa ahora, ¡que se joda el mundo si quiere! Adentro ya nada tiene sentido. Se ha esfumado junto con aquel brillante y pequeño, e intacto cristal.