Capítulo treinta y cinco: F I N A L

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𝐍𝐀𝐑𝐑𝐀𝐃𝐎𝐑 𝐎𝐌𝐍𝐈𝐒𝐂𝐈𝐄𝐍𝐓𝐄.
No importa cuánto Zanïa viera el cielo, no importa que tanto le parezca hermoso, siempre serán las mismas nubes, el mismo sol, y la misma luna.

Se detuvo en una esquina, dándole la espalda a una pequeña floristería, revisando su celular para buscar la dirección y pedir indicaciones, no esperaba que fuera tan difícil encontrar la dirección.

Se comió la uña de su dedo pulgar, mientras intentaba pensar en que podía hacer ahora, ya el sol se estaba ocultando, y no había ido a confirmar su reservación en el hotel.

—¿Disculpe...? —. Una cálida, femenina y cortés voz llamo su atención. Fue una mujer de tez blanca y cenizos cabellos —¿Esta pérdida, madmuasel? —inquirió.

—¡Habla mi idioma! —exclamo emocionada, Zanïa —busco esta dirección —le mostro la pantalla de su celular, y la mujer lentamente la lee, reconociéndola —¿Le conoce?

—Claro. Es la dirección de mi tía —sonríe la chica —¿A quién buscas ahí? —cuestiona.

—Busco a Claudio —sentencia, sonriendo la pequeña alvina.

La contraria se rasca la nuca, no pudo evitar pensar que Zanïa era realmente tierna.

—Caray... Madmuasel, tanto hombre guapo en el mundo y te gusto ese cabeza de olla —sentencia, suspirando.

Zanïa pestañea un poco confundida, pero al captar el chiste, suelta una risita. La familiar de su amado, la mira curiosa, pero logra descifrar por qué a su primo le debe gustar la menor.

—Sigue esta calle, bajando —le indica señalando la calle lateral izquierda —a esta hora debe estar haciendo la cena para Agnes, el olor a buena comida te dirá donde es.

Un destello de emoción recorrió los ojos de Zanïa, y no pudo evitar abrazar a la mayor.

—¡Muchas gracias! —vocea, tomando sus dos maletas, y caminando rápidamente a donde le indico —¡Oye! —se gira repentinamente, volviendo a captar la atención de la mayor —¡¿Cuál es tu nombre?!

—¡Key! —vocifera Key.

—¡Gracias otra vez! —extendió una de sus manos, despidiéndose, volviendo a coger su camino posteriormente.

La calle se hizo algo angosta, todas las edificaciones se veían muy antiguas, y hechas de ladrillo. Bajo, una, dos, tres y cuadro calles, hasta que un peculiar y exquisito olor inundo sus fosas nasales.

No tardó mucho en ver una casa de tres plantas, con un balcón, y como puerta principal, unas puestas de dos hojas.

Alrededor de tres metros para alcanzar la entrada, las puertas se abrieron, saliendo dos personas, un hombre, y una mujer. El hombre, se apoyó del marco de las puertas, cruzado de brazos, dándole la espalda a Zanïa, en el otro lado del marco, la mujer lo imito. Tenía los cabellos rubios, y grandes ojos azules.

La espalda de ese hombre, Zanïa la conocía, como la palma de su mano, la había visto vestida, desnuda, de costado, de reojo y si le vendaban los ojos, la reconocería con el simple rose de sus dedos.

La emoción creció en ella, pero un movimiento de la rubia, la detuvo. Con una mirada picara, acaricio la mejilla de Claudio, sus rojos labios se entren abrieron, acercándose peligrosamente a los de él.

Un irracional instinto de protección acobijo el cuerpo de la pequeña Zanïa. Solo se escuchó resonar el ruido de sus maletas cayendo, y sus pequeñas pisadas acercándose.

—¡Él es mío! —grito, infantil, tierna y desenfrenada, tomando el antebrazo de Francés, jalándolo con toda la fuerza que le nació, y apretó los ojos.

¿𝙐𝙣 𝙘𝙖𝙛é? 𝑷𝒂𝒓𝒂 𝒅𝒐𝒔.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora