C A P Í T U L O 7

262 92 21
                                    

18 de Noviembre, 2017.

Cerré la puerta principal de mi casa lentamente. Esperaba, más bien deseaba que Brenda estuviera encerrada en su habitación. Sabía lo que me esperaba, estaba tan acostumbrada a sus reproches, sermones, y quejas que a pesar de saberme sus palabras de memoria no creía aguantar más, no sin antes abrir mi boca por primera vez en un año y decirle tantas cosas que me había callado desde entonces.

Con pasos sigilosos me encaminé hacia mi habitación, y Dios, el universo o quién sea que existiera sabía con cuanto cuidado había manejado mis movimientos para no ser pillada por mi madre. Pero allí estaba ella, recostada sobre el marco de la puerta de su habitación, mirándome a través de sus lentes de pasta.

Me mantuve de pie al final de las escaleras, traté de no pronunciar palabra alguna, sabía de sobra que un paso en falso y la ira de Brenda caería sobre mi.

Tal vez exageraba, pero sin duda alguna no me salvaría de sus sermones.

La repasé detalladamente con mi vista, tenía unos kilos de menos, pero la pérdida de estos le sentaba bien. Sus curvas se dejaban notar muy bien con el vestido de invierno que llevaba, su cabello que antes caía rubio y lacio por su espalda ahora llegaba por encima de sus pechos en un tono castaño oscuro. Parecía más joven, y no se veía para nada a mi mamá.

Tenemos que hablar, jovencita —sus ojos verdosos me observaron severos.

Nada bueno me esperaba, ella había usado la palabra jovencita, y sus hijos sabíamos bien que cuando tal palabra era nombrada nada bueno vendría luego de ella.

Me encogí en mi lugar, tratando de que por arte de magia me esfumara del campo de visión de mi madre.

—¿Justo ahora? —mi voz salió en un hilo. Asintió—. Es que tengo mucha tarea —traté de sonar convincente.

—¿Ha si? —arqueó una ceja y se cruzó de brazos—. ¿De qué asignatura exactamente?, ¿la de biología qué ya reprobaste o la de química qué nunca asistes?.

Tragué saliva, pensando como salir de esta. Ella lo sabía, sabía que había reprobado el año, maldita sea.

—Puedo explicarlo —me acerqué a ella alarmada.

Oh Dios, mi vida acabaría.

—Necesito que me digas una muy buena excusa ahora mismo —arrugó su seño, dejando ver su notoria molestia hacia mí.

—Yo... yo... —relamí mis labios pensando en alguna excusa—. Lo siento, te lo quería decir pero nunca estas aquí —coloqué mi mejor cara de perrito mojado—. Me siento tan incómoda en ese lugar, es como si yo no encajara allí, ¿entiendes? —fijé mi vista en sus ojos, estos seguían observándome severamente.

—¿En serio, Celeste? —giró sus ojos—. Nunca has tenido problema en interactuar con los demás, es más, estoy segura que tienes una buena relación con los de tu grupo.

Adiós fiestas.

Adiós alcohol.

Adiós amigas.

Adiós leer hasta tarde.

Adiós levantarse tarde.

Adiós vagancia.

—Jamás creí que tendría ésta conversación contigo —se sacó los lentes de pasta—. Tú eras mi niña, a la que le iba excelente en los estudios, ¿qué pasó con la antigua Celeste? —había desilución en su mirada—. ¿Dónde ha quedado?.

Tragué duro, mientras la observaba dolida.

Tú la hiciste desaparecer.

Si alguien tenía la culpa era ella, Por dejarme sola cuando más lo necesité, por no prestarme atención cuando supo que de todos yo era la más sensible con el tema familia. Era ella la culpable por no lograr darse cuenta que yo necesitaba a mi mamá. No se percató de nada lo que pasaba a su alrededor por vivir su romance como si fuera una adolescente sin obligaciones.

Siempre tuya, Evan © (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora