2 de Diciembre, 2017.
Podía sentir la calmada respiración de Evan en mi cuello, también podía sentir la piel de gallina en esa zona. Era consciente de sus piernas enredadas con las mías, también lo era del calor que su brazo sobre mi estómago desprendía. Sabía que la habitación estaba escandalosamente iluminada, y eso era moustrosamente molesto. Podía oler la refrescante mezcla de desodorante y perfume masculino que emanaba el lugar.
Era consciente de todo eso.
Era consciente de que estaba en la habitación de Evan, y que él se encontraba dormido a un lado de mí.
No quería abandonar los brazos de Morfeo, me negaba a hacerlo. Me sentía a gusto en este lugar y con Evan a mi lado. Sin embargo, me fui alejando lentamente de sus brazos hasta estar cien por ciento despierta, pero no separé mis párpados.
Me quedé así unos segundos, hasta que éstos se convirtieron en minutos. Todo estaba en silencio, exceptuando el sonido del viento contra el cristal del ventanal de la habitación. Fuera de eso el hogar se Evan estaba en total silencio.
Evan movió sus dedos sobre un costado de mi estomágo y arrugó entre ellos la tela de mi pijama. Con una fuerza brutal tiró de él, el movimiento hizo que girara sobre mi eje a tiempo récord.
Separé mis párpados abruptamente y observé los adormilados ojos oceánicos del chico con quien salía. Ya mi espalda no estaba apoyada en su pecho, ahora estábamos frente a frente.
Pecho con pecho.
Naríz con naríz.
Alejé mi rostro considerablemente antes de hablar, no podía olvidar el hecho de que ninguno de los dos habíamos cepillado nuestros dientes.
—No vuelvas a hacer eso —le reproché. Sus labios hinchados dibujaron una sonrisa divertida.
—Enojadiza —canturreó. Rodé los ojos.
—Pudiste haber roto mi pijama —hablé, fingiendo molestia. Me senté sobre el colchón y me envolví con el edredón, dejando a Evan sin él.
La playera de su pijama estaba levantada, permitiéndome ver la V que se perdía entre su pantalones. Mis ojos curiosos divagaron más abajo de ese punto, hasta dar con el bulto que el pijama fino no disimulaba muy bien.
Tragué duro.
Volví mi vista hacia Evan. Sus ojos sentellaban en picardía.
—Y mirona —aplastó sus dientes en su labio inferior.
—Te odio —lo miré con desdén. Me levanté de la cama, aún envuelta en el edredón caminé sobre la cerámica fría hacia su baño.
—Me amas —afirmó con diversión. Dejé de caminar para girar sobre mis talones y enfrentarlo.
Seguía acostado sobre el colchón de su cama. Sus brazos estaban flecionados detrás de su cabeza y sus piernas estaban cruzadas. A pesar de que sus ojos y labios estaban levemente hinchados por tanto dormir, para mi desgracia me seguía pareciendo guapo.
—En realidad, ni siquiera te quiero —me encogí de hombros.
No mentí, no lo amaba, tampoco lo quería. Sin embargo no podía negar que me importaba, que lograba despertar mariposas en mi estómago y que comenzaba a sentir algo por él. Algo así como quererlo, pero no como quería a mis amigos, si no como el chico que estaba saliendo.
Se sentó sobre su colchón en posición de indio, mientras que su mirada azulada no se apartaba de mí. Entonces serio, habló;
—Entonces, lograré que me quieras —con su dedo índice señaló mi pecho—. Ese corazón será mío.
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Siempre tuya, Evan © (EN PAUSA)
Romance¿Conoces el hilo rojo del destino?. Es un hilo rojo al que no podemos imponer nuestros caprichos ni nuestra ignorancia, un hilo rojo que no podremos romper ni deshilachar. El hilo rojo va directo al corazón, que conecta a los amores eternos, a los p...