27 de Noviembre, 2017.
Tal y como Brenda había demandado, el lunes por la mañana me encontraba detrás de la caja registradora de su nuevo local.
No era una simple pastelería, también era un café. Esa minúscula parte se había olvidado de decirme y había logrado sorprenderme.
Todo era muy vintaje, como a Brenda le gustaba. Las paredes era de un simple blanco, las mesas circulares del mismo color se encontraban esparcidas por el lugar estratégicamente y las sillas eran de un verde pastel. El lugar era bastante grande y estaba bien obicado geográficamente. Las últimas cuatro horas habían llegado bastante turistas y personas que residían en San Francisco.
Aunque estaba en este lugar en contra de mi voluntad debía de admitir que a mi madre si se le daba bien esto de tener un propio negocio.
Cambié de peso de una pierna a otra, este trabajo era aburrido. Ni siquiera había llegado el medio día y mis mejillas dolían de tanto sonreírles a los clientes, éstas últimas horas estaba siendo más educada que lo que había sido en toda mi vida.
Bufé mientras colocaba mis codos sobre el mostrador y apotaba mi barbilla sobre las palmas de mis manos. ¿Qué había hecho para merecer esto?.
Reprobar las asignaturas.
Aunque lo merecía, seguía creyendo que me merecía una segunda oportunidad. Vamos, reprobar algunas asignaturas, para no decir todas no era el fin del mundo. Sólo había que esperar al año siguiente y comenzar con toda la buena fuerza de voluntad que se puede obtener.
—¿Por qué esa cara? —deslicé mi vista hasta dar con los ojos verdes de mi madre. Me encogí de hombros—. No es el fin del mundo, Celeste.
Aún sin dirigirle palabra alguna observé como unas donas recién salidas del horno eran arregladas en la vidriera para que los clientes las pudieran ver.
Mordí mi labio inferior con deseo, ¿hace cuánto no probaba unas donas de Brenda?, ¿meses?. Retiré mi vista de ellas cuando me vi fantanseando con tomar una.
—No pretendo que te mueras de hambre —una de sus manos envueltas en un guante me tendió una dona—. Además sé que las amas —
una sonrisa se fundió en sus labios.—¿No la descontarás de mi sueldo, no? —pregunté con sospecha. Mis ojos se clavaron en la sabrosa dona que era tendida hacia mi.
—Como tu madre no quiero que tengas hambre. Come o me la comeré yo —me envió una mirada severa.
No lo haría, a diferencia de mi ella odiaba las cosas dulces. Al menos eso era antes.
—Está bien —murmuré, tomé una servilleta y la tendi sobre el mostrador. Brenda dejó la dona sobre la servilleta que había tomado anteriormente.
—Ya nos vamos entendiendo —concluyó. Me envió una última mirada y giró sobre sus talones.
—¿También puedo tomar un café? —pregunté, antes de que desapareciera de mi campo de visión. Giró hacia mí, colocando sus brazos en jarra.
—Tampoco te pases de lista, Celeste Adams —me encogí en mi lugar, mientras mi madre retomó su camino.
Suspiré con desilución, mientras llevaba la dona a mi boca. Hundí mis dientes en la deliciosa dona caliente y saqué un pequeño trozo. Mmm, sabía como el mismísimo cielo.
A diferencia de mí, a Brenda se le daba bien todo lo que tenía que ver con comida. Desde la pastelería y panadería hasta la gastronomía. Desde que tenía memoria la recordaba asistiendo a distintos cursos para hoy poder ser lo que era. Probar alguna de sus delicias era como probar el cielo, cada alimento elaborado por ella lograba que vieras estrellitas y galaxias enteras.
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Siempre tuya, Evan © (EN PAUSA)
Romansa¿Conoces el hilo rojo del destino?. Es un hilo rojo al que no podemos imponer nuestros caprichos ni nuestra ignorancia, un hilo rojo que no podremos romper ni deshilachar. El hilo rojo va directo al corazón, que conecta a los amores eternos, a los p...