Era muy temprano por la noche cuando Varick apareció en la puerta de su dormitorio. Quería ir a entrenar antes y ni la tormenta más despiadada podría haber hecho que le dijera que no.
Estábamos por llegar al gimnasio cuando el celular de Varick comenzó a sonar. No tenía un Iphone, así que no sonó el típico sonido sino una canción de Pink Floyd bastante pegadiza. Pude ver su confusión al mirar su celular y cómo, al atender, su expresión pasó del desconcierto, a la sorpresa, al miedo.
Sabía que era su padre. Lo sabía porque nunca había visto a Varick tan asustado como en ese momento. Era como si todo el oxígeno del mundo hubiera desaparecido, como si volviera a ser un niño asustado. Le quité el celular de la mano y contesté en su lugar.
-¿Hola? No, no conozco a nadie con ese nombre- dije usando una voz de niña que sonaba realmente falsa.
El Decano de la Universidad me dió este número. Soy su padre. Dijo la otra vez. Su voz sonaba completamente diferente a la de su hijo: agresiva, profunda, arrastrada.
- ¿Su padre?- repetí con la misma voz de niña.
Pásame con él, querida. Tengo que hablar de unas cosas. Tenemos asuntos pendientes.
Tu puta madre tiene asuntos pendientes. Pensé, una llamarada de furia creciendo en mi interior. Cuando contesté, utilicé mi vi normal.
-Vuelva a llamar y se arrepentirá.
Pasó un tiempo hasta que Varick volvió a hablar.
-Tengo que cambiar de número de nuevo- dijo, su voz sonaba irreconocible.
-No. Déjalo, que intente repetirlo- si lo hacía rastrearia la llamada de alguna forma y lo encontraría.
Detuve el auto frente a la cancha y lo enfrenté. No sabría decir si era la pálida luz de la luna, pero lucía más blanco de lo usual. Incluso pude divisar un leve temblor en sus labios.
Una parte de mí quería abrazarlo, decirle que todo estaría bien, que su padre estaba a kilómetros de distancia, sin embargo fue mi cerebro el que habló:
-No puedes dejar que te domine. Una vez que le das esa oportunidad no hay vuelta atrás. No podrás ser feliz nunca.
Cuando me miró no había esperanza en su mirada.
-¿Por qué te importa si soy feliz o no?
Porque si alguien como tú no puede ser feliz entonces probablemente yo no lo sea nunca.
-No me importa- mentí- Te estoy diciendo lo que tienes que hacer. No podremos ganar el campeonato si te paralizas cada vez que mencionan a tu papi.
Sabía que estaba siendo cruel. Pero esa era yo, ese era el lado oscuro de la luna y era mejor que Varick no lo olvidara.
-Véte a la mierda- me dijo, su rostro volviéndose rojo por la ira. Varick salió del auto y lo seguí.
-Es la verdad, Becher, o la tomas o seguirás viviendo como una niña asustada toda tu vida.
-¡Cállate!- gritó.
Cállate. Esa palabra. Esa estúpida palabra. Lo sabía. Son todos así: todos quieren someterte, todos quieren que no explotes.
Antes de darme cuenta lo había tirado al suelo, una de mis navajas contra su cuello, mi otra mano sujetando su cabello. Era tan suave como se lo veía.
-No me digas que me calle. Jamás. Diré lo que quiera cuando quiera- le dije, mi voz salió más temblorosa de lo que hubiera deseado - gritaré si quiero, te golpearé, me defenderé, haré lo que quiera.
Hablaba sin sentido. No le estaba hablando a Varick y lo sabía. Él no tenía la culpa de nada. De lo que me pasaba, de lo que sufría. Él solo quería jugar en el equipo. Sin embargo su mirada no lucía asustada, como si no tuviera ninguna duda acerca de mi inhabilidad de herirlo. Era como si me leyera como un libro abierto, ¿Cómo era posible?
-No me das miedo- me dijo. Respiré intentando controlarme. No es con Varick con quien estás enojada. Él no es el problema. No es Varick.
-¿Ah no?- le pregunté en un triste intento de intimidarlo. Varick me sonrió burlonamente.
-No me harías daño- dijo.
Clavé mi navaja en el suelo y levanté mi mano vacía dispuesto a golpearlo. No sabes. No me conoces. Podría romperte los huesos, podría destruir tu vida, podría volverte la persona más miserable de todo este maldito planeta. Ya lo había hecho y podría hacerlo. Podría si quisiera.
-Voy a destrozarte- le digo. Varick levantó ambos brazos sobre su cabeza y cerró los ojos, entregándose completamente.
-Hazlo- dijo.
Quité mi mano de su cabello y la llevé hacia las suyas, sosteniéndolas juntas sobre su cabeza.
Recordé mi sueño. Habíamos estado en esta misma posición sólo que a la inversa y en mi sueño Varick me había acariciado. Yo iba a golpearlo.
En mi sueño yo me había dejado a su merced y ahora él estaba a mi disposición.
-Parece que te esfuerzas a diario para que te destrocen la cara- le digo, porque me había percatado de lo suaves que eran las palmas de sus manos y la piel de sus muñecas.
-Para no perder la costumbre- me dijo y su expresión cambió a una que no pude descifrar. Aparté su rostro de mi visión.
-Cambia esa cara- mascullo.
-No estoy haciendo ninguna cara- me dijo y volvió a mirarme de nuevo. Era como si estuviera buscando dentro de mí, como si supiera algo sobre mí que yo no sabía.
Bajé mi mano, quería acariciarle la mejilla, los labios. Sin embargo Varick apartó el rostro: creyó que iba a golpearlo.
Una vergüenza y un odio hacia mí misma me invadió. Era tan grande que no detuve el movimiento de mi mano y la estrellé contra el pavimento.
Había dolido. Tuve que incorporarme para que Varick no viera mi rostro contraerse por el dolor.
-Angelina- me llamó preocupado. Intentó acercarse pero lo aparté. Había descubierto su mirada. Sabía lo que él había estado buscando.
-Ahí tienes lo que querías- le dije.
-¿Qué quiero?- preguntó mirando mi mano sangrante, había desdicha en su rostro. No me engañaba- Yo no quería esto.
-Siempre ganas- le dije- no importa cuanto lo intente, no puedo hacerlo.
Me dirigí hacia el gimnasio. Me moría de vergüenza. Varick trotó para interponerse entre mí y la entrada.
-Angelina, no estoy haciendo nada- insistió. Estaba furiosa. Me había ganado. Lo miré: sus ojos preocupados, su respiración agitada y todo enojo se evaporó.
-Oh, Becher- suspiré- lo haces todo, eres abrumador, como mirar directamente al sol. Ya no sé qué hacer para apagarte.
Toda mi vida había tenido todo controlado. Mis notas, lo que la gente sabía de mí, a quien dejaba entrar, a Summer, al equipo, a las Bestias.
Sin embargo Varick había aparecido de pronto y había arruinado todos mis planes. Había desbaratado todas mis ecuaciones y descubierto todas mis máscaras.
Me sentía agotada, como si hubiera corrido una maratón. Me imaginé que se sentiría reposar contra su pecho, sus brazos a mi alrededor.
Sin siquiera intentarlo me había dejado rendida a sus pies. Hubiera detenido balas, navegado todos los mares, apagado el sol, contado todas las estrellas, perdido cada partido, con tal de verlo bien. Realmente lo hubiera hecho. Lo haría. Haría cualquier cosa por él y aquello me perturbaba. No sabía que era, aquella sensación en mi pecho. Era algo nuevo, algo distinto, algo que me asustaba.
¿Cómo se le llama a esto? ¿El ser más otro que uno mismo?
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La Reina Bestia
Teen FictionLibro 2 Como siempre, hay dos caras de la misma moneda y esa frase no puede ser más perfecta para alguien como Angelina Taylor. Ella es perfecta para ocultarlo todo, es la mejor en alejar a la gente y a asustar a quienes le plazca. Sin embargo desde...