Las últimas palabras de Varick seguían flotando en mi cabeza al día siguiente "quiero ser quien haga que vuelvas a ser feliz de nuevo". Volver a ser feliz. Ser feliz.
La palabra sonaba casi desconocida en mi mente. Luego de eso Varick propuso volver al campus y secretamente lo agradecí. Me conocía tanto que a veces lo olvidaba. No iba a presionarme para que le diera una respuesta, sabía que necesitaría tiempo para procesar sus palabras.
Y claro que lo necesito.
Es decir, me llevó mucho tiempo, casi las dos semanas entre el primer partido y el segundo, que definiría si entrábamos oficialmente al campeonato, si tomaríamos un Bus y no volveríamos al campus hasta obtener una copa o volver y retirarnos para siempre.
Dos semanas tardé en tomar una decisión. Pero entonces llegó una llamada y todo cambió. Había sido una llamada rápida y concisa. Siempre lo eran. No había mucho que explicar. No convenía explicar mucho.
-De acuerdo, Bob- dije y corté la llamada.
Era el último día de entrenamiento y llevé a Varick y a mis bestias a la cancha como todos los días. Entramos a los vestuarios y dejé que se vistieran. Fue en ese entonces que noté que Varick se ponía la camiseta del equipo dentro de los baños, probablemente para ocultar sus cicatrices.
Tomé un cigarrillo de mi muñequera y lo encendí mientras me apoyaba contra los casilleros. Asher me regaló una mirada desaprobadora.
-No deberías fumar antes de entrenar- me dijo.
-No voy a entrenar hoy- le dije. Hasta el momento el vestuario había estado inundado de sonidos: abrojos, casilleros, cascos, protectores, desodorante. Todos silenciaron a la vez ante mis palabras.
-Mañana es el último partido. El partido clasificatorio- dijo Kiran y lo miré. Como toda respuesta, soplé una nube de humo en su dirección. El ex pivote titular disipó la nube con la mano y me enseñó el dedo del medio.
Me concentré en él porque podía sentir otro par de ojos sobre mí, su mirada tan intensa que sentía como si me quemara mi propia piel.
-No puedes faltar al entrenamiento hoy, Angelina- me dijo Harley- Es un último esfuerzo. Maylie se enojará mucho.
-La opinión de Maylie me importa una mierda- le dije. Suba se puso a la par de su hermanastro.
-No puedes hacernos esto, Varick necesita entrenar y no podrá hacerlo si no estás- dijo el filipino. Ante la mención de su nombre, mi mirada viajó directamente hacia los ojos de Varick que hasta el momento no había dicho nada.
Hubiera preferido que estuviera enojado, furioso, exasperado, sin embargo lucía preocupado y eso era mil veces peor.
-Se las arreglará- dije y me fui de la habitación porque no podía soportarlo más. Un coro de voces masculinas se elevó pidiéndome que volviera, sin embargo no los escuché. Caminé por el pasillo con rapidez y salí por la puerta principal antes de que pudieran seguirme.
-Angelina, espera- me pidió Varick. Había olvidado lo rápido que era. No me volteé para mirarlo, sin embargo apagué mi cigarrillo en la suela de mi zapatilla y volví a guardarlo en mi brazalete negro de la muñeca.
-No- le dije.
-No...¿Qué?- titubeó el muchacho. Escuché sus pisadas contra las piedrillas del estacionamiento acercándose hacia mí.
-No quiero. No quiero que intentes nada, no quiero que me hagas feliz. No necesito a nadie, mucho menos tú. Estoy bien como estoy- le dije y las palabras parecieron ser pronunciadas por otra persona, una pelota formándose en mi garganta.
El silencio que prosiguió fue mucho peor. Varick no dijo nada, pero sabía que seguía allí. Era imposible no sentir su presencia detrás mío. No me había dado cuento de que estaba conteniendo el aire hasta que habló.
-Está bien- accedió y sus palabras salieron vacías- lo entiendo, en realidad no pero...pero lo entenderé, creo. Quizás. No importa.
Lo dejé divagar. A veces a Varick le costaba expresarse tanto como a mí.
-Es sólo que...- Varick se tomó un momento para buscar las palabras apropiadas- No te creo.
Me volteé intentando contener mi furia.
-¿Qué no crees?- le espeté. Varick no se intimidó ante mi furia, tampoco se acercó.
-Algo anda mal, Angelina. Sé que algo no está bien- me dijo, una preocupación genuina dibujándose en su rostro.
-Sabes que no me importa el handball.
-Lo sé- coincidió- pero no es eso. Puedes decirme, puedo ayudarte.
Retrocedí hacia mi auto y ésta vez Varick no me siguió. Lucía desolado.
-No me puedes ayudar- le digo- nadie puede.
Me subí al auto y arranqué sintiéndome vacía. Observe a Varick por el espejo retrovisor, una mancha amarilla alejándose en la distancia.
Lo vi llevándose ambas manos al rostro. Le había mentido, por supuesto. Durante aquellas dos semanas había descubierto que él era todo lo que necesitaba. Todo lo que quería ver, todo lo que quería escuchar y sentir.
Pero a veces la mentira es un acto de amor.
La gente quiere escuchar la verdad, pero solo la que quiere. Sé que Varick no podría soportar mi verdad.
Apenas puedo soportarlo yo.
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La Reina Bestia
Ficțiune adolescențiLibro 2 Como siempre, hay dos caras de la misma moneda y esa frase no puede ser más perfecta para alguien como Angelina Taylor. Ella es perfecta para ocultarlo todo, es la mejor en alejar a la gente y a asustar a quienes le plazca. Sin embargo desde...