14. La pesadilla soñada

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Una noche soñé con Varick.

Estaba acostada en mi cama y escucho la puerta abrirse. Ruedo entre las sábanas y me pongo en posición fetal, mi cuerpo completamente en tensión.

Siento una mano en mi hombro pero la sensación es distinta: es suave, delgada, su tacto delicado. Me volteo y allí está él: su rostro bañado en pecas, sus rizos dorados cayendo a ambos lados de su rostro.

Quiero tocarlo. Quiero que me toque. Me imagino sus manos acariciándome y de pronto lo están: recorren la piel de mis brazos provocándome un hormigueo en el vientre.

Oh, Varick. Veo un lunar en su cuello y quiero besarlo, realmente quiero. Llevo mi mano hacia él y lo acaricio. Varick deja salir un sonido cuando lo toco.

Él está sobre mí, sin embargo no me siento ahogada, si no protegida. Nada malo me podrá pasar mientras él esté cerca mío. Realmente lo siento, estoy casi convencida de que puede ser así.

Me despierto respirando agitadamente. Todavía siento sus dedos sobre mi piel, ¿Cómo era posible? Aquello se había sentido increíblemente real, como si ya hubiera sucedido.

Varick está con Summer. Me obligué a recordar. Un sentimiento desagradable se instaló en mi estómago. Celos. Yo no sentía celos, menos por un chico. Menos por alguien como Varick.

¿Qué tenía de llamativo?

Era débil, no sabía pelear, había entrado al equipo exclusivamente porque había memorizado mi técnica de juego lo cual significaba que era básicamente un stalker, no paraba de molestarme sobre mi hábito de fumar, siempre estaba pendiente de mí.

Mi mente divagó hacia su voz y la forma en que su tono se elevaba cuando reía y cómo se agarraba el estómago cuando las peleas de Harley y Suba se volvían demasiado ridículas, o lo increíblemente claros que se volvían sus ojos cuando el sol brillaba en ellos de cierta manera, los maltratados músculos de su espalda, la suave piel de su abdomen.

Necesito fumar.

Abro la ventana y me asomo. Es de madrugada y aún puedo ver algunas luces prendidas en otros dormitorios: probablemente alumnos que tienen exámenes o deberes atrasados.

Escucho la puerta de mis Bestias abrirse: Asher. El muchacho sale y se acerca a la ventana con pasos silenciosos, sentándose sobre el marco frente a mí.

Sus rastas están atadas sobre su cabeza y lleva un pijama abrigado. El otoño se estaba haciendo notar e incluso yo tuve que ponerme un buzo para poder soportar la fría brisa que entraba por la ventana.

Cuando se levanta las medias para cubrir su piel descubierta, puedo ver las cicatrices de sus muñecas. Son distintas de las mías y distinta su historia. Toda cicatriz tiene su propia historia y nosotros, los portadores, siempre preferimos esconderlas para evitar las preguntas. Yo lo hacía con mis muñequeras, Varick lo hacía con sus camisetas, sin embargo Asher no se esforzaba en hacerlo. Cuando me miró, sus ojos lucían cansados.

-¿No puedes dormir?- pregunté aunque sabía que no podía. Ambos teníamos pesadillas constantemente, este no era nuestro primer encuentro nocturno y sabíamos perfectamente que no sería el último.

-Siempre lo mismo- dijo temblando sutilmente. Creyó que no lo había notado, sin embargo me bajé de la ventana, caminé hasta el sofá y le lancé mi colcha para luego volver a instalarme frente a él. Asher se cubrió y me alcanzó el otro extremo para que yo también lo hiciera.

-¿Qué hay de las pastillas que te recetaron?- pregunté. Él me miró con una sonrisa triste.

-¿Qué hay de las tuyas?- preguntó con algo de broma en su voz.

-Me las quitaron.

-Sabemos que no es así- dijo Asher. Hace unos meses había tenido un incidente y él creyó que había intentado suicidarme. A pesar de mis intentos nunca pude convencerlo de lo contrario.

-Asher, me conoces- le dije. Bien, no me conocía del todo pero cuando se trataba de lo que sí dejaba salir él me conocía incluso más que los hermanastros- Yo nunca te haría eso.

Era fácil hablar con Asher. Siempre había sido el más sensible de las Bestias y quizás el más sensible del equipo. Quizás cuando creces rodeado de odio es más fácil ser empático ante el sufrimiento de los demás. Siempre odie a los niños y desde que supe la historia de Asher los odié aún más: nunca subestimes la crueldad que pueden llegar a tener.

-¿Por qué estás despierta hoy?- me preguntó. A diferencia de él mis pesadillas variaban constantemente.

-Tuve un sueño- dije. Asher me miró extrañado.

-Un sueño- repitió pensativo- ¿No una pesadilla?

Cierto. Había dicho sueño. Recordé el miedo que sentí al principio, la incertidumbre, la incomodidad y luego la protección, la libertad, el deseo. Me terminé mi cigarrillo de una larga calada.

-Creo que fue un poco de ambas.

La Reina Bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora