Capítulo 9

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El sonido de las teclas contra sus dedos y la música suave de Frankie Valli en sus auriculares era lo que siempre había soñado con su vuelta al trabajo, en su pequeña oficina entera de blanco sin que nadie la molestase por horas. Lástima por lo de su acumulación de informes, que hizo que ___ tuviera todo el día el culo pegado a la silla.

Dejó el ordenador en suspenso y fue a rellenar su taza de café en la máquina del piso seis, ya que la de su planta estaba averiada. Podría perfectamente arreglarla ella, pero sólo se encargaba de las averías y montaje de las plantas de la una a la cinco, y de vez en cuando en la última, cuando el doctor Banner necesitaba ayuda con sus prototipos.

Rellenó la taza de café con leche, y mientras lo hacía se miró en el reflejo de los cristales del edificio. Le gustaba venir bien arreglada al trabajo, con unos pantalones de vestir y una camisa blanca con un lazo negro atado al cuello, y el pelo hacia atrás con ayuda de gel fijador.

Suspiró mirando su reloj. Su padre ya se fue esta mañana y le preparó bocadillos y un termo con café oscuro. El camino era muy largo y tardaría en llegar a Florida. Le preguntó por mensaje.

"Papá, si te sientes cansado para en un área de descanso y duerme un rato. Contéstame cuando puedas :)))"

Guardó el móvil y recogió el café. Era hora de volver a la oficina.

...

Las clases de defensa iniciaban en diez minutos. ___ no había terminado todo el papeleo porque tuvo que ir a revisar una instalación en la planta cinco y le llevó para un rato arreglarlo. Alguien que no sabía (a lo mejor el que la sustituyó el mes) estuvo tocando para intentar reparar una unión de cables de cobre y lo único que hizo fue empeorarlo.

Se cambió por la ropa de deporte reglamentaria y fue a los vestuarios a dejar su bolsa del gimnasio en una de las casillas, pero estuvo buscando en todos los bolsillos de la bolsa y no encontraba un candado que utilizaba para que no le quitaran las cosas cuando estuviera entrenando.

—Mierda, justo hoy... —se quejó a regañadientes, sudando frío. Negó con la cabeza y fue a la recepción de la entrada, a lo mejor podían prestarle uno.

Por suerte no había nadie y se apresuró en preguntar al recepcionista.

—Disculpe, ¿tal vez tenga un candado, una brida para cerrar una de las casillas del vestuario? Creo que olvidé el mío en mi casa...

—Sí tenemos, espere —la rubia sonrió aliviada mientras que el chico sacaba un candado con una pequeña llave— son cinco dólares.

—Oh. Um... —___ no pensaba que costaría dinero— ¿no podría prestármelo? Ya tengo uno pero se me olvidó.

—Cinco dólares, es la política de la compañía.

___ rodó los ojos y rebuscó en su monedero algo de dinero con el que pagar.

—Sólo tengo tres con setenta y cinco, el dinero del almuerzo —lo puso sobre la mesa esperando que lo aceptara, pero negó— venga, hombre...

—No puedo hacer nada, lo siento.

Sintió las ganas de decirle algo más, pero al final suspiró y recogió sus tristes tres dólares con monedas del mostrador lentamente, metiendo el dinero de nuevo en su monedero. A veces sentía que le tomaban el pelo, llevaba muchos años en S.H.I.E.L.D. y ni siquiera podían fiarle el dinero del candado.

Cuando recogió el dinero sintió a alguien fuerte a su lado que no vio venir, alguien que puso un billete de cinco dólares casi de un golpe en la mesa, dejando sorprendido al recepcionista y callada a la rubia.

Desde los rincones del pasado (Steve Rogers y tú) [MARVEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora