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Siempre había pensado que los lunes eran el peor día de la semana. Solía ser ese día en el que me tocaba hablar con cada una de las personas que intervenían en las bodas que tuviese que organizar, cuando venían nuevos clientes pidiendo presupuestos y contándome todos y cada unos de los detalles que querían o el momento en el que aparecían los futuros novios estresados pidiendo ver cómo iba todo sabiendo que quedaban pocos días para su enlace.

Aquella mañana no fue diferente. La alarma sonó a las siete en punto y a mí solo se me ocurrió maldecir por haberme acostado tan tarde el domingo llevada por las propuestas de Aitana de ir a tomar unas cervezas a uno de nuestros bares favoritos aprovechando que Martín estaba de viaje de negocios y no tendría que darle ningún tipo de explicación sobre la hora a la que iba a llegar a casa.

Me di una ducha para poder despejarme y después me preparé un café bien cargado con el que poder aguantar por lo menos hasta el mediodía. Me detuve a mirar a través del cristal que daba a la terraza y comprobé el gris que coloreaba el cielo aquel día, sin duda tenía pinta de que iba a ser uno de esos días lluviosos y melancólicos de marzo que tanto me gustaban. Mimo se colocó al lado de mi pie derecho y comenzó a ronronear pidiendo un poco de cariño y que le rellenara su cuenco de comida ya que le prestaba atención.

Solía levantarme con tiempo para poder hacer las cosas con calma. Me gustaba poner algo de música en lo que me preparaba y después continuaba con aquella lista de reproducción de camino al trabajo. Me vestí algo arreglada, lo justo adecuándome a las normas que me mandó Lena desde el primer momento, me maquillé y después de coger mi gabardina y despedirme de mi pequeñín me encaminé hacia la oficina.

Nuestro lugar de trabajo estaba situado en pleno barrio de Salamanca dadas las inclinaciones por la gente de clase alta de la familia de mi novio y que mi cuñada había seguido al dedillo. Venían de una familia tinerfeña de dinero y les encantaba presumir de todas las posibilidades que habían tenido en su vida, algo que a veces odiaba y que me hacía sentir un poco pequeña, especialmente en las reuniones familiares donde lo que más les gustaba era aparentar.

Mi vida había sido bastante más diferente. Mis padres se separaron cuando yo era  pequeña y mi madre decidió irse a vivir con su nuevo novio a la otra punta del mundo en una crisis de los cuarenta algo adelantada. No la culpo, su vida le ahogaba y ahora se la veía mucho más feliz casada y con dos nuevos hijos a los que se empeñaba en que llamara hermanos a pesar de haberlos visto dos veces en mi vida. Sin embargo, no puedo quejarme, jamás me faltó el cariño de mi padre, de mi hermano y de toda la familia que se empeñó en cuidarnos desde aquel día.

- Buenos días, Ana, ¿qué tal? – Cristina, la secretaria, me saludó sonriente como cada día

- Hola, bien, ¿y tú?

- Bien, de lunes, pero ya sabes, es lo que hay – contestó – Lena me ha dicho que te pases por su despacho antes de llegar

- Gracias, voy para allá

Fui directamente hacia allí, sin pasar por mi despacho a dejar las cosas y mi cuñada ya me estaba esperando entre papeles.

- Hola, Ana, siéntate – hice lo que me pidió y saqué mi agenta por si acaso - ¿qué tienes para esta semana? – me preguntó

- Pues está la boda de Nerea y Juan que tenemos que comprobar con los músicos las canciones que van a tocar, hay que hablar con la iglesia para la de Pedro y Laura y con los dueños de algunos de los locales de los que estaban interesados y también tengo que pasarme por varias floristerías a ver si encuentro las flores que me pidió Mónica.

- De acuerdo, vale, supongo que a mitad de mañana vendrá una nueva pareja. Me llamaron el sábado pidiendo cita. Son unos clientes bastante importantes, así que quiero que salga todo bien, por favor

- Haré todo lo que esté de mi mano para que así sea – le sonreí educadamente - ¿necesitas alguna cosa más de mí?

- No, eso es todo por ahora

Salí en dirección a mi despacho y resoplé al ver la cantidad de papeles y números de teléfonos que adornaban mi escritorio. Me senté y decidí comenzar por todas las llamadas que tenía que hacer aquel día. Los minutos pasaron entre cantidades de dinero según los diferentes locales e intentando ajustarlos al máximo al presupuesto que me habían dicho los novios. Estaba tan enfrascada haciendo números que ni siquiera me enteré de que Cristina llamaba a mi puerta avisándome de que tenía una llamada

- Buenos días – saludé a la otra voz que estaba en la línea – soy Ana

- Hola, Ana, encantada, soy Miriam – pude escuchar una pequeña carcajada – quería disculparme porque avisé de que iríamos esta mañana para hablar contigo y no va a ser posible y como me dieron el número de la empresa pensé en llamarte para avisarte y ya que estaba contarte un poco

- No te preocupes, ocurre bastante a menudo – sonreí – perfecto, pues tú dirás

Miriam me estuvo comentando más o menos lo que querían para aquella boda. Se disculpó en varias ocasiones sabiendo que solo eran seis meses los que tenía para prepararlo todo y me prometió que en cuanto tuviera un hueco pasaría por la oficina para contarme mejor cada uno de sus planteamientos.

- Por cierto, ¿eres canaria? – me preguntó antes de despedirse – me encanta tu voz – añadió

- Sí, pero pensé que no se iba a notar demasiado, llevo ya dos años en Madrid y hay a gente a la que no le gusta o que se queja por no entenderme bien por lo que intento cambiarlo, tú tampoco pareces muy madrileña

- De Granada – añadió riéndose – y si me permites un consejo, no ocultes ese acento tan bonito que tienes, a mí me encanta

- Vaya, gracias, supongo – agradecí en aquel momento que no estuviese ella presente y viese lo colorada que me había puesto ante su cumplido

- Gracias a ti, Ana y un placer hablar contigo

- Lo mismo digo, Miriam – respondí

- Llámame Mimi, por favor, Miriam solo me llama mi madre – volvió a reírse y yo sonreí automáticamente al escucharla

- Está bien, Mimi, nos vemos

- Adiós, Ana

Aquella llamada me provocó una sonrisa que me duró a lo largo de todo el día, hasta Martín se extrañó de lo contenta que lo recibí aquella noche al irle a buscar al aeropuerto. No sabía por qué, pero intuía que iba a hacer muy buenas migas con aquella futura novia. 

Un cuento sobre el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora