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Los rayos de sol se colaban a través de la ventana. El día anterior se nos había olvidado bajar la persiana del todo y ahora yo estaba pagando las consecuencias. Noté que los brazos de Mimi continuaban estrechándome y me permití el privilegio de alzar un poco mi cabeza, que aún reposaba en su pecho, para observar como dormía plácidamente. Subí algo más mi cuerpo con cuidado de no despertarla y me fijé más en los detalles de su cara mientras retiraba su pelo con sumo cuidado. Pasé mi dedo por los hoyuelos que tenía dibujados y acaricié levemente sus facciones mientras notaba cómo suspiraba al sentir mis dedos por su piel.

Era indescriptible la sensación de dormir abrazada a ella. Había conseguido que me olvidara de todos los problemas que tenía que afrontar y que por unas horas mi mundo se centrara solo en disfrutar de la calidez que me aportaba. Estuve mirándola durante varios minutos, era algo que podría hacer perfectamente durante horas sin aburrirme, pero si queríamos llegar al refugio con tiempo para disfrutar con todos los animales, sabía que tendría que despertarla.

Me levanté con cuidado soltándome de sus brazos y me dirigí hacia la cocina con la misión de hacer el desayuno para ambas y así poder despertarla con ese pequeño detalle. La noche de ayer había sido muy liberadora, después de contarle lo que estaba pasando con Martín creo que ambas nos sentimos un poco más libres y, a pesar de nuestros silencios, entendimos mucho solo con mirarnos.

Puse la cafetera en marcha y decidí preparar un par de tostadas. Saqué una bandeja y, en lo que terminaba de prepararse todo, di de comer a Mimo que ya estaba por allí danzando y pidiendo algo de caso. Coloqué las cosas y me dirigí hacia la habitación con mi gato persiguiéndome. Cuando entré, Mimi ya estaba medio despierta y sonrió al verme entrar cargada con la bandeja.

- Mmmm, aguacate y todo. Esto sí que son unos buenos días – sonreí dejando la bandeja a su altura y me senté a su lado mientras recibía un beso en la mejilla por su parte

- Es para agradecerte las cosas bonitas que me dijiste anoche

- No tienes nada que agradecerme, todo lo que dije era cierto – me miró mientras abría el aguacate que íbamos a compartir – hoy quiero que no pienses en nada y te dejes llevar. Tengo una sorpresa para ti esta tarde – me guiñó un ojo y yo reí sabiendo que no me iba a contar absolutamente nada.

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El camino hasta el refugio fue bastante entretenido. Esta vez fui yo la que decidí llevar el coche y a Mimi le tocó soportar mis gustos musicales que, según ella, le recordaban bastante a su abuela y su madre, especialmente cuando empezó a sonar Luis Miguel.

- Ay, esta canción sale en Coco – comentó al ver que Recuérdame en la voz de Carlos Rivera empezaba a sonar en el reproductor – me encanta

Comenzó a cantar las partes que se sabía y yo me animé a seguir con ella la canción, hasta que noté que enmudeció para dejarme solo cantando a mí. Giré mi cabeza y me reí al ver la cara que había puesto

- ¿Por qué no me habías dicho que tenías una voz tan preciosa? – me preguntó todavía algo asombrada por haberme escuchado

- Eres una exagerada. Ya te dije que me gusta cantar, pero solo en la intimidad por miedo a que sufran los oídos de los demás – fijé mi vista en la carretera de nuevo. Ya estábamos llegando

- Tú sí que eres exagerada – acarició mi mano en la palanca de cambios y me observó con calma – va en serio, tienes una voz muy dulce y transmites mucho. Al final, eso es lo más importante a la hora de cantar – le sonreí dándole las gracias por su comentario y estacioné el coche cerca de la puerta principal.

Nadia salió rápido a nuestro encuentro en cuanto nos vio por la puerta. Se sorprendió al ver a Mimi conmigo después de que el sábado pasado tuviera que ir yo sola, y, tras los saludos oportunos, nos llevó directamente hacia la zona donde estaban la mayoría de los animales. Ares, que era como habían llamado al perro que tanto cariño cogí en mi primera visita, vino corriendo hacia mí al darse cuenta de mi presencia. Cada día estaba más grande y la conexión que teníamos ambos era una de las cosas más bonitas que había sentido nunca. Me senté a jugar con él mientras me daba algún que otro lametón y yo me reía a carcajadas por su hiperactividad conmigo y lo cariñoso que era.

Un cuento sobre el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora