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La vida en un hospital no es algo que le recomiende ni a mi peor enemigo. Nunca había tenido que pasar tantos días en aquel edificio de paredes blancas y donde el color parece brillar por su ausencia, a pesar de que mis acompañantes hacían todo lo posible por decorarlo con mis flores favoritas.

Mi padre, Aitana y Mimi se habían turnado para no dejarme sola en ningún momento, aunque a la granadina era a la que más costaba convencer para que se fuera a descansar a casa. No quería separase de mi lado en ningún momento y sabía que, aunque ya le habíamos dicho todos que lo que había pasado no era culpa suya, ella se seguía sintiendo mal.

Aquella mañana me desperté sintiendo el cuerpo de Mimi a mi lado y sus brazos abrazándome. Había cogido la costumbre desde que regresé a la habitación de hacerse un hueco pequeño en la cama mientras yo me acurrucaba en ella. Las enfermeras no habían dicho nada al respecto, así que nosotras aprovechábamos y dormíamos juntas después de semanas sin poder hacerlo. Su móvil no había dejado de iluminarse desde bien pronto, como llevaba haciendo varios días ya, pero la granadina siempre miraba la pantalla y cortaba la llamada o dejaba que la persona que estaba al otro lado de la línea se cansara y terminara colgando.

Conseguí incorporarme un poco y noté cómo me miraba sin dejar de acariciar cuidadosamente mi brazo. Le sonreí y cuando iba a preguntarle por aquella insistencia de llamadas, un auxiliar me interrumpió trayéndome el desayuno.

- ¿Cómo está la enferma hoy? – preguntó nada más entrar

- Con ganas de salir de aquí ya – respondí provocando su risa

- Verás como en nada estás en casa ya – me miró – y con esta enfermera tan guapa que te seguro te va a cuidar mejor que nadie – dijo refiriéndose a Mimi y yo la miré sonriendo

- La mejor de todas

- En cuanto termines pasa la enfermera a ver cómo va todo y después nos damos un paseo por el pasillo – me avisó – que aproveché – me guiñó un ojo y se marchó

Mimi se acercó a la mesa donde había dejado la bandeja y lo preparó todo para acercármelo a la cama. Le agradecí el gesto y ella dejó un beso en mi mejilla como respuesta. Vi como de nuevo su móvil, que estaba en una mesa cerca de la cama, se iluminaba y no pude resistirme

- ¿Por qué no lo coges? A lo mejor es importante

- No lo es – respondió rápidamente

- Mimi... - me miró – es tu representante – afirmé

- Sí

- Todavía no me has contado qué pasó

- Cuando estemos en casa, ahora solo te tienes que preocupar por la recuperación – acarició mi brazo

- Pero es normal que me preocupe por ti también. Llevas aquí casi una semana, cuidando de mí, pendiente de cada cosa que hago, casi no duermes, tienes ojeras y tu cabeza tiene que estar a punto de explotar ya – dije – deja que te cuide yo a ti también, por favor

- Ana...

Mimi estaba a punto de abrirse, explicarme de una vez todo lo que había ocurrido, pero de nuevo la puerta volvió a sonar y mi padre apareció por allí sin esperar a que le diéramos permiso para entrar.

- ¿Cómo está la más guapa de todo el hospital?, bueno, las más guapas – rectificó añadiendo también a Mimi que se sonrojó

- Pues aquí, desayunando esto tan rico – contesté con ironía

- Bueno, que el humor no haya desaparecido es muy buena señal

La granadina aprovechó que mi padre ya estaba por allí para bajar a comer algo. Se acercó a mí y me dejó un beso en la frente a modo de despedida, pero protesté pidiendo algo más

Un cuento sobre el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora