Capítulo 31: Desenredando

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—Se acabó, jamás vamos a salir de esta—negué con la cabeza.

—Pues me alegra poder estar junto a vos en esta ocasión—Alejandro me observó con una sonrisa que transmitía una extraña combinación de alegría y felicidad.

Pues yo desearía que no estuviera con mi hermana. miré a la niña, se veía tan tierna para haber sido un pequeño dolor de cabeza en mi vida.

—Saquen a la niña—ordenó la mujer, amenazando con los francotiradores de sus costados.

—¡No!—respondí abrazando a mi hermana con todas mis fuerzas.

—Devolveme a mi hija o les ordenaré que disparen a todos—miró a su séquito—. Si yo no tengo a mi hija no la tendrá nadie.

—Esta mujer está loca—expresó Alejandro—. ¿Qué vamos a hacer?—miró a todos los que lo acompañabamos en el auto.

Martín se colocó el cinturón de seguridad.

—Aquí no se va a bajar nadie—retó a la señora de tal modo que el sentimiento traspasaba el cristal que los alejaba.

—Ustedes lo quisieron—la mujer peinó un mechón saliente y lo colocó detrás de sus orejas—. Les daré tres segundos para salir.

Alex pasó su brazo por la espalda de mi hermana para llegar a tocar mi hombro, volteé a verlo.

—Uno—Jessenia iniciaba el conteo, mientras que los hombres cargaban sus armas.

—Te amo, Rose Anne—declaró Alejandro, suavizando mi corazón de la forma que el sabía hacerlo.

—Y yo a vos—formé una sonrisa.

—Dos—decía la mujer. Martín abrió sus brazos, descubriendo su pecho, a la vez que yo abrazaba a Virginia y a Alex con todo el fuego que llevaba dentro. Cerré mis ojos, para no ver como las balas llegaban a perforar mi cuerpo.

—Tres—concluyó la cuenta, mas lo siguiente que escuché no fueron disparos, sino la sirena de la policía.

—Suelten las armas ahora mismo o tendremos que usar la fuerza—advirtió el oficial por medio del altavoz, dentro de su patrulla, detrás de ella, alcanzaba a ver otras tres más.

Estábamos finalmente a salvo, ¿pero cómo? No fue gracias al testimonio de las monjas, los labios de esas mujeres permanecieron sellados, sino que fue gracias a Martín. Él tomó nuestros teléfonos mientras continuabamos inconscientes y prendió el celular de Alex, jugó con la clave del teléfono hasta que este se desbloqueó con el número que menos esperaba: «10-08», eran los números favoritos de ambos, era la fecha de un campeonato de basquet, fue ahí donde se conocieron y pese a que eran del equipo contrario su amistad se formó desde aquel día.

—No puedo creerlo, ¿cómo es que todavía lo recuerde?—soltó una carcajada de nostalgia—Éramos unos niños.

Aunque Alejandro nunca quiso compartir eso conmigo, él se sintió muy mal cuando todos creímos que Martín había dejado este mundo, lo demostraba con todas las veces que miraba las fotos de su álbum, las fotos de ambos siempre las miraba con nostalgia.

Al saber esto, Martín sintió remordimiento por tener a su amigo atado en una silla junto a mí, así que buscó en los contactos de Alejandro el número de Sofía y envió la ubicación. Cuando por fin la señal le permitió al mensaje llegar hasta la ciudad de La Paz, Sofía escribió a todos los contactos que le fueron posibles. Y, pues, el único al que le logró llegar el mensaje fue al mismo que tenía un celular capaz de desactivar las contraseñas de cualquier rooter, fuera a donde fuera, ese era Ricky.

¿Odiarte? ¡Imposible! [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora