Capítulo 12: Disfruta mientras puedes

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Alex volvió a casa de Don Héctor al pasar unos minutos. Encontró al señor y a su hijo sirviendo la cena.

—Provecho—dijo mientras cruzaba la entrada.

—Gracias—repuso Max, luego tomó una pieza de pan la metió a su boca—. Íbamos a esperarte, pero el hambre nos ganó—soltó migajas de pan en lo que hablaba.

—Además no estábamos seguros si llegarías a cenar—Héctor asentó el sartén en la mesa. Contenía una extraña mezcla de verduras y huevo.

—¿Qué es eso?—Max no pudo ocultar su desagrado.

—Pruébalo.

Max tomó una cuchara y sacó un pedazo del revuelto. Muy lentamente acercó la cuchara a su boca y se dió el gusto de saborearlo.

—Que delicia—volvió a sacar otro pedazo—. Esto es la gloria—dijo con la boca llena.

—Yo le di la receta—presumió Alejandro.

—¿Qué es?—preguntó sin dejar de meter comida a su boca.

—Revuelto de huevos con espinaca—respondió el padre.

—¿Por qué no cocinaste esto nunca?—siguió comiendo—¡Me encanta!

—No entiendo como no comieron nunca esto, las monjas lo preparaban en un abrir y cerrar de ojos—comentó Alex.

—¿Ellas te enseñaron?

—Me hacían preparan la comida de vez en cuando, no quería parecer un inútil—manifestó—Y tenía que agradecerles por haberme cuidado cuando estaba convaleciente y solo un bastón ayudaba a pararme.

—Y te han enseñado bien, el picante que preparaste ayer estaba para chuparse los dedos—halagó Maximiliano.

—Exageras—dijo cohibido.

—¿No quieres quedarte más tiempo aquí?—ofreció Max.

—De eso quería hablarles, quería pedirles unas semanas más, sólo hasta que encuentre un lugar en donde alquilar—pidió.

—En tanto sigas cocinando y regalando recetas por mí no hay pedos—soltó Max.

—Yo tampoco tengo inconvenientes—dijo don Héctor.

—Y no se preocupen, les seguiré tratando de recompensar aunque sea cocinando—aclaró.

Rivera me contó todo lo sucedido en la escuela, aunque trataba de ocultarlo, él estaba feliz de tener a Alex unos días más en su casa.

—¿En verdad?—sonreí, contagiada de la alegría.

—Por esta—juntó su pulgar con su índice y los besó—. No cabe duda que Alejandro dejaría todo por ti, fosforito—soltó, causando que me ruborizara.

—¿Acaso estás avergonzada?—dijo Valentina llegando.

—Es que le acabo de contar que Alex prefirió quedarse aquí que irse con su familia a La Paz—resumió.

—¿De verdad?—cubrió su boca con sus manos. A lo que Max y yo asentimos—. Ojalá y otros hicieran algo parecido.

—Tina, ya te dije que no fui a la pelea contigo porque tenía que ponerme al día con mis tareas—excusó—. ¿O qué quieres de mí? ¿Un vago?

—Pero hubiera sido lindo que me hicieras compañía—hizo un puchero.

—Para compensarlo deberíamos salir a comer hoy, como antes solíamos hacerlo—propuso.

¿Odiarte? ¡Imposible! [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora