Capítulo 30: Todo o nada

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—Me ca...

Mientras Martín y Alejandro sacaron sus respectivas armas, mi mente y mi cuerpo reaccionaron al mismo tiempo, lo que dio como resultado que pasara mis manos por los bolsillos de Martín, tomara la jeringa que estos guardaran y luego rodeara el cuello del hombre más próximo a mí. Por lo visto las clases en la academia habían dado sus frutos.

—Nos dejan ir o no lo vuelven a ver—amemacé acercando una jeringa a su cuello con la mano que lo rodeaba, mientras que con la otra apuntaba al resto de los hombres con la pistola—. Esto es con lo que me iban a inyectar a mi y a Alejandro, ¿saben que es? Exacto, es veneno.

La verdad, no tenía la menor idea de lo que era, pero dudaba mucho que ellos tuvieran conocimiento de lo que fuera.

—¿Cómo estamos seguros que decís la verdad?—retó otro de los hombres.

—Pueden verificar viendo a J.G, es básicamente lo mismo—manifestó Alex, quien había apoyado el brazo de mi débil hermana en su hombro.

El grupo de matones calló un momento en actitud dubitativa, misma situación en la que estaban los policías y mis seres queridos tras no encontrar lo que buscaban.

—Pero no tiene sentido, aquí es donde debían estar, porque si no es así. ..—Vale soltó un suspiro de angustia—Entonces no sé en donde más puede estar.

—Un segundo—interfirió Ricardo—. Ustedes tuvieron contacto con las personas que trajeron aquí a Alejandro, ¿o no?

—No, dejaron a Alejandro en la entrada y nosotros lo acogimos—declaró la mujer de negro.

Olivia fijó su vista en la monja, ella tenía una pulsera bastante reluciente, como si estuviera bañada en oro.

—Que bonita manilla—dijo sin parar de verla.

—Si, muchas gracias—ocultó la pulsera con su manga, sintiendo algo de incomodidad.

—Son muy parecidas a las que mi padre le daba a mi madre por cada reconciliación—analizó a la mujer con la mirada—. Mi madre enloquecia por el oro.

—Castaña, no es importante los pedos maritales que tenían tus padres—Max rodó los ojos sin captar el mensaje.

—¿Podrías mostrar algo más de empatia?—pidió Valentina.

—Tú si que sabes de empatia, ¿no?

—Mucho más que tú, de eso estoy segura—cruzó los brazos.

—Chicos, no es momento para recordar lo mucho que se odian—manifestó Ricky.

—Ella comenzó—delató el niño grande.

—Fue tu culpa por decir algo tan nefasto—Vale volcó los ojos.

—¡Silencio!—exclamó en oficial, para después dirigirse a la madre superiora que tenía enfrente—¿Cuál es el hombre del que dio con su precio?

—¿De qué me está hablando?—juntó las cejas.

—Portón reforzado, marcos de plata, manilla de oro—apuntó a cada uno de los objetos—. En un convento no hay dinero suficiente para esos lujos a menos que hubieran habido donativos—está última palabra la dijo con sus dedos formando unas comillas—. Usted nos oculta algo gracias a eso. Nos lo va a decir aquí o en la comisaría, usted elige.

El sonido de una notificación rompió el silencio de la señora.

—Y al parecer también hay WiFi—comentó Ricky sacando su teléfono para ver el buzón de mensajes, tras hacer eso el rostro del crespo cambió de forma—¡Wow!

En su mayoría, las opciones que se nos presentan son muy difíciles de elegir, o si no preguntenles al grupo de hombres armados.

—¿Cómo estamos seguros que decís la verdad?—retó otro de los hombres.

—Bien, si no me creen tendré que deshacerme de esto—miré a la jeringa—y cambiarlo por un cachito de aire.

—No te creo capaz—dijo el hombre incrédulo.

—Ustedes no saben de lo que ella es capaz—comentó Alejandro.

—Podría ser una piedrita en su zapato si ella lo desea—añadió Martín. No estaba muy segura si lo decía como un halago o como un insulto, por lo que le lancé una mirada reprobatoria; momento en el que aprovechó para apuntar con sus pupilas el auto que teníamos a diez metros de distancia.

—Pues quisiera ver eso—encaró el incrédulo.

—Roberto, por favor no la retes—suplicó Kevin.

El hombre suspiró fastidiado.

—Déjenlos ir—finalmente cedió.

—Por fin nos entendemos—ladeé una sonrisa.

—Soltá a Kevin—demandó el jefe.

—No lo hagás, Star—suplicó Alex.

—Eso no va a pasar—repuse mientras avanzaba con un brazo rodeando el cuello del tal Kevin.

Alex formó un corchete con los brazos de mi hermana y siguió mis pasos sin bajar la guardia, Martín fue el tercero en avanzar de espaldas con pistola en mano. Los sujetos abrieron paso aún sabiendo hacia donde apuntaba nuestro destino.

Martín introdujo unas llaves del llavero en el coche y entonces solté a mi rehén para entrar al automóvil al mismo tiempo que Alex, Martín y mi hermana.

—Arranca—demandé y Martín siguió la orden, dándonos a conocer una velocidad que ni siquiera el kilometraje del vehículo conocía.

—No puedo creerlo—di el primer respiro de alivio en todo el día—. Por fin tengo a mi hermana conmigo—miré a la castaña que tenía a mi lado, quien había caído en un sueño profundo. Peiné su enmarañado cabello con mis dedos.

—Y finalmente somos libres—festejó Alex, posando sus palmas en mis mejillas y acercando mi rostro hasta que mis labios se enredaron con los suyos. Me alejé sutilmente tras darme cuenta que Virginia estaba enmedio de nuestra cursi muestra de amor.

Alex vio al conductor por medio del retrovisor, el cual observaba a cada segundo por todos los espejos, con temor de que algún auto nos estuviera siguiendo.


Oye, gracias por ayudarnos.

—No lo hice por ustedes, necesito enderezar mi vida.

—Si, como digás—sonrió—. De todas formas tendré que agradecerte.

El auto fue deteniéndose lentamente, hasta ya no avanzar más.

—¡Mierda!—Martín golpeó el volante con sus palmas .

—¿Qué pasa?—analicé cada parte del panorama lo más rápido que mis ojos me lo permitieron.

—Nos pincharon las llantas antes de salir, puedo apostarlo—repuso frustrado.

—Pues sólo queda salir a empujar—Alex se movió de un costado, listo para abrir la puerta del coche.

—Alex, no—lo detuve del cuello de su camisa. Sabia decisión, pues al instante salieron de entre los arbustos tres hombres, acompañados de una líder infernal.

—René, te creí mi mano derecha, ¿por qué me pagaste de esa forma?—fulminó a Martín con sus ojos, casi adentrándose en su alma.

Ahora entiendo todo el drama innecesario, estaban haciendo tiempo para que Jessenia pudiera interceptarnos.

Y aquí una nota de la autora UvU:
Mis queridos lectores, ¿a que no saben? Estamos a dos capítulos de terminar el libro... Tranquilos, habrá una tercera parte 🙆😊 ¿listos para el final?

¿Odiarte? ¡Imposible! [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora