26. En el Palacio de los Elementales - parte IV

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Cristóbal, todavía adolorido por la bofetada en la mejilla, se acercó a Jerónimo que descansaba en el suelo y con la compañía del chimpancé. Lo recogió, mirándolo con una sonrisa victoriosa.

—Ya terminó, amigo —le dijo—. Turion no volverá a interferir entre tú y Tenanye. Ella me pidió que te dijera que ahora sí quiere hablar contigo. ¿Viste?, lo puedes arreglar. Te está esperando en el jardín. Ahora no la embarres, po'.

—Tremendo cabezazo que le aforré a ese... —respondió, aún con unas pocas y difusas estrellitas alrededor— Tienes razón, amigote. Ahora sí que tengo la oportunidad de corregirlo con mi hada, y no lo habría logrado sin ti. Hagamos un trato: primero yo y después tú con Camilita. ¿Te parece? —el niño asintió con su cabeza— Me contagias de valentía. Te vi cómo te arrojaste sobre aquel imbécil para salvar a Sadronniel. Y después, la forma en cómo le demostraste piedad... ¿En serio tienes doce años? Claro, no lo pude ver del todo bien porque con el golpe las estrellas me taparon hasta la visión; pero lo tuyo es puro coraje. ¿Y en la mañana me dijiste que no eras valiente? ¡Pues qué valiente eres, compadre! Sin duda que eres un noble y heroico caballero cruzado.

El chimpancé, apenas escuchó lo de «caballero cruzado», se instaló a las espaldas de Cristóbal y con la mano derecha comenzó a señalar una franja horizontal a la altura de la boca del estómago. De acuerdo, hasta ahí todo bien. El problema vino cuando con la otra mano empezó a indicar el número dos.

—Cri, no mires para atrás —Jerónimo le advirtió entre risas—. El simio está haciendo algo que me dijiste que te molesta. No lo hagas.

—Déjame adivinar: me está molestando con lo de segundón, ¿no?

—¿Qué quieres que te diga, po'?

—Está bien —se lo tomó con humor—. A fin de cuentas un hincha de Católica es el primero que aprende a reírse de sí mismo. En algo que seamos por siempre primeros...

—Por lo visto es así. Pero reírse de uno mismo es de inteligentes. ¡Caramba! ¡Hasta que el mono por fin me hizo reír! Oye, amiguito, ¿te parece si me dejas en sus manos para hacer esto? Lo merece por el esfuerzo.

Cristóbal lo cedió al chimpancé. Jerónimo, una vez en las manos del simio, le recordó al pequeño el trato acordado y de inmediato le regaló la más agradecida de las sonrisas. Después, ya a solas con el chimpancé, le pidió que lo elevara a la altura del rostro porque quería hablarle frente a frente.

—Monito, me miras como la primera vez que te vi —le habló con buena armonía—. Sí, lo has logrado: me sacaste una risa después de lo mucho que lo intestaste mientras caminábamos para acá. ¿Cómo supiste que en la mañana Cristóbal me contó que era hincha cruzado, y que le daba lata que le dijeran segundón? Al parecer no estamos desconectados. Lo que hizo Cupido no estuvo tan mal después de todo. Creo que nos llevaremos bien. Tú y yo... podemos ser un excelente equipo. Ahora hagámoslo juntos.

Ambos se acercaron a Tenanye que esperaba apartada del resto, al lado de un ciprés piramidal, y bajo la luna llena que iluminaba la noche templada de San Romeo.

—Hola, cabeza de mono —ella lo saludó, aún sin voltear.

Por cuatro segundos, tanto el fantasma como el simio, se preguntaron para quién iba dirigido el saludo. El chimpancé terminó por darle el pase a Jerónimo. Lo sujetó a la altura de un metro sesenta, que es la estatura de Tenanye al coger el tamaño de los humanos.

—Bruja —Jerónimo respondió con gran terneza.

—Y tengo merecido que me llamen así —dio media vuelta, dejando ver en el claroscuro que de la bruja no quedaban vestigios. La limpia dentadura, la tersura de su piel o el brillo de su cabello, sumada la cariñosa nariz celestial, eran uno de los cambios que más se advertían en un rostro que había vuelto a recuperar la dulce belleza de un hada.

—No, en realidad jamás debí llamarte de esa forma. Soy yo el que la embarré y... te pido perdón. Te dije cosas horribles, y lo único que logré fue sacar lo peor de cada uno. No eres fea, Tenanye. Para mí siempre has sido muy linda. Desde que te conocí, desde que no podía entender cómo alguien tan bella podía estar frente a mí —en su voz existía un grado de melancolía. Cerró los ojos por siete segundos. Echó un suspiro y los volvió a abrir—. Perdí la cabeza. Lo sé, la perdí porque nunca fui capaz de decirte que... te amo. Siempre te he amado. Ya no tengo miedo de expresar mis sentimientos. Y yo...

—Yo también perdí la cabeza —lo interrumpió y se acercó unos pasos—: te lancé el hechizo. ¿Acaso soy menos culpable? No fue justo para ti. Te quité la vida, ¿es que no lo ves de esa forma? Eres tan corazón para tus cosas que ahora estás aquí, frente a mí, dejando atrás la rabia y ni siquiera buscas atormentarme por lo que te hice. Pues... te pido perdón.

Y sí, la perdí. Nadie está libre de perderla, Jerónimo. ¡Es que nadie puede ser tan insensato como para asegurar que jamás le ocurriría! No dejarán de presentarse momentos en los que nos sentiremos puestos a prueba. Y nosotros dos nos equivocamos, ambos sentimos que nos equivocamos. ¡Ya está, listo! ¿Nos vamos a castigar eternamente por eso? —se acercó otro poco— ¿Sabes qué?

—...Por favor, perdóname —lo lanzó con la voz entrecortada.

—¿Sabes qué, monito?... —ella insistió, con la mano acariciándole la mejilla— Tú no estás donde crees estar.

Jerónimo arqueó una ceja del asombro. Con un suave ademán Tenanye fue bajando los brazos del chimpancé, ubicándole la cabeza del fantasma al lado derecho de la cintura. Luego se paró de puntillas, y con la mano izquierda tomó la nuca del simio para inclinarlo y decirle al oído:

—Escúchame, simio descabezado —se lo dijo con un amor único—. El Doctor lo hizo a sabiendas que sería yo la que tuviese que decírtelo. No, no significa que él te encuentre incapaz de entender, sino que se trata de una enseñanza para nosotros dos: Cupido sí te unió con tu cuerpo. Ahora que estoy volviendo a ser un hada lo puedo notar con claridad. El chimpancé no es más que una extensión de tu ser más gracioso; y el Doctor lo acabó de esa forma para que pudieras perdonarte a ti mismo, para que te miraras desde otro punto. Y ahora, si no te puedes ver completo, si todavía te sientes dividido... es simplemente porque aún no puedes perdonarte el haber perdido la cabeza. Perdónate, Jerónimo; y vuelve a ser el de siempre.

Jerónimo abrió los ojos de par en par. Un sentimiento de libertad empezó a invadirlo. Echó un suspiro y se desvaneció en el aire como polvo brillante que danzaba en remolinos con la luna llena de fondo.

El cuerpo del chimpancé desfallecía y con Tenanye resistiendo el peso. Ella no iba a permitir dejarlo caer. De pronto, por cada poro del rostro del simio, comenzaron a surgir chiribitas. Por los ojos, por las orejas y el hocico, las chispas luminosas brotaban como el vuelo de las luciérnagas. El cuerpo siguió cayendo, pero con cada centímetro más cerca del pasto se volvía tan liviano como lo es una pluma. Finalmente el hada pudo acomodarse y en el suelo lo acogió en su regazo. Fue suave cómo el rostro del chimpancé comenzó a adquirir facciones humanas, fue manso el momento en que Jerónimo volvió a estar completo.

Tenanye lo acarició en la cara y, al ver que el fantasma abría los ojos igual que un niño convaleciente, indefenso y algo desorientado, le sonrió para darle una nueva bienvenida.

—Aunque siempre se diga que una mujer debe estar con un hombre listo, admirado y que nos trate como si fuéramos princesas...—le susurró— yo me quedo con los monitos idiotas como tú, po'. Un idiota admirable.

Y todo lo selló con un delicado beso en los labios. 

Jerónimo sin cabeza [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora