8. De la noche a la mañana - parte IV

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—No me abraces, no me des las gracias: nada más dime que tu amigo, o sea yo, la hizo de lujo y que pudiste conocer mejor a tu Camila —Paulo lo recibió en medio de una pichanga con los niños del condominio, sin imaginar que a cambio recibiría un brusco empujón por parte de Cristóbal.

—¿Por qué lo hiciste?, ¿por qué tomaste una decisión sin consultarme? —Cris preguntó exaltado y con nulas ganas de unirse al juego.

—Oye, loco, ¿qué te pasa? No me digas que otra vez te dio miedo y te pusiste pavo.

—¿Quieres callarte? No vuelvas a meterte y punto.

—Pero cuenta, po'. ¿Qué pasó con la Camila?

—Nada, eso pasó, ¿contento? Te dije que no vuelvas a meterte.

—¿De qué están hablando? —intervino el Petiso Álvarez—. Ah, ya caché: el Cristóbal anda detrás de una mina y arrugó. Cuéntate una nueva po', si es de la Católica. Pecho frío que se hace hasta con las mujeres.

«Respira, Cristóbal, respira», se decía a sí mismo con los dientes apretados y las manos empuñadas. El indeseable rictus del Petiso Álvarez lo tenía al borde del estallido. Quería partirle la cara de un derechazo, patearle el trasero y amenazarlo para que nunca más se atreviera a asomar su bodoque rostro en alguna pichanga. De la noche a la mañana, repentinamente o en un periquete, podía empeorarlo todo. Así que optó por seguir respirando y contando del uno al siete de manera continua.

—Se le hace con las niñas... —volvió a burlarse el pequeño del bigote de leche.

¡Suficiente! En una fracción de segundo el grupo de niños le cayó encima a Cristóbal para que no golpeara al llorón del condominio, al consentido de sus padres; al engreído y muchas veces despectivo Álvarez. No obstante, para sorpresa de los chicos, Cris decidió descargar la rabia contra cualquier otra cosa que no se quejara de dolor, y qué mejor que desquitarse con el balón posado a tres metros de distancia. Alcanzó a mirarlo de reojo, tomó impulso y en dos segundos lo pateó tal como un karateka lanza un golpe con kiai. Toda la fuerza, toda la energía interna, buena o mala, era expulsada de un solo puntete. Y qué viento más extraño e intenso el que hizo que la pelota volviera a planear como un avión de papel y con dirección hacia el muro. Pero en esta oportunidad la redondita se posó sobre el remate superior y, cien por ciento clara en su destino, se dejó caer hacia el lado del bosque.

Balón de Paulito perdido, pichanga finalizada (sin «último gol gana todo») y calabaza calabaza...

El Petiso Álvarez no era el más querido entre los niños del condominio: lo eran la dupla de Paulo y Cristóbal. Sin embargo, en esta ocasión el que se llevó las miradas de reprobación fue el chico de las pestañas largas.

Cris, por primera vez, vio que sus amigos le daban la espalda.


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 DICCIONARIO CHILENO

- Pavo: tonto. Alguien temeroso. 

Jerónimo sin cabeza [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora