Esa noche Cristóbal no logró conciliar el sueño con tranquilidad. Sabía que lo estaba haciendo pésimo, que lo había arruinado con Camila y que ya le debía un balón al Chocolito Paulo. Necesitaba desahogar la pena, mas él nunca había sentido la confianza de hablar sobre mujeres con sus padres. Es que aún tenía el recuerdo de tres años atrás, cuando el señor Roberto no paró de molestarlo porque se había quedado prendado con la belleza de una niña, lo cual lo ruborizó, al punto en que terminó prometiéndose nunca más confesar cada vez que encontrara bonita a alguna mujer. Laura, con su ternura de madre, y amonestando a Roberto, le aconsejó que para otra ocasión respondiera que ya era grande: era algo normal que a esa edad se fijara en las niñas y no existía motivo de burlas. Incluso así, él decidió que con ellos lo de las mujeres fuera un tema tabú. Sentía vergüenza de las palabras que empleó y de sus acciones. Rabia consigo mismo. Pero no podía expresar y decirles que tenía el corazón roto, mucho menos que lo vieran como un perdedor en el amor.
Después, por su cabeza, pasó la imagen del Petiso Álvarez y lo moreteado que pudo haberlo dejado. Una diminuta sonrisa le alivió el rostro. De los niños del condominio el enano del bozo lechoso era el más desagradable, por lejos; e incluso así le guardaban cariño y no dejaba de ser parte del grupo. Finalmente pensó en su amigo Chocolito. Como los niños que eran tenían sus rifirrafes que siempre desembocaban en carcajadas y en un abrazo de compadres. En otro momento lo habría tomado como una más de esas peleas. Pero por desgracia, la notoria molestia que esa tarde Paulo dejó en evidencia, lo hizo pensar que la amistad podía estar debilitándose.
A la mañana siguiente se levantó, pensando en el colegio como si fuera una pesadilla. No le pareció una mala idea volver a meter el termómetro del botiquín en el microondas y fingir estar afiebrado, aun sabiendo que nadie caería. Un par de años atrás lo había hecho para no asistir a una prueba de matemáticas, y le resultó. En realidad sus padres se hicieron los tontos. Vieron la posibilidad de llevarlo al doctor con el fin de que Cristóbal soltara la verdad, pero optaron por no presionarlo. Llegando la noche, le hicieron ver que mentir no estaba bien.
De pronto, resignado y cuando acababa el desayuno, el timbre sonó.
—Es Paulito con su papá. Preguntan si el niño quiere irse al colegio con ellos —dijo doña María antes de echar afuera el notición de la mañana—: Sabe qué, Laurita, cuando venía para acá me di cuenta que de nuevo tiraron esponjas en el muro. ¡Hay hasta un sillón! Le pregunté al señor del negocio de la esquina y me dijo que nadie pudo ver quién fue. Y esta es la segunda vez; la primera fue el jueves pasado. ¡Gente cochina! ¿Por qué no mejor van a tirar basura donde ellos viven?
El cielo mostraba un diáfano sol que más tarde tendría a la ciudad derretida. Cristóbal cerró la puerta principal. Acto seguido, caminó con las manos en el vestón hasta sacar la derecha para abrir la puerta trasera del auto. Adentro, con una amplia sonrisa, lo esperaba Paulito.
El trayecto hacia el colegio lo hicieron entre carcajadas. Los comentarios chistosos del papá de Paulo siempre han tenido el efecto deseado en cualquiera que se encuentre a su lado. Una vez en el colegio, les deseó a ambos un buen día y tomó el rumbo hacia la empresa tabaquera en la que llevaba trabajando quince años.
—Paulo, sé que lo de ayer fue tonto de mi parte, pero no tienes que hacer como si nada ha pasado —le dijo Cristóbal en la puerta de entrada—. Te agradezco que no le contaras al tío que por mi culpa perdiste la pelota que te regaló. Era negrita, era bacán. Yo...
—Oye, eres mi amigo, ¿no? —le respondió con alegría— De hecho, sí le dije a mi papá. No está enojado contigo. Ni mi mamá ni yo —de inmediato murmuró—: Creo que debes solucionar otra cosa.
Cris miró hacia atrás, por sobre su hombro y, entrando con el libro de Lenguaje pegado al pecho, se acercaba Camila. No le hizo un desprecio al verlo, que era lo más esperable de cualquier niña que se sabe linda. En realidad su postura se compungió. Bajó la mirada y con una cuota de temor caminó a paso rápido hasta ingresar en el establecimiento.
—No, no tendrán que comprarte otra pelota —dijo Cristóbal de forma impulsiva, después de pensar que por algún lado debía comenzar a solucionar las cosas.
—¿Qué?
—Que el tío no tendrá que comprarte otra pelota.
—Oye, tengo más. No era la única. De veras que está todo bien.
—La buscaré ahora mismo y te la devolveré —dio media vuelta y echó a correr de regreso al condominio.
—¡¿Eres idiota o te haces?! ¡¿Y si desapareces?! —exclamó Chocolito— ¡Todo el mundo sabe que el bosque está encantado! ¡Ni se te ocurra!
Pensó en alcanzar el auto de su papá para que ayudara a conversarlo de no cometer una locura, pero en aquella indecisión se percató que Cris ya le había sacado ventaja y no le quedó más remedio que perseguirlo.
Corrieron por las calles de San Romeo como el viento, espantando a los adultos, palomas y volándole el diario a más de un anciano. Como Cristóbal sabía que Paulo comenzaba a darle alcance, hizo un repentino cambió en la trayectoria, entrando en un callejón oscuro y grasiento, a la espera de que el moreno amigo siguiera de largo. Logró el objetivo. Y como un avispado polizón que no desperdicia una oportunidad, se metió en la puerta trasera de una micro que comenzaba a retomar la marcha. Veinte minutos en auto hasta el condominio, treinta en micro; pero tardabas mucho más si lo hacías corriendo. Era el tiempo suficiente para burlar a Paulo antes que él también se subiera a un bus de la locomoción. Claro, si es que a Chocolito se le ocurría el mismo método. Si no, mejor.
¡Y a Paulo no se le ocurrió hasta pasado cinco minutos de desenfrenada carrera! Se detuvo entre jadeos, posó las manos sobre las rodillas, volvió a incorporarse y, mientras sacaba el pase escolar, logró detener una micro.
Al llegar al condominio ya era demasiado tarde: Cristóbal se encontraba sentado en el remate superior del muro, con la pierna derecha al lado de la ciudad y con la otra mirando hacia el bosque. Antes, para lograr alcanzar los tres metros del paredón, había ocupado el sillón viejo (nadie sabía cómo ese mueble había llegado hasta ahí), además de otro número de cajas que contenían esponjas y también calzados. Tuvo el tiempo suficiente de tomar unas gruesas planchas de poliuretano y apilarlas al otro lado, ya que si la caída podía ser dura, entonces de alguna forma tendría que amortiguarla. Y si bien podía ser que unos cuantos inescrupulosos se tomaron el muro como un basural, para Cris lo arrojado terminó siendo algo oportuno.
Miró cómo Paulito corría para detenerlo. No pensó en nada: simplemente pasó la pierna derecha hacia el lado del bosque. Luego dio un suspiro y, con el verdor frondoso como único horizonte, se arrojó sobre las planchas.
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DICCIONARIO CHILENO
- Bacán: algo bueno, fantástico, genial.
- Micro: transporte público.
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Jerónimo sin cabeza [COMPLETA]
Fiksi RemajaEn la ciudad de San Romeo nadie es tan valiente como para ingresar en el bosque. La leyenda local cuenta que allí habita una bruja que decapita a todo humano que osa adentrarse en la espesura de los árboles. Además de los supuestos avistamientos del...