La casona del Doctor Cupido se encontraba situada casi al lado del corazón del bosque. Contaba con tres pisos y tenía una impresionante arquitectura al estilo gótico isabelino. Fue edificada por orden de John Waddington, empresario británico que se estableció en Chile a finales del siglo XIX. Considerada como una de las construcciones más opulentas de aquellos años, con sus claras fachadas y los cuatro salones con capacidad para quinientas personas cada uno y en donde se reunía la antigua elite del país. Además de gozar de un extenso jardín temático con rosas, setos bajos de boj y margaritas. Lo más cercano a uno de William Shakespeare.
Waddington era un amante del teatro, en especial de las obras de aquel afamado dramaturgo inglés. Durante un tiempo pudo contentarse con ver funciones musicales hechas por compañías españolas de zarzuela; pero después, a comienzos del posterior siglo, no dudó en echar una mano financiera a algunas de las primeras compañías teatrales criollas. Poco a poco fue ganándose el respeto de los actores chilenos. Discretamente, como a él le gustaba el reconocimiento.
El empresario falleció en 1932, a los setenta y siete años de edad y a causa de una enfermedad cardiaca. En ese entonces la ciudad no era ni la cuarta parte de lo populosa y modernizada en la que terminó convirtiéndose. Y la muerte de John Waddington tuvo la mala o la buena fortuna (por su sentido de la discreción) de coincidir con el arribo de sacerdotes provenientes de Cataluña que levantaron la primera gran iglesia. Aquel acontecimiento marcó el inicio de la polémica respecto al origen del nombre de la ciudad, porque si bien la fundaron como «San Romeo» en honor al Santo de Llívia, otro número de habitantes llegó a asegurar, encarecidamente, que se trataba de un homenaje a los gustos literarios del distinguido británico. Una controversia que nunca pudo alcanzar un buen acuerdo.
Después de su muerte la casona sufrió un parón del tiempo. Los trabajadores que acompañaron a Waddington hasta el último aliento hicieron abandono del lugar. Todo empezó a secarse. Las pinturas y los muebles traídos desde el viejo continente comenzaron a coger polvo. Las enredaderas cubrieron las paredes y la maleza fue ganando lugar en el jardín. Cualquiera hubiese pensado que allí adentro vivía Miss Havisham, la mujer del corazón roto en el universo de Charles Dickens.
Hogar de lagartijas y arañas, nadie más quiso entrar en sus aposentos. Incluso se rumoreó que estaba embrujada, lo que alejó a los saqueadores que la tenían en la mira. La casona no sería restaurada hasta poco después de la construcción del muro divisor.
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Jerónimo sin cabeza [COMPLETA]
Ficção AdolescenteEn la ciudad de San Romeo nadie es tan valiente como para ingresar en el bosque. La leyenda local cuenta que allí habita una bruja que decapita a todo humano que osa adentrarse en la espesura de los árboles. Además de los supuestos avistamientos del...