Cap. 43º: "Sacrificios."

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En algún sitio leí una vez, que aquellas personas que experimentan el dolor son aquellas que saben apreciar mejor los buenos momentos de la vida, porque una vez que superas los obstáculos del camino tu propósito aquí cobra verdadero sentido... o al menos eso dicen.

No estaba segura, pero algo me decía que el propósito en la vida de Alexander Wayland tenía que ser jodidamente asombroso como para tenerlo en estos momentos en plena batalla con sus demonios internos, a mitad de un parque desierto vestido con ropa elegante arrugada y manchada, en compañía de una chica igual de desaliñada y conflictuada que él, y quien por cierto, no podía parar de mirarlo.

Lo sé, la imagen que debíamos de estar ofreciendo podría prestarse para un millón de cotilleos, y aún así ahí estábamos, siendo más honestos de lo que jamás habíamos logrado ser inclusive con nosotros mismos en la soledad de nuestros corazones acorazados.

—Lo he jodido todo —dijo Alexander después de pasarse una mano por el rostro y darle un último trago a los restos de café que aguardaban en el envase.

Lo miré confundida.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a la imagen de tipo duro que tenías de mí —dijo esto último regalándome una de las tantas sonrisas socarronas de su repertorio personal.

—Veo que ya te sientes mejor. —contesté poniéndome de pie y alisando el vestido rojo para evitar que se levantase más de lo debido— Deberíamos marcharnos.

Alexander se puso en pie y me tomó por sorpresa al momento en que sujetó mi mano.

—Gracias —dijo sin más, en un tono tan formal, que no pude evitar sentir un hormigueo recorrer cada una de mis terminaciones nerviosas.

—¿Por qué? —dije casi en un susurro.

—Por quedarte.

Y así de rápido como se había acercado a mí, se alejó y comenzó a desandar el camino de regreso a la librería donde habíamos dejado su lujoso auto aparcado.

¿Por qué? ¿Por qué Alexander era el único ser humano capaz de provocarme un mini paro cardiaco con tan sólo dos palabras? Me odiaba a mí misma por inconscientemente haberle otorgado ese poder sobre mí... y al mismo tiempo... ¿A quién quería engañar?

Estaba comenzando a tener sentimientos por mi hermanastro, y lo peor de todo era que no podía hacer nada para evitarlo.

***

Habíamos decidido volver a la mansión después de pasar la mayor parte del día fuera. Tarde o temprano teníamos que enfrentarnos con nuestros respectivos padres, y aunque el hecho de ver a mi padre no me emocionaba sobremanera, sabía que era lo que debía hacer.

—Voy a sonar como una tonta, —dije antes de colocar la mano sobre el picaporte de la puerta de entrada de la mansión— pero me da miedo entrar.

Alexander me dedicó una mirada de soslayo y sonrió de lado.

—No lo sé, gatita, pero siempre que tengas miedo de algo piensa en el peor escenario posible.

—¿Cómo? —lo miré con todo el desconcierto tatuado al rostro.

—De esa forma si todo sale bien, no tienes de qué preocuparte, y si sale mal... ya estás preparado para ello—dijo encogiéndose de hombros.

—¿Y se supone que eso te hace sentir mejor?

Alexander negó con la cabeza sin poder ocultar la sonrisa de par en par que se le había comenzado a dibujar en el rostro, y sin decir más abrió la puerta principal.

—¿Alexander? —se escuchó un chillido estruendoso desde lo alto de la escalera.

Enfundada en una bata de satín negra, se encontraba Regina en lo alto de la escalera, quien al momento de hacer contacto visual conmigo, bajó los peldaños más rápido que una exhalación. Instantáneamente retrocedí, como si el cuerpo de Alexander pudiera servirme de escudo contra los tremendos gritos que estaba pegando aquella loca.

—¡Tú! —dijo incluso antes de llegar al último escalón de la escalera de caracol— ¡Tú arruinaste la cena de ayer por completo!

¿Quién demonios se creía que era esta tipa para hablarme así? Estaba tan desconcertada por ver a esa mujer armar tal teatrito que en lugar de defenderme, me quedé de una pieza al ver casi en cámara lenta como su mano con uñas postizas tan largas como zarpas, se elevaba en lo alto a centímetros de mi rostro y era detenida por el fuerte brazo de Alexander.

—Ponle una mano encima y te arrepentirás del día en que me pariste —dijo Alexander con una voz tan dura que logró inundar por completo la habitación entera.

Los ojos de Regina parecían dos canicas oscuras a punto de salirse de sus órbitas, y lo único que atinó a hacer, fue retroceder sin dejar de sujetar su mano.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? Soy tu madre.

—El título de madre lo tendrás, pero ni de lejos has sido una para mí —dijo mi hermanastro con la voz tan contenida que me sorprendía el hecho de que no estuviera vociferando al igual que ella.

—¡Alexander! —chilló la mujer al borde de la histeria— ¡Yo te he dado todo! ¡Mi vida entera la he sacrificado por ti!

—Pues te felicito madre, porque desde hoy vas a poder dejar de hacer sacrificios en mi nombre.

Sin darme apenas cuenta de lo que estaba pasando, Alexander abrió la puerta y salió sin mirar atrás. 

Me sentía como si no tuviese control alguno de lo que sucedía con mi cuerpo, como si fuese un autómata en un sueño que no parecía tener fin, y de esa forma, corrí detrás de él hasta adentrarme de nuevo en el asiento copiloto de su auto. No planeaba quedarme en casa con aquella señora. Cualquier lugar era mejor que ese, y por otro lado, dudaba que papá me fuera a echar de menos.

—Kate —exclamó al verme cerrar la puerta de un portazo.

—Okey, definitivamente este es el peor escenario posible —dije con agitación— Será mejor que arranques antes de que tu madre te venga a estropear el cristal —exclamé al tiempo que miraba en dirección a la mansión, donde Regina bajaba los peldaños de las escaleras de dos en dos con un paraguas en mano.

Los ojos de Alexander se abrieron como platos y sin esperar más tiempo, puso el motor en marcha dejando en cuestión de segundos toda una vida detrás de nosotros, y una completamente desconocida por delante.

***

Good Girls love Bad BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora