Cap. 47º: "Perfecta."

35.3K 1.8K 440
                                    

Su cálido aliento me dejaba sin respiración, y mis labios hacían lo posible por seguir el paso acelerado de los suyos. No podía pensar con claridad, o mejor dicho, no podía pensar en otra cosa que no fuera en él. En él y yo.

De pronto, con un rápido movimiento, Alexander quedó encima de mí, recargando todo el peso de su cuerpo en sus fuertes brazos, los cuales acababa de colocar a un lado de mi sorprendido rostro.

—¿Qué pasa? —dijo Alexander con esa media sonrisa que erizaba cada vello de mi piel.

Sin poder evitarlo, desvié la mirada, como si el hecho de no tener que encontrarme con sus ojos, me permitiera poner en orden mis pensamientos.

—Nada —susurré.

—Y nada siempre es algo —dijo él, al tiempo que acercaba su rostro a mi oído.

De pronto sus carnosos labios volvieron a buscar los míos, y un suave mordisco provocó que el resto de autocontrol que creía que quedaba en mí, desapareciera por completo. Sujetándome del cuello de su camisa, lo atraje hacia mí y lo besé casi con desesperación, como si el simple hecho de no tener sus labios cerca de los míos, fuese algo insoportable.

Cuando tomé un poco de conciencia de lo que ocurría, yo me encontraba encima de Alexander, mientras él comenzaba a recorrer mi vientre por debajo de la blusa del pijama. Estaba tan excitada que un dolor apenas imperceptible se comenzó a formar entre mis piernas. Las manos de Alexander siguieron su recorrido hasta que sus dedos comenzaron a acariciar lentamente el contorno de mis pechos, porque claro, no llevaba sujetador alguno.

—Alexander —dije con la voz entre cortada.

Sus ojos se encontraron con los míos. No sabía si era el efecto que estaba teniendo sobre mí, o si no lo había notado antes, pero sus pupilas estaban tan dilatadas que me estremecí un poco. Sus ojos esmeralda reflejaron lo asustados que estaban los míos.

—Kate —musitó él con su ronca voz.

—Yo... —dije alejándome un poco, de modo que quedé sentada en su regazo, con ambas piernas a cada costado de él. —Soy virgen.

Al momento que las palabras salieron de mi boca, un tremendo calor se apoderó de mis mejillas. Me sentía pequeña y ridícula con tan sólo decirlo, y por ese mismo hecho, evité a toda costa mirar a Alexander.

Seguro que se comenzaría a burlar de mí al instante. Quiero decir, era Alexander Wayland, codiciado por un millón de fanáticas y demás famosas. ¿Con cuántas chicas no habría estado ya antes?

Sin embargo, mis ojos se abrieron como platos al momento en que sus brazos me atrajeron hacia él y quedamos en posiciones opuestas, él encima de mí y yo recostada sobre la cama. Una cálida sonrisa se comenzó a formar en la comisura de sus labios.

—No me mires así —le rogué, tratando de ocultar mi rostro en cualquier lado, para que no pudiese ver lo humillada y patética que me sentía.

—Katherine —dijo sujetando mi mentón con delicadeza, pero con la suficiente fuerza, como para hacer que nuestros ojos se volvieran a encontrar —¿Por qué te preocupa eso?

—Porque sí —mordí mi labio inferior casi de forma inconsciente —Yo... no sé hacer nada —confesé finalmente.

—¿Nada de qué? —dijo Alexander sin borrar esa sonrisa que para mí era nueva en el repertorio.

¿A caso denotaba cariño? ¿Ternura? No lo podía creer.

—Nada —lo miré con frustración— No soy como las otras chicas con las que has estado, Alexander. Yo... sólo he tenido una relación seria, y eso fue en la secundaria y la verdad...

—Kate —me interrumpió, esta vez con una leve risa amenazando con salir de sus labios— ¿Qué estás diciendo? Tú eres perfecta.

El corazón me dejó de latir por unos segundos, y al ver mi cara de estupefacción, Alexander comenzó a sonreír de nuevo, al tiempo que acariciaba mi rostro.

—No tenemos que hacer nada que tú no quieras —dijo finalmente.

Y sin esperar a que dijera nada, se tumbó a mi lado y no despegó su mirada de mí ni un segundo, en cambio yo, me acosté de lado para poder verlo mejor. Este terreno era totalmente desconocido para mí, en específico, este Alexander con el que me encontraba en estos momentos, era un completo extraño.

¿Dónde estaba el chico engreído y bipolar que me quería volver loca?

—No es que no quiera —dije después de eternos segundos —Es sólo que...

—Deberíamos ir más lento —concluyó él.

Vaya, quién lo diría, Alexander Wayland era todo un caballero disfrazado de estrella de rock.

—Gracias —susurré.

—¿Por qué me das las gracias, gatita? —dijo colocando un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja.

—Por esto —murmuré.

Y sin poder contenerme, lo besé. Esta vez, nuestros labios no se encontraron de forma desesperada y desenfrenada, sino todo lo contrario. Fue un beso lento, de esos que se te quedan grabados para siempre años después con tal sólo cerrar los ojos. Así era los besos de Alexander, inolvidables.

***

A la mañana siguiente, la cálida luz del sol se comenzó a filtrar por entre las pesadas cortinas del motel, provocando que mis ojos se entreabrieran en señal de protesta ¿Qué hora era?

Estaba a punto de mover mi brazo izquierdo para alcanzar el reloj digital que se encontraba en la mesita de noche, cuando de pronto el fuerte brazo de Alexander me atrajo hacia él y me pegó contra su cuerpo, sin embargo, eso no fue lo que causó que mis ojos se salieran prácticamente de sus órbitas, sino el hecho de que pude sentir un predominante bulto que se clavó en mi trasero.

—Alexander —jadeé sin aliento.

Sin embargo, cuando intenté girar mi cabeza para mirarlo, pude notar que estaba profundamente dormido.

Mierda, ¿A caso todos los hombres se despertaban con una erección enorme por las mañanas?

De nuevo, volví a intentar sin éxito desprenderme de su abrazo, así que opté por rendirme y descansar mi cabeza sobre la almohada. No podía creerlo, estaba en un cuarto de motel con mi hermanastro. Dios, no, no. Esa palabra ahora sonaba horrible, y además, ¿qué era todo esto? ¿éramos oficialmente una pareja? ¿oficialmente estábamos saliendo?

Mi cabeza se encontraba tan ocupada dándole vueltas al asunto, que cuando una serie de golpes contundentes se comenzaron a oír en la puerta, no pude evitar sentarme de un brinco en la cama al igual que Alexander.

—¡Alexander, abre la puerta de una puta vez! —se escuchó desde fuera.

—¿A caso es...? —comencé a decir mirando a Alexander con preocupación.

—Mierda —dijo él entre dientes, al tiempo que se ponía de pie.

Los golpes en la puerta no dejaban de sonar. El escándalo era tal, que podía sentir prácticamente cada muro de la diminuta habitación temblar. Miré a Alexander, quien no llevaba más que un par de boxers puestos, e inconscientemente tiré de las cobijas para cubrirme, a pesar del hecho de que, a diferencia de él, yo sí llevaba el pijama completo.

—Alex, espera —dije.

Pero era demasiado tarde, ya había abierto la puerta.

—Pero qué sorpresa —dijo Alexander con ese tono de voz irónico que tanto lo caracterizaba —mira lo que trajo el viento.

—Si serás cabrón.

Y entonces, empezó el caos.

***

Andrea. 🖤

Good Girls love Bad BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora