1° capítulo

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Las lunas pasaban rápido, el rey Kim JongIn sentía el peso de los años y el desgaste natural de su salud.

Mientras el tiempo avanzaba, debía preparar todo para el asenso de su primogénito, Kim SehYoon, quién a sus 24 años estaba lo suficientemente preparado para asumir el lugar de su padre.

Si bien él se reusaba a tomar el cargo, su padre debía presionarlo, buscar pronto una buena omega para su hijo, y así asegurar el bien del reino, la desendencia para cualquier monarquía era indispensable. SehYoon parecía reacio a comprometerse con las princesas y doncellas omegas con las cuales su padre había hablado, el hombre parecía hacerlo solo para fastidiarle la vida, entendía que en algún momento él debía casarse y procrear, pero SehYoon sentía que no era el momento, ni tampoco creía necesariamente indispensable el tener que comprometerse para obtener la corona.

Una tarde nuevamente su padre le insistió sobre el próximo encuentro con la princesa SeunHe, hija del rey Jeon del reino Sur, su visita sería dentro de  cuatro lunas.

— No estoy de acuerdo padre

— No está en discusión SehYoon, debes cumplir con todas las exigencias, debes ascender con una omega que te acompañe y que le otorgue príncipes al reino.

— Así no es como papá Soo decía— Susurró para sí, mirando por el ventanal de su cuarto, el mismo que daba al jardín principal del Reino.

SehYoon recordaba nítidamente cada historia que su padre KyungSoo le contaba antes de dormir, esas historias hablaban sobre el amor destinado y el romance.

Sus padres también habían sido comprometidos por acuerdo de sus familias, pero tuvieron la suerte de enamorarse desde el primer momento en que se vieron, en ese mismo instante fue que ambos dejaron de posponer el compromiso, Do kyungsoo era el nombre de su padre omega, recuerda el amor de ambos y el como KyungSoo se preocupaba por él, era un hombre bello, sencillo y lleno de sabiduría.

Recuerda como su padre casi pierde la razón cuando su padre Kyung enfermó, fue un tiempo doloroso para el Reino, para su padre y él, jamás habría alguien que remplazace aquel aura de bondad, jamás ningún omega sustituiría a KyungSoo y eso el Rey Kim JongIn lo tenía mucho mas que claro, nadie después de su omega volvió a tocar sus sábanas.





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Sus lágrimas bajaban quemando sus mejillas, aún tenía grabado en sus pensamientos las imágenes de su madre en el suelo, gritando su nombre, clamando piedad, rogando por que su pequeño hijo volviera a sus brazos.

El dolor y la angustia le estaban ahogando, ni los raspones, ni la fuerza con la que estaba amarrado de manos le importaban en aquel momento, nada podía distraer su miedo, miedo porque desde ese momento ya no había esperanzas, ni vida para ByeongKwan.

Aquella mañana soldados del reino invadieron su pequeño pueblo, capturando a todos los jóvenes sanos del lugar, separandolos de sus padres, recordaba los gritos, el amargo llanto de las madres, niños y padres alfas que nada pudieron hacer para impedir la partida de sus hijos.

Recuerda también el como trató de resistirse ganándose golpes e insultos, como fue subido a una carroza con celdas de metal, como con sogas gruesas y ásperas le amarraron de manos, presionando fuerte, dañando su blanquecina piel.

Con el paso de las horas su cuerpo comenzaba a sentir el dolor por la incomodidad que generaba el constante golpeteo del carro, debido al trote de los caballos. Con él iban unas cuantas chicas y otro joven, no los había visto antes pero suponía que eran de los pueblos cercanos al suyo.

Cada cierto momento las ganas de llorar volvían, pero como si sus lágrimas se hubieran secado, no derramó ninguna, sus ojos ardían mucho y apenas podía mantenerlos abiertos.

Sus castaños mechones de cabello caían por sobre sus ojos, sus labios estaban secos y sus mejillas inyectadas de un color rojo, debido a sus lágrimas.

Pronto la noche cayó, no sabía a donde estaban yendo, tampoco sentía que importara, pues fuera donde fuera tenía por seguro… No sería libre.

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Un fuerte estruendo le hizo sobresaltarse, uno de los guardias pasó su espada por cada barrote de metal, despertando a los omegas y betas que traían en aquel carro.

Los bajaron uno a uno, sin cuidado y fueron puestos en fila frente a unos grandes portones de madera y metal, frente a ellos unas gigantescas murallas que impedían la vista hacía el interior, además de guardias que protegían la entrada, vestidos con armadura y a cada lado llevaban una espada, sin duda estaban a los pies de uno de los reinos.

Cuando los portones fueron abiertos uno de los guardias del palacio les permitió pasar, junto a los guardias que les llevaban

— Nuestro Rey a pedido sirvientes, hemos cumplido con su orden— El hombre asintió y les hicieron pasar.

Luego de minutos y minutos fueron llevados a una especie de cuarto de baño, donde les hicieron desvertirse, nunca había vivido algo tan humillante.

Les dieron unos harapos desteñidos y les dictaron las reglas, eran tan simples como obedecer, nunca levantar la mirada ante miembros del palacio y guardar silencio.

Les dieron indicaciones, un alfa que parecía superior ante todos allí les habló a ellos con su voz de mando, hizo que ellos temblarán en su lugar, especialmente ByeongKwan, nunca nadie le había hablado con esa voz, experimentó la sensación de parecer tan débil y pequeño, sus piernas temblaron y su mirada estaba fija en el suelo, aquel alfa les gritó con voz firme sus labores y les llevaron a conocer el lugar donde dormirían, un asco, con esas palabras podía describirlo, era tan oscuro y sombrío, un gran contraste con la apariencia descaradamente ostentosa del Reino.

Su estómago comenzaba a sonar, no probaba comida desde la mañana anterior.

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Luego de que una omega de mayor edad les diera a cada uno un bote con jabón y agua, les dieron la orden de ir a sus labores.

— Bienvenido al Reino Kim niño, te ves muy joven— ByeongKwan no levantó la mirada y se mantuvo silencioso— Te daré un consejo— Habló con voz calma y baja— Solo obedece y guarda silencio, nunca levantes la mirada, tu primera tarea sera limpiar el harem, talla el suelo con el trapo que te di, las concubinas saldrán y tendrás el lugar despejado para que hagas los deberes.

La mujer miraba con verdadera compasión al chico frente a ella, parecía perdido en sus pensamientos y tan asustado. Ella vivió en carne propia aquel dolor de ser traído contra su voluntad, pero la única forma de vivir era así, obedeciendo, de no ser así te ganabas castigos y si tu falta era grave podías llegar a ser castigado con muerte, después de todo la vida de un sirviente no valía nada para los guardias reales, ni menos para el imperio.







°°°MY KING WOW°°°

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Con amor DoDo_Kwanie

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