Capítulo 3

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El aire corría entre los árboles provocando pequeños silbidos. Parecía como si el viento transportase susurros de aquellos que no podían estar allí. En mitad del bosque, una pequeña laguna brillaba con los pocos rayos de sol que lograban reflejarse en ella. Y, en la orilla de esta, dos jóvenes contemplaban el cielo en silencio.

Uno de ellos era de cuerpo robusto y piel bronceada. Tenía el pelo de color castaño bastante despeinado y los ojos azules grisaceos. Su rasgos estaban algo endurecidos y su mentón bien marcado. Llevaba ropajes algo desgastados, sin embargo, su aspecto era impecable.

La otra era alta y delgada, aunque bajo sus pantalones y su blusa se podía advertir un cuerpo bien definido. Su piel era blanca y suave. Su cara, de aspecto serio, estaba enmarcada por unas cejas negras, perfectamente arqueadas, que protegían dos ojos color almendra, con ciertas motas verdes, y unos labios pálidos y carnosos.

—No va a venir —comentó la chica de forma evidente.

—Hace mucho que no viene —respondió él preocupado.

—Sabes cómo están las cosas. No es fácil escaparse para venir hasta aquí.

El razonamiento de la chica no terminó de convencer al otro joven.

—No podemos estarnos aquí todo el día y todos los días. Conoces a mi hermana, cuando venga lo sabremos —insistió ella.

—Vete tranquila, yo esperaré un rato más.

—Adam —pidió ella a sabiendas de que él solo perdería su tiempo esperando.

—Ya me has escuchado, Anya, voy a esperar un rato más a Lexi.

Anya se sentó en el suelo resignada. Sabía lo que significaba su hermana para Adam, y le alegraba saber que alguien así cuidaría de ella, pero también temía que esos sentimientos originasen la destrucción de todos.

—¿Has hablado ya con ella? —le preguntó la joven hechicera.

Él se giró y la miró confuso.

—¿Hablar?, ¿sobre qué? —preguntó tratando de que no se notase que entendía perfectamente lo que le estaba diciendo.

Anya se rió.

—¿Sobre qué va a ser? Sobre vuestro futuro juntos reinando en estas tierras —dijo entre risas, pero enseguida paró de reírse al ver su mirada—. Venga ya, no te enfades, pero en serio te lo digo, tienes que hablar con ella antes de que todo se complique y sea demasiado tarde.

—No es el momento. Cuando todo acabe se lo diré —dijo seco.

—¡No es para tanto! —exclamó ella levantándose y colocándose a su altura—. Le coges de los hombros y le dices: Lexi, llevo enamorado de ti toda la vida. Eso sí, hazlo delante mía para que pueda ver su cara —añadió con una gran sonrisa.

—Ja, ja, ja —dijo él a modo de risa irónica.

Anya cogió del brazo a su amigo y lo miró seria.

—Ahora en serio, Adam, Lexi y tú sois tal para cuál. No imaginaría una mejor persona para mi hermana. Debes decirle lo que sientes antes de que sea tarde, de verdad, díselo.

Adam negó con la cabeza.

—No es el momento.

—¿Por qué? —insistió ella confusa.

—¡Porque no quiero que esté conmigo porque está asustada, presionada o sienta que es lo correcto! —explotó—. Quiero que esté conmigo porque lo desee tanto como yo —se sinceró.

Anya cogió aire lentamente. Sin duda era una situación complicada que habría que manejar con sumo cuidado. Sabía que contaba con la lealtad y la fe ciega de su hermana en su causa, pero también que esta sentía cierta debilidad por el príncipe y, por eso, siempre era tan insistente con Adam para que este se sincerase con ella y la alejase de ese presuntuoso principito.

Para Anya, y para todos los habitantes de Monmouth, Adam era el verdadero heredero a la corona de Camelot. Era el hijo bastardo de Lucas, su primogénito, aunque este lo desconociese, y, sin duda, sería un buen rey que devolvería la paz y la tranquilidad a todos los seres de esas tierras, sobre todo a aquellos poseedores de magia.

La guerra no tardaría mucho en explotar y Anya no podía permitirse divisiones ni conflictos internos entre sus filas. Debían permanecer más unidos que nunca para vencer al cruel y despiadado enemigo que cada día los cazaba y asesinaba sin descanso.

—Tenías razón, no va a venir —admitió él tras unos minutos en silencio.

—Quizá mañana —dijo ella con voz dulce tratando de animarlo.

—Si en una semana no aparece iré a buscarla yo mismo —advirtió él.

Adam sabía que para Lexi era difícil escabullirse de Palacio para ir a verlos, pero jamás se había retrasado tanto en ir a visitarlos. Comenzaba a preocuparse. Si el rey había descubierto algo acerca de sus poderes o sus escapadas a Monmouth, la chica estaba perdida.

—Si en una semana no ha venido yo misma te acompañaré en su búsqueda —aceptó ella.

Anya solía fingir ser fría y distante, pero, por mucho que lo ocultase para tranquilizar a Adam, ella también estaba preocupada por su hermana. Había pasado demasiado tiempo desde la última visita y comenzaba a temerse lo peor.

Se llevó la mano al corazón. Si ese déspota había sido capaz de dañar a su hermana ella misma se encargaría de no dejar una sola piedra en pie en Camelot y reducir todo a cenizas hasta que nadie recordase la existencia de ese maldito reino. Poco le importaba el futuro si su hermana no estaba en él junto a ella.


El reino del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora