Cassandra peinaba con suma delicadeza la larga y rizada cabellera de la protegida del rey.
—¿Qué sabemos del príncipe Marino ese? —preguntó Alexia con la mirada fija en la ventana.
A la princesa le encantaba contemplar la plaza del reino y sus gentes correteando de manera incesante. Le gustaba el mercado que se formaba cada dos días por sus calles y los cánticos que se podían escuchar desde su habitación.
—Máximo —corrigió la sirvienta.
—Lo que sea —respondió la joven levantando su mano de manera aburrida.
—No he podido averiguar mucho. Parece ser que el príncipe de Olaf es un joven querido por todos —explicó Cassie.
Alexia tragó saliva. Había mandado a su amiga en busca de información sobre el príncipe que le ayudase a frenar la boda. Sabía que siendo ella la protegida de Lucas, nadie hablaría con ella, pero con Cassie era diferente. Cuando los sirvientes se juntaban y se sentían en confianza, tendían a soltar su lengua. Y Lexi necesitaba toda la información que pudiese encontrar para usar en contra de su supuesto futuro prometido.
—Todos alaban a su señores cuando tienen miedo de ellos y piensan que pueden ser oídos —comentó Lexi levantándose de la silla y avanzando hasta su armario.
Cassandra se encogió de hombros. Sabía que lo que decía su amiga era cierto, pero aún así le extrañaba que ninguno de los otros sirvientes hubiese comentado algún bulo o anécdota sobre el príncipe extranjero.
—Parece que es un buen hombre —Hizo una pausa—. Todos sus consejeros lo incitan a usurpar el trono de su madre como legítimo heredero y, sin embargo, él siempre la ha respetado y se ha negado a arrebatarle la corona —le relató.
Esa frase sacó una elegante y malévola sonrisa de la princesa.
—Bueno, parece ser que ya tenemos su punto débil.
Cassandra suspiró. Esa no había sido su intención. Ella tan solo había querido mostrar a su amiga que su prometido no era un monstruo, sino un buen hombre, un buen marido que la alejaría de sus peligrosas y disparatadas ideas.
—¿Y bien?, ¿qué es lo apropiado para recibir a mi futuro exprometido? —preguntó señalando su armario divertida y con una maquiavélica sonrisa.
La princesa ya sabía qué hacer para que ese enlace nunca llegase a producirse.
Cassie rebuscó entre todos sus vestidos y escogió uno negro, entallado, con los brazos de encaje.
Alexia la miró de forma desaprovadora.
—¿Te pondrías esto para estar con Alejo?
La sirvienta comenzó a sonrojarse. Para Cassandra era incómodo hablar sobre Alejo. Era su mejor amigo, un buen confidente. Y, era cierto que sentía algo por él, pero no era apropiado. Estaba en palacio para trabajar, no para buscar marido. Además, después de lo que le había ocurrido a su madre, le era muy difícil poder confiar de esa manera en ningún hombre.
—¿Qué opinas de este? —preguntó Alexia entusiasmada.
Cassandra observó el vestido. Era de color verde esmeralda. La tela era gruesa, firme, pero elegante, y se ceñía a la perfección a las curvas de la princesa hasta que caía al suelo. En los hombros tenía cierta hombrera para encuadrar la figura y de ahí, caía una especie de capa que dejaba los brazos al descubierto. La zona del escote era apretada y en forma de V, mostrando sus senos algo más de lo que, en palacio, se consideraba apropiado.
Una vez con el vestido puesto, Alexia dio un par de vueltas, provocando que la capa de sus hombros se moviese de forma grácil.
—¿Y bien?
La sirvienta torció el labio. Debía reconocer que su amiga estaba impresionante. No por nada se la consideraba una de las mujeres más hermosas del reino. Con ese vestido estaba imponente. Rebosaba poder y seguridad, pero, si debía de ser sincera, no era de su gusto. Cassie siempre había sido más recatada, más tradicional.
—Pensaba que no queríais casaros con el príncipe Máximo.
—Y no quiero —respondió esta.
Cassandra negó con la cabeza. A veces apenas conseguía entenderla.
—Dejad que os termine de peinar y os haga un recogido.
Alexia se moldeó el pelo con sus manos y colocó uno de sus tirabuzones detrás de su oreja.
—Así está bien —Introdujo sus pies sobre unos zapatos plateados sin tacón—. Vamos a recibir al príncipe Mariano.
—Máximo —corrigió de nuevo Cassandra—. Y poneos aunque sea una diadema —añadió ofreciéndole una dorada que simulaba flores entrelazadas.
La verdad era que Cassie estaba preocupada por su amiga. La conocía suficiente como para saber que se metería en cualquier lío con tal de salirse con la suya y no estaba segura de que esta vez el rey lo dejase pasar. La alianza con Olaf era muy importante para Camelot y su cruzada contra la magia.
Alexia sonrió, aceptó la diadema y se la colocó delicadamente sin aplastar sus rizos. tan solo la quería para decorar su cabello, no para retirar de la cara, ni darle ningún tipo de forma. Después caminó de forma firme y elegante por los pasillos de palacio hasta llegar a la entrada donde esperaban Lucas y Jerome.
A su paso todos los presentes se giraban embelesados a mirarla, algo de lo que Alexia no era consciente, pero que incomodaba a Cassie de sobremanera.
Nada más ponerse a su lado el príncipe de Camelot se quedó sin poder articular palabra.
—Estás hermosa —comentó casi sin aliento.
Ella le dedicó una sonrisa cómplice.
En apenas unos segundos un carruaje llegó hasta la puerta, y de él se bajaron dos hombres y una mujer.
Alexia los observó al milímetro. La mujer era verdaderamente bella. Rondaría los cuarenta años. Tenía el pelo negro azabache y liso que le llegaba hasta la cintura. Su piel era blanca como la porcelana y sus ojos azules oscuros. Sus facciones eran finas, pero sin embargo ella mostraba una expresión dura y seria.
Desvió la mirada hacia el hombre que la seguía con recelo. Tendría más o menos la misma edad que la mujer, quizá un par de años más. Vestía una brillante armadura plateada y su mano estaba todo el rato sobre su espada, lo que evidenciaba su necesidad de protegerla. Tenía una barba perfectamente cuidada y su piel estaba ligeramente bronceada. Lexi lo contempló curiosa unos segundos. No era parte de la realeza, pero sin embargo ahí estaba con la reina. "Interesante", pensó.
Había llegado el turno de ver quién era el joven al que Lucas la quería prometer. Fijó su mirada y descubrió a un chico alto, algo escuálido, que caminaba mirando al cielo sin parecer tener preocupación alguna. Tenía los ojos azules como su madre y la piel algo más morena que la suya, pero seguía siendo pálida. Era alto y llevaba barba de algunos días para tratar de parecer más mayor de lo que era. La joven negó con la cabeza.
—¡Es un niño! —se quejó.
Lucas la miró de forma firme y amenazadora.
—Tiene vuestra edad, dieciocho años, así que dejad de poner las cosas difíciles —advirtió mientras los seis se acercaban para saludarse como era debido.
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El reino del pasado
FantasyHace cientos de años una guerra sumió Camelot en el más profundo caos. La gloriosa ciudad y su querido rey cayeron. Ni siquiera el más grande de los magos fue capaz de conseguir que la profecía no se cumpliese. El amor, las traiciones, la avaricia y...