Capítulo 7

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Alexia se escabulló entre los muros y sorteó a los guardias hasta llegar a la puerta de sus aposentos. Aún con la puerta cerrada, se podían escuchar los chillos molestos de Jerome. La protegida del rey se mordió el labio inferior sintiéndose muy culpable. El príncipe se había despertado y al percatarse de su ausencia había acudido a su habitación, donde Cassie y Alejo la habían estado cubriendo, sin que el segundo fuese consciente de que el heredero al trono de Camelot no lo sabía.

Abrió la puerta y se introdujo dentro de la sala de forma sigilosa.

—No la tomes con ellos, es cosa mía —dijo a modo de disculpa.

Lexi pudo notar los ojos de un joven alto y algo escuálido, con la piel ligéramente bronceada por el sol, clavados en ella con cierto desprecio. Se trataba de los verdosos ojos de Alejo. Esa reacción no fue algo que sorprendió a la protegida del rey. Sabía que ella no era del agrado de este. Alejo odiaba que la princesa siempre metiese en líos a Cassandra. Además, él estaba seguro de que ella les ocultaba algo a todos.

—¿Cómo se te ha ocurrido? —exclamó Jerome enfadado.

Cassie y Alejo se dispusieron a abandonar la habitación de forma silenciosa. Esa conversación no les incumbía.

—Ni lo penséis. No he acabado con vosotros —advirtió el príncipe con una severa mirada.

—Lady Alexia dijo que estaban juntos, que habíais pedido que los encubriésemos —explicó Alejo ante la decepcionada mirada de Cassie.

La joven sirvienta no podía creerse lo que acababa de escuchar. ¿Cómo había sido capaz de dejar en evidencia a Lady Alexia? Lexi era su mejor amiga, no permitiría que nadie le hiciese ningún daño.

Antes de que pudiese abrir la boca, Jerome avanzó de forma violenta hacia él y se colocó en frente suya.

—¿Estás diciendo que es culpa de Lexi? —preguntó en tono amenazador—. Creo que deberías recordar con quién estás hablando —añadió con desprecio.

De normal, Jerome y Alejo mantenían una buena relación, aunque con posiciones muy marcadas, pero el príncipe no permitía que nadie se metiese con Alexia, ella era su debilidad.

—Jer, ya basta —pidió ella—. Ha sido culpa mía —reconoció—. Déjalo pasar por esta vez —pidió colocando de forma suave su mano en el brazo de este—. Por favor, por mí.

El joven suspiró lentamente y dejó ir, nada convencido, a Cassandra y Alejo.

—¿Cómo tienes el tobillo?

Alexia abrió la boca para responder que estaba perfectamente y que ya no le dolía nada, cuando el príncipe se agachó y cogió parte de su vestido.

—Es sangre —dijo esperando una explicación.

La joven de cabello castaño bajó la mirada hasta esa pequeña mancha de sangre. Debió de haberse manchado cuando practicaba la sanación con Adam.

—No es mía —se excuso ella.

—No es una respuesta.

—Sí lo es, pero no es la que querías oír.

Jerome la miró molesto.

—Fui al bosque y había un conejo pequeñito; estaba herido y traté de cogerlo, pero se escapó.

Alexia había tenido que mentir tantas veces desde que había descubierto la verdad sobre sus padres, sus poderes y Monmouth que ya ni se sorprendía de lo bien que lo hacía. No había ni un solo titubeo en su voz ni nada que evidenciase que no decía la verdad.

—No puedes salir al bosque.

—No puedo quedarme todo el día en Palacio, acabaré enloqueciendo.

La voz de ella sonaba desgarradora y Jerome hubiese hecho cualquier cosa para ayudarla, pero su padre no era un hombre fácil de convencer.

—Dame tiempo —le pidió.

—No vas a conseguir nada. Él no va a cambiar —sentenció ella apenada.

La puerta se abrió de par en par provocando que ambos jóvenes centrasen su mirada en el rey.

—¡Qué suerte que os encuentro aquí juntos! —exclamó.

Alexia y Jerome se miraron contrariados. Parecía contento y eso era algo que les aterraba.

—¿Qué ocurre? —preguntó el príncipe dando un paso al frente.

—Mañana llegará una comitiva del reino de Olaf y quiero que estéis preparados.

—¿Por qué? —inquirió Alexia.

La visita de la realeza de otros reinos nunca le resultaba agradable, ni significaban buenas noticias para ella. Además, así sería mucho más difícil volver a escabullirse.

—Para preparar el enlace —sentenció el rey perdiendo su sonrisa.

La princesa abrió los ojos como platos y miró a Jerome algo dolida.

—¿Te casas?

La joven no entendía cómo no había sido capaz de decírselo. Era cierto que ella siempre guardaba innumerables secretos, pero aún así. Le dolía que Jer se fuese a casar.

—No. Escarlata solo tiene un hijo —Se giró hacia Alexia—. Tú te casarás con el príncipe Máximo.

—¿Qué? ¡No! —se apresuró ella a replicar—. Me prometiste que no me casarías con nadie que yo no quisiese —rogó.

—Eso fue en tiempos de paz, Alexia. Se avecina la guerra y debemos conseguir buenos aliados —Hizo una pausa—. Un enlace con el heredero al trono de Olaf nos asegura su apoyo contra la magia.

Alexia se llevó la mano a la garganta y tragó saliva. No podía casarse. No quería hacerlo y no lo haría. Miró a Jer en busca de su apoyo.

—Padre, creo que deberíais pensarlo mejor —pidió este.

—Ya está decidido. Prepararos para mañana.

Su voz era firme y autoritaria. Y, nada más finalizar la frase, abandonó los aposentos de Lady Alexia dejando a los dos jóvenes en silencio.

Jer la abrazó con fuerza tratando de consolarla.

—No lo voy a permitir —le susurró al oído con voz tranquilizadora.

Alexia se separó un poco y se quedó mirando sus intensos y calmados ojos azules.

—Siempre juntos —dijo ella en un tono casi inaudible.

—Siempre juntos —repitió él de forma segura.

Era algo que siempre se recordaban en este tipo de momentos. Siempre habían estado ahí el uno para el otro. Era una promesa eterna que lo justificaba todo. Sin embargo, Alexia sabía que llegado el momento ella debería incumplirla. Que cuando la guerra estallase entre Camelot y la magia, ellos no estarían en el mismo bando y esa frase ya no sería más que palabras vacías del recuerdo del pasado.


El reino del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora