La voz de Alejo la sobresaltó.
—No sé a qué os referís.
—A la persona que todos buscan y que tú escondes en tu habitación.
Lexi tragó saliva.
—Sigo sin saber de qué estáis hablando —Trató de sonar convincente, pero sentía como les castañeteaban los dientes.
—Sí que lo sabéis, pero si preferís podemos jugar a ese juego. Llamo a vuestro padre, quizá él también desee jugar.
Lexi se giró y lo agarró del brazo.
—¿Qué queréis?
—Nada, solo que se sepa la verdad —respondió soltándo su brazo del agarre de la protegida del rey.
Alexia lo miró suplicante. Nunca había entendido por qué ese odio de Alejo hacia su persona. Sabía que no era de su agrado, pero ¿por quñe tanto odio? No recordaba haberle hecho nada malo nunca a él.
—¿Vais a llamar a mi padre y a decirle que su protegida está escondiendo a un prófugo de la justicia de Camelot?
La cara de Alexia había cambiado. Ya no suplicaba, lo miraba con seguridad. Había pronunciado cada palabra de una manera que evidenciaba que su plan no era para nada una buena idea. Incluso había llamado padre a Lucas, y eso que era algo que odiaba y a lo que solo recurría en situaciones desesperadas. Estaba claro que el rey de Camelot creería antes en la palabra de Lexi que en las de un sirviente.
—Sí, eso voy a hacer.
—No me hagáis reír, estaríais firmando vuestra sentencia de muerte —sus palabras sonaban seguras, pero en su interior la joven temblaba de pánico.
—Quizá, pero también la de la persona que con tanto cuidado escondéis en vuestra alcoba.
Esa frase la desmoronó. ¿En verdad estaba dispuesto a morir con tal de dañarla?, ¿por qué?
Debía ser rápida y pensar algo para salvar a Cristina antes de que fuese demasiado tarde. Cassie ya había ido en busca de ayuda, pero no creía que llegase a tiempo. Y entonces lo supo. Cassandra.
—Y también la de Cassandra.
La cara del joven se desencajó. Alexia había dado con su punto débil.
—¿Cómo? —preguntó el joven casi sin respiración.
—Si me denunciáis estaréis firmando la sentencia de muerte de Cassie, ella ha salido de palacio con una pertenencia mía nada más ocurrir el ataque. Suena sospechoso, ¿no creéis? —respondió llevándose la mano al pecho fingiendo conmoción.
—No seriáis capaz.
Alexia se encogió de hombros.
—Es vuestra mejor amiga, moriría por vos —insistió él.
En verdad Alexia jamás haría algo así, pero debía sonar convincente. Debía arriesgarlo todo para salvar la vida de Cristina.
—Sois un monstruo —Cogió aire—. Movéis a las personas a vuestro antojo, como si la vida fuese un juego. Sacáis de cada una lo que más os conviene y llegado el momento las desecháis. Vos solo sabéis pedir, solo pensáis en vos. No tenéis ni idea de lo que es amar a alguien, darlo todo de forma desinteresada —La miró con todo su desprecio—. Nunca seréis feliz. Aunque estéis rodeada siempre estaréis sola, porque la verdad es que en vuestro corazón no hay hueco para nadie más que no seáis vos.
Y dicho eso se fue profesándole a la joven el más profundo de los odios.
Alexia tragó saliva asimilando todo lo que el chico le había dicho. Lo peor de todo era que, en parte, estaba de acuerdo con él.
Sacudió la cabeza. No debía pensar en ello. No era el momento. Debía volver a la habitación y estar con Cristina hasta que llegasen los refuerzos.
—Cristina, ¿qué haces aquí?
La pequeña se sentó en la cama junto a su amiga y le miró de manera protectora.
—Tengo que contarte algo... —respondió mientras se frotaba los dedos entre ellos.
—¿El qué? —preguntó curiosa.
¿Qué era tan importante como para que la pequeña se hubiese alejado del poblado y se hubiese adentrado en los terrenos de Camelot sola?
—Te vi en mis sueños —le reconoció.
Los músculos de Alexia comenzaron a tensarse. No sabía demasiado del poder de la niña, pero había escuchado hablar a su hermana del poder de las visiones de ese tipo de brujas. Sin embargo, Cristina era demasiado pequeña y llegaba a controlarlo, por lo que aveces confundía sus premoniciones con sus propios sueños o pesadillas.
—¿Y qué ocurría?
Cristina se tapó los ojos con las manos recordando la escena.
—Que alguien quiere hacerte daño —dijo con su inocente voz.
—¿Quién?
Ella negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—Pero ten cuidado —pidió abrazándola con todas sus fuerzas como si ella con sus apenas nueve años pudiese protegerla.
Lexi comenzó a acariciar el castaño cabello de la pequeña para tranquilizarla.
—Tranquila —le susurró.
De pronto la niña se separó un poco.
—Tengo que volver a Monmouth. Mi hermano me estará buscando —dijo con una traviesa sonrisa consciente de que se había escapado sin decir nada a nadie.
—Pronto vendrán a por ti, pero, Cristina, tienes que prometerme que nunca más volverás a hacer algo así, ¿vale?
Alexia trató que su voz sonase dulce, que no pareciese que le estaba echando la bronca, pero en verdad lo que la niña había hecho era muy peligroso y no se podía repetir.
La pequeña asintió con la cabeza desviando la mirada hacia la ventana.
—Y otra cosa, necesito que no le cuentes a nadie lo del príncipe, ¿vale? Será nuestro secreto.
Esa última palabra iluminó el rostro de la pequeña hechicera. Le encantaban los secretos. Le hacían sentirse mayor y poderosa. Eran un vínculo irrompible de confianza.
—¡Vale! —respondió entusiasmada.
—A nadie —insistió.
—¡A nadie! —respondió de forma efusiva.
De pronto alguien golpeó la puerta. Fueron tres golpes secos y rápidos. Alexia saltó de la cama.
—Métete debajo de la cama y estate en silencio —pidió a la niña, quien acató la orden sin decir nada.
Lexi se acercó hacia la puerta y abrió lo justo para ver quién era, pero al ver a Cassie terminó de abrirla, la dejó pasar y volvió a cerrarla.
—Ya está —dijo la sirvienta con evidente nerviosismo.
Alexia la abrazó con todas sus fuerzas aliviada.
—Gracias.
—Lexi, ¿estáis segura de que va a funcionar?, ¿de que todo va a salir bien?
—Sí —mintió esta tratando de sonar convincente mientras indicaba a la pequeña que era seguro salir de debajo de la cama.
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El reino del pasado
FantasyHace cientos de años una guerra sumió Camelot en el más profundo caos. La gloriosa ciudad y su querido rey cayeron. Ni siquiera el más grande de los magos fue capaz de conseguir que la profecía no se cumpliese. El amor, las traiciones, la avaricia y...