—¡Adam!
La voz de Anya sobresaltó al hechicero. Se giró hacia ella y la miró con curiosidad entre los frondosos árboles.
—¿Se puede saber qué haces?
La joven lo miró sin entender a qué se refería hasta que Adam señaló el verdoso y largo gusano que esta sujetaba con delicadeza.
—Oh, nunca se sabe cuándo puede ser necesario —respondió quitándole importancia.
Adam se encogió de hombros y la chica guardó el insecto en un pequeño frasco repleto de diferentes hierbas.
—Parece que un dragón te ha pasado por encima —interrumpió Aaron entre risas.
Anya estaba llena de barro. Había tenido que caminar y sumergirse en un pantano para lograr un ejemplar de esa peligrosa criatura, pero para ella había valido la pena. Eran ejemplares extremadamente raros, además, Anya amaba realizar ese tipo de excursiones y tener un tiempo para sí misma. Era algo que hacía mucho de niña cuando estaba al cuidado de su tía.
—Ya bueno, al menos yo tengo excusa. ¿Cuál es la tuya para estar así? —respondió ella segura de sí misma.
Aaron se miró un segundo. Iba perfectamente vestido con una camisa holgada y unos pantalones marrones algo desgastados. Se pasó los dedos por sus cabellos algo molesto.
—Oh, ¿qué esta es tu mejor versión? —preguntó ella llevándose la mano derecha al pecho fingiendo sentirse mal—. Vaya, yo...
En realidad, a la hechicera Aaron le resultaba muy atractivo con esos ojos color miel y sus carnosos labios color carmesí, pero jamás le daría la satisfacción de mostrarle que podía llegar a sentir algo por él. Anya siempre debía mantener el poder, si no, no se sentía cómoda.
—Muy graciosa —se quejó él tratando de demostrar que sus palabras no le habían ofendido.
Adam miró a los dos chicos aburrido. Estaba algo cansado del rollo que se traían esos dos. A veces llegaban a parecer una pareja y otros días apenas se hablaban. Y él no quería estar en medio en ninguna de las situaciones.
—Tengo cosas que hacer —anunció.
—Espera, ¿has advertido a mi hermana?
Adam tragó saliva. Con todo lo del matrimonio había decidido omitirlo. No quería preocupar más a Lexi. Además, él siempre estaba cerca para cuidarla. No permitiría que nada malo le ocurriese.
—Se ha complicado.
—¿A qué te refieres? —preguntó ella seca.
—El rey quería casarla con el príncipe de Olaf.
Anya asintió con la cabeza.
—¿Y?
—Y hemos trazado un plan para que se libre del matrimonio y sea el rey quien se case con la reina —explicó como si de algo evidente se tratase.
—¿Qué? —explotó.
Aaron dio un par de pasos hacia atrás. Conocía a Anya como para saber que esta estaba a punto de querer asesinar a su mejor amigo. Y aunque su deber como guardián era protegerlo, esta vez prefería dejarlo pasar.
—¿Me estás diciendo que podíamos haber conseguido que el príncipe de Olaf se uniese a nosotros a través mi hermana, pero en vez de eso habéis consolidado una alianza entre ese reino y Camelot? —preguntó tratando de coger aire para no matarlo.
—Perdón, olvidaba que tú no tienes sentimiento alguno por nadie —respondió él con desprecio.
Anya alzó su mano derecha, pero enseguida cerró el puño y lo bajo de nuevo. No necesitaban una pelea. Ellos debían mantenerse unidos, pero Adam le había golpeado donde más le dolía. Claro que ella sentía igual que el resto, pero no podía permitirse que esos sentimientos dirigiesen sus planes. Si querían derrotar al rey de Camelot, debían ser más fríos y meditar cada posibilidad. Cada uno debía jugar su papel, aunque eso significaba sacrificarlo todo. El resultado merecía cada gota de dolor. Y era algo que Adam debía comprender. Sabía que el chico daría todo por la causa, incluida su vida, pero cuando se trataba de Alexia, siempre su juicio se nublaba.
—Sabes que te has equivocado —se limitó a decir antes de irse.
Adam resopló. Quizá sí que lo había hecho, pero ¿qué otra opción tenía?, ¿debía haber dejado las cosas tal cuál?, ¿dejar que Lexi se casase con ese príncipe que no le llegaba ni a los tobillos? Él había hecho lo que él consideraba mejor para Lexi, no podía dejar que se casase con alguien a quien no quisiese. Además, si las habladurías sobre la reina de Olaf eran ciertas, quizá con ese matrimonio lograban quitarse a Lucas de encima de una vez por todas. Y sin Lucas en el reino el caos se desataría y ellos podrían tomar Camelot sin apenas resistencia. Él podría reclamar la corona, pues era suya por derecho, y, entonces, Alexia podría casarse con él. Así podría darle la vida que ella merecía. Sería su reina.
Miró a su amigo que lo observaba con desaprobación. Abrió la boca para preguntarle si él no hubiese hecho lo mismo si de Anya se tratase, pero enseguida decidió no pronunciar palabra alguna. Sabía la respuesta. Aaron no hubiese tomado su misma decisión. El joven tenía sentimientos por Anya, aunque no lo reconociese, pero jamás la hubiese puesto por delante de la causa.
—No digas nada —advirtió Adam cuando su amigo se acercó—. Ya está hecho.
Aaron se limitó a posar la mano en el hombro del otro hechicero.
—Estás en problemas —comentó con una sonrisa, que cuando Adam lo miró, desapareció al instante.
—¿Cómo sigue Cristina? —preguntó él preocupado, aunque, en cierta forma, era una manera de cambiar el tema de la conversación.
Aaron meneó la cabeza algo disgustado.
—Está empeñada en hablar con Alexia —dijo entre suspiros—. Así que a ella dile que ya le has advertido —le pidió.
Adam asintió con la cabeza. Nuca haría nada que pusiese en peligro a la pequeña. Ella como un rayo de luz en ese oscuro lugar.
—Creo que la llevaré de caza mañana para que se despeje un poco.
—Aaron, es muy pequeña.
—No lo es —sentenció.
Aaron era consciente de la edad de su hermana, pero también de su papel y de sus poderes y, por tanto, no podía seguir tratándola como a una niña. Cristina había visto y sufrido horrores que, por su edad, no tenía que haber vivido, pero la vida no era justa, y menos si poseías magia en Camelot.
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El reino del pasado
FantasyHace cientos de años una guerra sumió Camelot en el más profundo caos. La gloriosa ciudad y su querido rey cayeron. Ni siquiera el más grande de los magos fue capaz de conseguir que la profecía no se cumpliese. El amor, las traiciones, la avaricia y...