19| Demasiado

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Deslizó un paño húmedo sobre la mesa y frunció el ceño. No estaba demasiado feliz aquella mañana. De hecho staba muy ansioso y no podía dejar de revisar su teléfono una y otra vez. Pero claro, no tenía mensajes nuevos, igual que hace...un minuto.

Se enderezó y suspiró. No sabía que demonios le pasaba. No es como que Jeanluque tuviera que enviarle un mensaje todos los días pero es que ¡Argh! El pomposo francés había estado fuera del país por quince días. Quince largos días que James había sentido como una jodida eternidad. Y la última vez que Jean respondió uno de sus mensajes fue tres días atrás. Eso era demasiado tiempo y James empezaba a preocuparse. ¿Qué si le había pasado algo? ¿Qué si decidía no volver a Boston? ¿Qué si por fin se había aburrido de lidiar con él? Gruñó y volvió a su tarea de limpiar las mesas.

Tenía tanto que contarle al odioso francés y no era justo no poder hacerlo. Pero era culpa de Jeanluque por haberlo acostumbrado tanto a su presencia, persiguiéndolo por todos lados, incordiándolo, irritándolo y luego, simplemente se iba de viaje sin decir adiós, porque el tonto menaje que decía: "Debo irme un par de día por asuntos de negocios. Te veo pronto". Esa no era una maldita despedida...no lo era.

Claro que James también se enojaba consigo mismo por dejar que la ausencia del francés le afectara tanto. No sabía ni en que momento se había apegado tanto a él. Tampoco le enorgullecía decir que lo extrañaba de otras maneras también. Por ejemplo echaba de menos el calor de su cuerpo, sus besos y eso no tenía ningun sentido. Y para que negarlo, se había masturbado unas cuantas veces pensando en él, en sus calidas manos, en sus ojos tormentosos, en esa risa baja y grave que lo hacía estremecer.

Sacudió la cabeza, acomodó las sillas en torno a la mesa y fue a la siguiente para rpetir el proceso. En aqullos quince días que Jeanluque no había estado alrededor, James renunció a la estación de servicio. Y un par de días después, encontró un nuevo empleo. Esta vez a media jornada en una cafetería. La paga no era una maravilla, pero el trabajo era agradable y con lo que le gustaba el olor a café... Era simplemente perfecto.

—James, necesito tu ayuda — pidió amablemente una de sus compañeras.

—Claro— tomó el paño y el desinfectante para ir hacia atrás del mostrador. Pam, su compañera tenía una cesta con tazas recién salidas del lava vajillas.

—Es una suerte que seas alto, era muy difícil alcanzar el estante superior— ella soltó una risita catarina.

Pam era bajita, alrededor de un metro cincueta y cinco. Cabello rizado y corto, ojos verdes y una sonrisa amigable. Pam era novia de Rufus, el chico que se encargaba de preparar los postres y panecillos en el turno de la mañana.

—No hay problema— James le devolvió la sonrisa y se dispuso a colocar las tazas sobre el estante superior. Luego llenó el resto aun cuando la chica le dijo que ella podía hacerlo.

La cafetería era grande y bastante centrica por lo que solían tener bastante clientela, almenos durante el desayuno y a medía mañana. La actividad tendía a disminuir a la hora del almuerzo en donde las personas buscaban una comida más sustanciosa. Quizá en un principio se había sentido un poco fuera de lugar ya que sus compañeros de trabajo eran jóvenes, Pam y Rufus tenían veintidos años y luego estaba Hillary, que tenía veintiuno. Sin embargo ellos se encargaron de hacerlo sentir bienvenido y le enseñaron todo lo necesario para que puidera trabajar agusto.

—¡Argh! Estoy aburrida— Hillary salió de la sala de descanso de los empleados. Ella tenía un largo cabello cobrizo que siempre ataba en una trenza. Unos ojos ambar y una colección de pecas sobre su nariz y mejillas. Ella podía parecer un ángel, pero también podía ser muy maliciosa cuando quería. —Oye Jimmy— James rodó los ojos, la pequeña chica se empeñaba en llamarlo así. —¿Te apuntas para otra competencía de café?  Esta vez pateare tu trasero.

Un amor para James (Suerte # 6.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora