AÚN DESPUÉS

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Era una enorme oficina, con una gran sala de descanso y un escritorio tan grande que parecía imposible que alguien pudiera llenarlo de tantos papeles. Aún así, había carpetas, folders y papeles, muchos papeles regados por toda la madera de la que estaba hecha ese escritorio. Apenas se asomaba la computadora, el teléfono y el celular estaban perdidos debajo de ese mar de archivos.

Nadie en su sano juicio pensaría que aquella era la oficina del CEO de la empresa, no con aquel desastre. Lo peor no eran los papeles, era que necesitaba encontrar una tabla impresa y así jamás lo lograría. De inmediato pensó en despedir a su secretaria, en definitiva no le estaba siendo útil, si la mujer fuera capaz de hacer su trabajo, no tendría ese problema de papeles y no podía darse el lujo de atrasarse por pequeñeces. Se estaba poniendo de malas y eso no era bueno, para nada.

—¡Shiroyama! —escuchó detrás de la puerta de su oficina y sonrió ampliamente. Se había tardado en reclamar.

Sin tocar o avisar, el hombre que había gritado entró poco menos que furico a la oficina del pelinegro. Tenía, para su sorpresa, más papeles en la mano.

—¿Te ayudo en algo, Akira? —sonrió recargándose en el respaldo de su enorme silla de color negro.

Akira Suzuki estaba frente a él con expresión de querer matarlo, su cabello rubio peinado de tal forma que nadie pensaría que era uno de los mejores abogados del país, vestía un traje carísimo de color gris y zapatos más costosos que un auto de baja categoría.

Alzó una ceja y permaneció parado frente al escritorio—. A ver Yuu, contéstame una cosa, ¿estabas drogado? ¿Ebrio? ¿Te pareció divertido? ¿Cómo carajos se te ocurre comprar...—revisó los papeles que llevaba en la mano— una editorial? ¿Una editorial? Dime, a nosotros como empresa, ¿de qué nos sirve una editorial? Además, lo hiciste sin consultarme, de que sirve que sea tu abogado y tu vicepresidente si vas a acabar haciendo lo que se te antoja— por fin se sentó en una de las sillas para visitantes e hizo un puchero.

Yuu sonrió—. Ya sé, pero no me ibas a dejar comprarla si te decía. La verdad ni yo mismo sé porque lo hice, creo que es una gran inversión y no es nada que no hayamos hecho antes. Comprar una empresa que está creciendo y volverla aun mejor —explicó como si fuera lo más normal del mundo.

Habían pasado diez años, diez años desde que se había ido de su casa para estudiar la universidad. Como era de esperarse, su ingenio e inteligencia lo habían llevado muy lejos, al punto en que un año antes de graduarse ya había conseguido suficientes inversionistas para fundar su propia empresa.

Al principio fue un poco difícil, pero a medida que pasó el tiempo las cosas se hicieron fáciles para Yuu, al grado de que a sus veintiocho años, era uno de los hombres mas influyentes y adinerados de Japón. Sin embargo tal vez el éxito no era enteramente suyo, mucho le debía a su vicepresidente Akira, a quien había conocido en la universidad y cuyo padre resultó ser uno de los socios que alguna vez conoció en la residencia Takashima.

Akira probablemente era el único amigo que alguna vez había tenido. El abogado era una persona extraña que a su vez parecía entender a Yuu a la perfección; su carácter, su manera de pensar y de actuar. Muchos tachaban al pelinegro de ser un poco excéntrico y muy malhumorado, nadie negaba su inteligencia y su impresionante visión para los negocios, pero aquellos que lo conocían no pretendían hacerlo mas a fondo, ni siquiera ser sus amigos, el único que había estado presente durante todo el tiempo había sido Akira.

Finalmente, el abogado suspiró—. Bueno, felicidades. Hoy en la noche tenemos que cenar con el presidente de la editorial y con su escritor estrella — dejó el volver sobre el escritorio y cruzó los brazos.

DeliriumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora