DOS MESES

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Por supuesto que sabía francés, el problema no era ese. El problema radicaba en que ese no era su país, y por mucho que le costara aceptarlo, extrañaba Japón. Ya llevaba dos meses en Francia y la vida era, ¿cómo llamarla? Aburrida.

Podía trabajar gracias a la identidad falsa que Manabu le había creado, pero él estaba acostumbrado a hacer las cosas a su manera, por supuesto que no iba a recibir órdenes de nadie. Así que simplemente se había resignado a vivir la vida como si de vacaciones se tratara. El problema era que sólo habían pasado dos meses y Yuu ya quería aventarse del puente más cercano al Sena.

Caminó por una de sus calles favoritas. Si algo debía de aceptar de París, era la hermosa arquitectura que poseían muchas de sus calles. Ya se había aprendido los caminos y conocía algunos de los mejores lugares para comer; sin embargo siempre estaba en busca de nuevos restaurantes o cafés, al menos podía entretenerse en eso.

Ese día no fue la excepción. Tenía un antojo tremendo de pastel, cosa rara en él. No era que no le gustara lo dulce, pero tampoco era un aficionado. Caminó por la larga cale analizando si debía comer en un lugar conocido o arriesgarse a conocer un nuevo sabor, sobretodo con el antojo que tenía, no quería que su antojo se viera arruinado.

Se detuvo en una minúscula cafetería de fachada pintoresca, alzó una ceja, parecía estar vacía incluso si ya era la hora del almuerzo. Se aventuró de todas formas, algo le había llamado la atención de aquel lugar y el antojo corría el riesgo de transformarse en mal humor.

Cuando entró, el sonido de una pequeña campana anunció su llegada, sin embargo nadie se apareció. Se sentó en una de las pequeñas mesitas que estaban pegadas junto a la enorme ventana que había ahí. Miró todos los cuadros que adornaban el lugar, en su mayoría eran paisajes, los cuales lograban darle un ambiente acogedor a la pequeña estancia.

Esperó aproximadamente cinco minutos antes de que un hombre de cabello negro saliera de la parte de atrás, traía el cabello amarrado en una graciosa coleta y pareció sorprenderse de ver a Yuu ahí.

—Perdón —habló con perfecto francés—. No escuché la campana—parpadeó varias veces. Le entregó un menú y esperó a que Yuu ordenara.

Shiroyama por su parte miró atentamente al mesero—. Disculpa, ¿eres japonés verdad? —preguntó sin una pizca de vergüenza en su propio idioma.

El otro sonrió de lado—. Nací allá, pero vivo aquí desde los catorce —explicó en japonés, el cual tenía un ligero acento—. ¿Estás de vacaciones? —preguntó confiado. Se notaba que el hombre era bastante extrovertido y llevadero.

—Me acabo de mudar, estoy en mi retiro, digámoslo así —hizo una mueca.

—¿Retiro? Pues, ¿cuántos años tienes? —parecía confundido. A su parecer los hombres mayores eran los únicos que podían retirarse y era obvio que la persona frente a él no pasaba de los treinta.

Yuu sonrió—. Menos de los que parece, soy... Aoi, por cierto —se presentó con su identidad falsa.

—Sujk —dijo el otro sin darle mucha importancia—. ¿Y ya sabes que vas a ordenar? —miró el menú como si este fuera a darle la respuesta.

Yuu pareció recordarlo de repente y hojeó la carta sabiendo exactamente lo que ordenaría—. Mira, la verdad lo único que quiero es pastel —dijo relamiéndose ante el pensamiento.

Sujk sonrió satisfecho—. Entonces, estás en el lugar adecuado, no hay pastel mas delicioso que el de mi hermano —le recogió el menú—. ¿Algún sabor en especial? —le preguntó antes de irse.

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