Te veía desde la cocina cuando tomabas las bandejas con los desayunos, o almuerzos, con las bebidas, cuando ibas y venías con vasos llenos y platos vacíos.
Te miraba de soslayo esperando que no notaras que te miraba, aunque yo supiera perfectamente que tú sabías lo que yo hacía. Entonces me tocó cambiar de lugar y mirarte desde el pasillo que daba hacia la cocina, esperando a que terminaras tu turno.
Te veías feliz en aquel lugar mientras hablabas con la gente y los atendías, mientras hacías bromas con los niños o escuchabas los consejos de los ancianos.
No era un día especial, ninguna fecha importante, ni tu cumpleaños ni el mío; no obstante era viernes. Los viernes tenía que esperarte media hora que acabara tu turno e ir la juntos a casa, como el horario de trabajo estipulaba.
Y a pesar de que era un viernes más de la semana, uno más de los aproximados cuatro viernes del mes, que se sumaba a los aproximadamente cincuenta viernes que tiene un año; entre todos los viernes de ese año te note más feliz que cualquier otro, sonreías y era algo que yo había perdido hacía tiempo.
Y si bien no recordaba muchas cosas de aquella sonrisa sabía perfectamente que la extrañaba.
Los viernes, nunca fueron especiales, aunque siempre seguíamos una rutina: El trabajo de 7:00 a.m. a 4:00 p.m, era el único día que coincidíamos, por lo que luego de salir, hacías las compras necesarias e íbamos por la caja de cigarros.
Para aquel entonces los problemas no pasaban desapercibidos aunque yo trataba de omitirlos, intentaba desaparecerlos y hacerlos inexistente; pero nos agobiaban a ambos.
En ese entonces no me importaban, pues estaba seguro de que te encargarías de ellos, pensaba que en algún momento dado tendríamos lo suficiente para saldar algunas deudas y estar más desahogados.
En aquel entonces yo estaba muy equivocado.
Perdón...
Perdón por intentar hacerme el ciego y no querer ver como las deudas nos ahogaban.
Perdón por dejarte sola en aquel momento.
Perdón porque en vez de pensar en los tres, en vez preocuparme, preferí quedarme con los placeres banales que creí mejores.
Perdón porque fui estúpido.
Pero mi segundo error fue creer que ya te tenía, que estarías allí pasara lo que pasara, que no podías irte. Mi error fue pensar que estarías todas las mañanas cuando abriera los ojos llenando con el olor de tu champú las masas de aire.
Mas en aquel entonces yo no sabía que era mi error, no sabía que cuando despertara ya tu perfume no estaría allí, no sabía ni era consiente de que todo podía ser tan efímero como lo fue en el momento en que me diste el último beso que no sabría que sería el último.
Porque en aquel entonces no sabía que todo sería tan efímero como el humo del cigarro, que se pierde constantemente en las masas de aire.
Aunque yo sabía que existía algo que no era tan efímero como el cigarro, que aunque no te gustara que fuera a comprar cigarros todos los viernes en la tarde. Era el amor. Porque estoy absolutamente seguro que nadie me esperaría cada viernes solo por unos cigarros, odiando a estos.
Nadie iba a estar allí a la hora de salida después de las dos horas de alcohólicos anónimos, nadie que no me quisiera tanto lo hubiera hecho.
Aquel viernes de entre tantos viernes, mientras caminábamos tomados de la mano en dirección al pequeño puesto donde compraba los cigarros, pensé en el tiempo que había transcurrido desde el momento en que aceptaste cenar, por todo los que habíamos pasado, hasta llegar a un presente que ahora es pasado.
En ese instante pareció ser nada, porque el tiempo se volvió igual que las cenizas que caían al suelo, se volvió insignificante y hasta casi miserable.
Así como que siempre te sentabas junto a la mujer del carro de flores mientras me esperabas, porque en aquel entonces era algo insignificante; pero, lo insignificante cambio de un segundo a otro, solo para darme cuenta de que nunca te había regalado una flor.
Fue justo cuando di un paso atrás, cuando dejé la caja en el lugar de donde la tomé y salí del lugar, solo con la intensión de comprar unas flores.
Me hubiera encantado comprar azucenas, para seguir con la ironía de tu nombre; sin embargo, aquella señora me dijo que no tenía azucenas, entonces decidí comprar los claveles pintados de azul.
Para ese momento efímero, estaba despierto, sabía que estaba despierto y que no estaba soñando o teniendo alguna alucinación. Y agradezco de todo corazón haberlo estado, porque así pude apreciar tu sonrisa amplia y sincera esa a la que tanto extrañaba.
Porque ahora que estoy más que consciente, en el momento en donde solo me quedan recuerdos de aquella sonrisa que extraño, sonrisa que puedes estar llevando por todo el mundo.
<<Prefiero comprarte flores que seguir intoxicándome con polonio-210>>
Fue lo que te dije aquel día, aquella oración te hizo sonreír más que nunca, aquella oración que en un insignificante momento fue presente y en otro se volvió pasado se quedó grabada en mi memoria y no te llevaste contigo.
Porque las flores se volvieron algo constante cuando el polonio-210 y la nicotina comenzaron a desparecer de mi sistema y la desintoxicación era evidente.
Porque para el día en que te vuelva a ver, ruego que me abraces así como lo hacías cuando te llevaba las flores, porque sabías que yo necesitaba aquel abrazo.
Porque para el día en que te vuelva a ver, espero poder decirte que amo regalarte flores y que el polonio-210 ni la radiación alfa dañe mis pulmones.
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EL DÍA EN QUE TE VUELVA A VER
RomansLos recuerdos y la memoria nos mantienen vivos diariamente, con ella aprendemos la rutina, la memorizamos y la recordamos todos los días, y si es necesario cambiarla lo hacemos sin problema. Mantienen vivos a los que de una u otra forma ya no están...