Trece.
Es quizás sólo un número hecho palabra, tal vez una palabra con sentido completo que se volvió número.
Un número puesto en el calendario, marcando una fecha exacta.
Porque recordar esa fecha y su significado era más fuerte que yo, que el alcohol que un cigarro y sus mentiras.
Porque significaba tiempo, estrellas y flores. Porque todo comenzó con un café y terminó con un beso. Porque tus cartas y recuerdos son lo único que me queda.
Porque aquel día trece indicaba un año, doce meses, cincuenta y dos semanas, trescientos sesenta y cinco días sin ti... Tiempo que mientras más desglosaba parecía ser más, que a la vez parecía ser menos, que parecía ser nada, que parecían veinticuatro horas o el mismo segundo en que supe que ya no volverías.
Porque eran ocho mil setecientas horas las que Ian había esperado pacientemente para volver a verte. Eran trecientos sesenta y cinco dibujos que te había hecho y guardado para que tú los vieras y decidieras cuál te gustaba más.
Aquel día trece, se cumplían seis años de haber derramado el café sobre una camisa blanca, de un ojo morado y de una cita que no salió tan mal. Eran seis años de haberte conocido y uno extrañándote.
Y por aquellos seis años atrás, decidí que iba a dejar mi puesto de jefe por un día e iba a volver a donde comencé, donde todo comenzó: De mesero. Porque así fue como comenzó todo esto, como la persona que no tenía nada y luego aún sin tener nada lo tuvo todo. Porque quise recordar el día en que fuiste a tomar un café con tu amiga y me tocó servirte. Porque quería sentirte más cerca que nunca.
En día trece no te cases ni te embarques, es lo que dicen las ancianas; sin embargo era la fecha en que mi apellido pasaría a ser el tuyo.
Aquellos trecientos sesenta y cinco días, eran los que debíamos contar, solamente esperando el día trece.
Porque no era un trece cualquiera, era el trece que habíamos escogido hacia un año atrás y en donde ya mi apellido sería es tuyo.
Pero no lo era, no lo sería.
Para el resto de personas sentadas en las mesas solo era un trece más, donde evitaban a la mala suerte o sus creencias, en día en que se iban a dar un gusto o romper la dieta.
En cada mesa que atendía esperaba que estuvieras allí con Erica conversando de cualquier cosa, que tus ojos parecieran y terminaríamos conversando en la azotea. Y yo sabía que era totalmente inverosímil y que no aparecería pero yo quería creer aquel día, quería volver en al pasado aunque fuera un día.
Aunque eso nunca llegó.
Aquel día mi carrera constante contra el reloj se detuvo permitiendo que el tiempo hiciera conmigo lo que quisiera, le permití jugar hasta cansarse porque cuando el reloj marcara las doce y el tres de un número se convirtiera en cuatro guardaría nuestra historia en un cajón dejando que se perdiera en el tiempo hasta olvidarla.
Habían pasado meses desde mi ultima carta, desde la última vez que estuve en tu puerta, desde mi última esperanza; sin embargo, tenía una carta escrita para ti guardada en un cajón evitando verla. No pude evitar pensar en tocar la puerta de tu casa una última vez jurando que sería la última y que terminaría de darme por vencido con ellas, mas no lo hice porque sabía que si lo llegaba hacer seguiría yendo hasta que me dijeran que te habías mudando.
Aquella noche sentado en el sofá mientras mis recuerdos bailaban en la sala uno tras otro y luego se repetían como una película infinita que seguro terminaría cuando marcaran las doce. Y con el lugar en silencio, todo parecía una tormenta que yo decidí acompañar con un café.
Pensaba en mi carrera constante, en ti y en mí, en el tiempo, en tus cartas y en las mías, en lo que tuvimos y llegamos a ser. Pensaba en que siempre estaba pensando en el "si hubiera", en el algo que ya no iba a ser y en el tiempo que perdí pensándolo en vez de concentrarme en lo importante.
El reloj marcaba las once cuando el tono del repique de mi teléfono me sobresaltó haciendo que derramará el café. Decidí no atender aquella llamada porque sabía que podría espantar los recuerdos que quería que terminaran de correr por mi sala.
Entonces tocaron mi puerta...
Y dude un segundo de los que marca el reloj en abrirla; no obstante lo hice. Abrí la puerta.
Recuerdo muy bien que lo primero que vi fueron tus manos temblorosas sosteniendo cada carta que había pasado debajo de tu puerta. No había una sonrisa en tu rostro, pero yo tampoco sabía como reaccionar a aquella situación.
《Sé que ya es muy tarde, mas, espero que aún haya tiempo para más recuerdos, para más historias, para nosotros》
Porque para el día en que te volví a ver, no tenía flores en la mano ni una caja de cigarros en mi bolsillo, porque en ese entonces seguía comparándote con una supernova y se sintió como si pisara el cielo. Porque las maletas no estaban a tu lado, y las ondas de tu cabello se convirtieron en mar, y las flores en el perfume que usabas, las mentiras en una risa, porque el sol se convirtió que una estrella muy pequeña y ni siquiera pude pronunciar tu nombre.
Porque cuando las palabras que salieron de tu boca formando una oración con sentido completo se quedaron atrapadas en mi garganta, pero no llegaron jamás a formar un nudo. Y así en el momento en que el papel entintado tocó el suelo desparramádose a nuestro alrededor, una emoción agridulce invadió el ambiente y me hizo sentir mejor de lo que me había sentido en todo el año.
Quizás el día en que te volví a ver no pude decirte que te amaba, pero lo haré el resto de los días en los que estés a mi lado. Mientras tanto: te ame, te amo, y te amaré hasta que el sol se convierta en una supernova y los relojes se detengan cuando tu perfume se convierta en olor a cigarro y las estrellas dejen de brillar, cuando el vodka no sea más que café y tu risa no solo resuene en mis recuerdos.
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EL DÍA EN QUE TE VUELVA A VER
RomantikLos recuerdos y la memoria nos mantienen vivos diariamente, con ella aprendemos la rutina, la memorizamos y la recordamos todos los días, y si es necesario cambiarla lo hacemos sin problema. Mantienen vivos a los que de una u otra forma ya no están...