prólogo

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Corría tan rápido como sus cortas piernas le permitían, sus pies estaban tan maltratados que podía sentirlos a través de la tela de sus finos zapatos, sus pulmones quemaban y su respiración amenazaba con colapsar, además su garganta estaba tan seca que mantener el aliento le era difícil, pero su vida era más importante.

Las imágenes de las dos horas anteriores pasaban por su cabeza obligándolo a sacudirla constantemente en un intento por despejarla, haciendo aún más difícil la concentración. Sangre, mucha sangre, gritos de terror y dolor lo perseguían, su ropa estaba manchada al igual que su rostro y sus manos, se sentía sucio y miserablemente solo, desleal, cobarde y traidor.
Dobló hacia la derecha en la esquina del oscuro y solitario camino deteniéndose abruptamente para valorar sus opciones, ¿A dónde ir? Su pecho subía y bajaba furiosamente provocando que su respiración fuera ruidosa y extraña, no sabía que hacer, su cerebro estaba embotando impidiéndole pensar con claridad. De repente un ruido de cascos de caballos le hizo entrar en pánico, movió su cabeza de izquierda a derecha buscando una escapatoria cuando a lo lejos divisó el muro de piedra que dividía la capital de la aldea de los cheonmim.

No había estado antes allí, para alguien como él que provenía de una familia noble, entrar a la zona  donde residían los esclavos y los chamanes era una aberración, aunque realmente nunca le importó, las personas eran solo eso, unas con más necesidades que otras, y ahora mismo no tenía otra opción.

Retomó la carrera revisando con ojos nerviosos la inmensa muralla en busca de una fisura o un agujero lo suficientemente grande que le permitiera atravesarla, solo entrar resultaba imposible, si algún soldado de guardia lo veía tendría que dar explicaciones, y no le apetecía, pero su estómago cayó en picada cuando reconoció a lo que parecía una pareja de yurchen custodiando la entrada, eran salvajes mezquinos que habitaban cerca del río Amur, vecinos de Yuan que estaban decididos a expandir su territorio, por lo que habían intentado arremeter contra ellos en varias ocasiones, siendo esta la más trágica, temeroso de ser descubierto se colocó ambas manos en la boca y retrocedió de espaldas internándose en el bosque que bordeaba la aldea por el lado izquierdo.

Atravesó el oscuro espacio lleno de follaje sintiendo su cabeza latir dolorosamente, la fatiga comenzó a apoderarse de él provocándole un frío sudor que lo estremecía, quizá era solo miedo, o tal vez su cuerpo quejándose del mal trato al que lo había sometido, pero según fue alejándose del peligro que suponía estar en la ciudad, pudo sentir el peso de los últimos acontecimientos agolpándose en su pecho, sus fuerzas menguaron y sus pasos se hicieron lentos y pesados como el nudo en su pecho.

Tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol cuando su respiración se volvió irregular nuevamente y gruesas lágrimas corrieron sin control por sus mejillas, seguidas de un fuerte sollozo que le desgarró el alma, cayó sobre la tierra húmeda de rodillas recordando la imagen del rostro de su madre cubierto de sangre, y sus hermosos ojos negros mirándolo fijamente por última vez.

La realidad lo golpeó de manera cruel, nunca más la volvería ver, ni a ella ni a sus hermanos ni a su padre, estaba solo, desamparado, abrió su boca tomando aire sintiéndose morir, el llanto se formó en su garganta despiadadamente, asfixiándolo obligándolo a recoger sus piernas miserablemente en posición fetal, y desbordado lo dejó fluir con fuerza, recordando su niñez, los abrazos de su padre, las risas de sus pequeños hermanos, las blancas y suaves manos de su mamá.

No dejaba de repetirse que era su culpa que estuvieran muertos, si hubiera permanecido en casa con ellos los hubiera protegido, aunque no fuera un guerrero ni mucho menos, solo un escuálido y débil muchacho que interesado en la música y las artes nunca aprendió a manejar bien la espada, pero no, tuvo que salir en mitad de la noche, aún cuando su padre le advirtió que no era aconsejable debido a la situación política que atravesaba la capital, se fue dejándolos solos, y cuando al final se desató el caos y las tropas de los yurchen atacaron las casas matando a todo el que se interponía en su camino y quemando las viviendas, cuando por fin reconoció su error y volvió sobre sus pasos aterrado a donde estaba su familia, ya el daño estaba hecho.

El eunucoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora