Pactos y compromisos

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Llevaba un buen rato en el café, uno de esos exclusivos a los que iba demasiada gente para su gusto, de ser por él estaría vacío. El bullicio lo saturaba, las risas ligeramente elevadas le resultaban casi insoportables. La única razón por la que se reunía en ese café era porque sabía que no encontraría un mejor lugar en donde comprar café colombiano. Una joven muchacha, de rostro delgado, mirada tierna, siempre con una sonrisa que llegaba a dar la impresión que jamás abandonaba su faz lo atendió, siempre le tomaba los pedidos la misma joven. Algo bueno era que no cambiaban con frecuencia de personal, eso le daba la sensación de estabilidad, además la joven ya conocía su pedido habitual y lo trataba con especial cortesía, como no hacerlo, era una figura púbica. Eso lo hacía sentir más cómodo e incrementaba el ya abultado orgullo que tanto lo identificaba. Por su parte no conocía el nombre de la joven, tampoco le importaba. A sus ojos era poco más que una sirvienta, la que trataba de hacer bien su trabajo. Si trabaja para pagar sus estudios universitarios o para mantener su hogar le daba lo mismo, era mano de obra barata.

-Aún no llega... - su voz denotaba la molestia por tener que esperar a su socio, en realidad era un prestador de servicio, uno que se llevaría una buena tajada si cumplía con su parte. Una demasiado grande a su juicio.

-Con su permiso- la joven dejo una taza de capuchino el que llevaba un diseño de una hoja en medio de la espuma moviéndose al ir del espeso líquido.

Él por su parte no hizo gesto alguno, su mente absorta en la espera. Una campana en la puerta la que anunciaba con delicada sutiliza el ingreso o salida de clientes hizo notar que alguien hacía su aparición. Fijo la vista en la puerta. Era él, su "sucio", "prestador de servicio", una sonrisa en su rostro, como si disfrutara llegar tarde, casi dando a entender que lo hacía a propósito. Eso sí que lo molestaba, pero no podía darse el lujo de entrar en conflictos con él por algo así, después de todo era el mejor de todos para la tarea que debía ejecutar. De modo que no le quedaba más que tolerar esos actos de leve insolencia.

- ¿Por qué esa cara? - pregunto el hombre cuando estuvo junto a la mesa. Acto seguido tomo asiento. Sus ropas, una chaqueta deportiva, camisa de lino blanca, unos jeans de buena marca, zapatos de cuero. Bien vestido, pero casual, una sonrisa en su rostro, casi dando la idea que se reunía con un viejo amigo. Su rostro de barba prominente, la que le confería más años de los que tenía, sus ojos azules y la tez clara, lo hacían ver amigable, por lo menos en ese momento.

-Llevo más de treinta minutos esperando- tuvo que contenerse para no responder desde sus entrañas.

-Es solo tiempo, - respondió mientras se acomodaba en la silla, fijo la vista en la muchacha dándole una inspección completa. La joven se mostró tranquila, no era la primera vez que hombres con dinero frecuentaban esos lugares y la miraban de esa manera - ¿Cómo te llamas? - pregunto sin tapujo.

-Andrea- la jovialidad nunca se apartó de su rostro.

- ¿Te gusta trabajar acá?

-Claro que sí.

-Atiéndenos bien y con gusto te daremos una buena propina - un toque de malicia se hizo notar en su mirada. La muchacha asintió- Quiero un cortado.

Lo escribió en su libreta de mesera.

-Enseguida vuelvo.

-Entonces qué noticia me tiene- pregunto el hombre a la vez que volvía a fijar su atención en quien lo esperaba.

-Es usted quien me debería tener noticias... - no toleraba tal insolencia- después de todo yo le estoy pagando.

-Es cosa de que mira las noticias, vea lo que ha sucedido, si ese no es un buen reporte no sé cuál puede ser- dejo caer su espalda en el respaldo de la silla dando a entender que estaba satisfecho con su trabajo.

Chile en llamasWhere stories live. Discover now