Senderos y tinieblas

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Los medios de comunicación televisivos comenzaban a llegar. La noticia de un pueblo completamente consumido por las llamas de un extraño incendio producto de más de cuatro focos que habían iniciado al unísono no dejaba de llamar la atención, así como abrir la puerta para todo tipo de preguntas. Sin embargo, por alguna extraña razón los canales habían decidido filtrar con minucioso cuidado cualquier comentario que apuntara a avivar la idea de que existían terceros tras los incendios. Incluso en una de las grandes cadenas de televisión abierta hubo un invitado que se dedicó a refutar cualquier insinuación que diera a entender que los focos no casuales o al menos. Datos, estadísticas, comparaciones, todo bien argumentado, con detalles y sumamente exacto. Para quienes habitaban en las zonas afectadas los datos no reflejaban la realidad de lo que estaban viviendo. Lamentablemente el resto del país no lo sabía y poco a poco los hechos se iban tiñendo de una verdad construida por los medios de comunicación, una que se alejaba de lo que sucedía. Por su parte Gonzalo decidió quedarse ese día en los restos del pueblo de "Santa Ana", unas cuantas entrevistas más, un par de testimonios que le permitieran tener un repertorio que enviar a Santiago; estaba en el lugar adecuado.

Mientras recorría los restos ennegrecidos y grisáceos una llamada a su celular interrumpió su itinerante deambular. Un número desconocido. Observo la pantalla. Sabía que no era de la radio, pues momentos antes había hablado con Jorge, quien al parecer se encontraba más tranquilo pues según lo que había dicho el "viejo" los últimos informes estaban bastante mejor. Tampoco era el número de Fernanda. En el peor de los casos sería uno de esos molestos call center que se dedicaban a realizar ofertas telefónicas. Por lo general no contestaba un número que no conociera, pero en ese momento, algo lo hizo deslizar el dedo sobre la pantalla y llevar el aparato a su rostro.

-Hola-. fue lo único que dijo.

Por el otro lado una voz de mujer teñida de un toque de molestia se hizo notar de inmediato. En un principio no la reconoció, no fue hasta un par de segundos después que supo quién era.

-Gonzalo te tengo que decir algo... - la voz se detuvo casi como si tratara de controlar sus palabras, dando la idea que éstas se encontraban a punto de salir casi como si un volcán hiciera erupción-. soy Macarena, tenemos que hablar urgente.

Macarena, ese era el nombre de una de las amigas más cercanas de Fernanda. Era de esas que les gustaba meterse en la vida de los otros. Poco tiempo era el que dedicaba a su propia y mucho, a gusto de Gonzalo demasiado, era el que gastaba en solucionar los problemas de los demás. Su voz aguda, casi como si fuera una especie de ratón que había obtenido la humana capacidad de hablar por un celular, fue la impresión que tuvo al oír el discurso que tenía que decirle.

-Estoy ocupado, no puedo hablar - respondió con sequedad.

-Es importante, se trata de Fernanda -. intervino, si bien Gonzalo no la podía ver, en su voz se notaba un toque áspero, casi como si hubiera estado llorando o al menos se encontrara preocupada.

-Dime qué quieres- a duras penas pudo ocultar la molestia que le causaba escucharla. La verdad era que nunca se habían llevado bien, pero debido al mutuo cariño que tenían por Fernanda aprendieron a tolerarse el uno al otro. Como toda buena mojigata poco o nada podía entender acerca de la relación que él mantenía con Fernanda. Las creencias que ostentaba, ese estúpido credo de guardar su virginidad para el único hombre de su vida, uno que ninguna mujer cumplía, al menos eso era lo que Gonzalo creía. La costumbre de ir todos los domingos a la iglesia y cantar unas canciones para luego escuchar a un pastor predicar acerca de cosas que aduras penas se lograban aplicar a la vida real, le resultaba incómodo; en especial ya que era justamente de esa dinámica que había intentado huir toda su vida.

Chile en llamasWhere stories live. Discover now