Reflexión

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El tiempo parecía haberse detenido, cada día era igual al anterior y a la vez diferente, a momentos sentía que todo cuanto había pasado no era más que una ilusión, como si siempre se hubiera encontrado en ese lugar. Su vida era aquella cabaña en medio de un alejado pueblo, una anciana y su nieta sus compañeras, a las que había llegado a apreciar como su madre y su una hermana pequeña. De cuando en cuando algunos cristianos, pertenecientes a la iglesia local iban de visita, leían uno que otro pasaje bíblico y oraban unos por otros. Sin darse cuenta esos momentos se comenzaban a ser de los más importantes de su vida. Cada palabra, gesto, risa, comentario, eran una cuota de luz en medio de las tinieblas que poco a poco se disipaban en la vida de Gonzalo.

- ¿Quién soy? - se preguntaba de cuando en cuando, tratando de no olvidar que por lejos que estuviera había una mujer y un hijo por nacer que lo esperaban-. ¿Qué camino estoy siguiendo? ¿Cuándo se detendrá todo esto y podré volver con mi amada?

Cierta tarde la anciana, La Lela, le se le acerco.

-Mi niño, no olvides que no estás solo, tienes un Dios que te observa y te guía... aun cuando sus caminos parezcan incomprensibles, él tiene todo en sus manos y nadie que es de su propiedad se pierde.

Solo pudo asentir con una forzada sonrisa, había escuchado esas palabras de niño y si bien necesitaba recordarlas, lo que requería era vivirlas. Sin embargo, Marcela siempre se daba el trabajo de recordarle lo malo que era Dios, si es que en verdad existía.

-Mi madre me abandono, mi padre nunca me quiso... - sonrió con ironía -. Jamás supe qué paso con ellos ni por qué me dejaron. Tuvo que criarme mi Lela... - le comento mientras hablaban justo antes de una reunión.

-Pero al menos tienes a alguien que te cuida y te ama.

-Pero yo misma soy una carga para la Lela, en vez de estar descansando ha tenido que asumir como hija a una nieta que nunca quiso tener- no pudo ocultar una mixtura de culpa y rabia en sus palabras.

-Sabes que no es así, ella te ama, no eres una carga para tu Lela.

-Sé que me ama, pero no significa que me esperara, llegué a su vida porque mi madre prefirió no abortarme, la verdad es que a veces pienso que es mejor que me hubiera abortado a nacer.

Gonzalo no pudo evitar sentir que esas palabras eran producto más del dolor que de un deseo real y sincero. Lo sabía, sus ojos decían otra cosa, su rostro también. Esa tarde durante una de las reuniones que con tanto fervor esperaba la Lela, algo ocurrió. Como nunca Marcela decidió participar.

-No tengo nada que hacer- fue su respuesta cuando la Lela pregunto por qué se quedaba.

-Que bueno mi niña- fue su respuesta a la vez que una sutil, pero firme sonrisa se dibujaba en su rostro.

Las canciones llenaban la pequeña y rutica sala de la cabaña, a las que se sumaban a oraciones y palabras sacadas de la Biblia. Una señora se puso en pie, mientras otra se arrodillaba y cantaban con las manos alzadas. De pronto un hombre se puso en pie, era el hermano Pepe, un señor adulto, de bigote prominente, mirada seria pero amable, de estatura media y voz ronca como si fuera locutor radial. Cuando miraba directo a los ojos parecía que era capaz de leer los pensamientos de las personas. La Lela decía que era un don, Marcela decía que lo encontraba extraño, para Gonzalo era lo más cercano a un hombre digno de ser respetado, muy diferente a sus jefes y compañeros de trabajo, jamás se excedía en su trato con las mujeres, nunca les decía una palabra subida de tono, siempre prudente y sumamente reflexivo antes de hablar. Abrió un la Biblia y todos guardaron silencio, como si supieran que hablaría una palabra sagrada, dada por Dios. "Honra a tu padre y tu madre que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien en tu vida y seas de larga vida sobre la tierra." Efesio 6: 2-3 es donde se encuentra el pasaje.

Chile en llamasWhere stories live. Discover now