Prueba y muerte

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Una camioneta de color negro, vidrios polarizados, a prueba de balas, sin patente y ningún tipo de registro lo estaba esperando en un aeropuerto privado. Una pista enorme, perdida en medio de la nada, con enormes focos a los lados, tres enormes hangares y una torre de control. Todo muy bien equipado con la última tecnología. Los autos de película, modelos exclusivos, ya había visto de esos vehículos. Los utilizaban para los políticos de las grandes potencias. "En esto hay más dinero del que puedo imaginar." No se equivocaba, todo pertenecía a los jefes de Michell, personas de las había escuchado demasiado y aun así sabía muy poco. A lo lejos una figura observa con una irónica y maliciosa sonrisa que no dejaba de incomodarlo. Era el hombre de los jeans "el coordinador de los trabajos en el sur". Junto a él otro una cicatriz en su rostro y un rostro que evidenciaba una natural disposición para asesinar. Ambos esperaban su llegada. Lo cierto era que al verlos no pudo hacer otra cosa más que sentir miedo, uno que recorrió su espalda, llegando a calar sus huesos. Solo en ese momento comprendió que la gente con la que estaba tratando era peligrosa, sumamente peligrosa. De haberlos hecho enojar o por el simple hecho de quererlo podrían asesinarlo sin la menor duda ni remordimiento. Eran criminales, no como lo era él, ellos eran de esos que mataban hombres, mujeres y niños, que acababan con vidas y que asolaban con fuego es esfuerzo de años solo para obtener lo que querían o si se les daba la gana.

-Llego nuestro jefe- el tono irónico se hizo notar de inmediato. Por primera vez se sentía completamente indefenso ante el hombre de los jeans y camisa.

-Prefiero pensar en ustedes como compañeros de trabajo- respondió tratando de sonar lo más natural posible.

-Entonces ensúciese las manos hasta la mierda- comento el hombre de la cicatriz quien no se caracterizaba por guardarse su opinión, en especial ante lo que andaban con traje y corbata. Esa gente lo molestaba, debía controlarse para no dejarse caer sobre ellos y molerlos a golpes.

-Lo haré- respondió a la vez que bajaba la mirada y traga saliva.

-Claro que lo hará - intervino el hombre de los jeans a la vez que dibujaba una sonrisa en su rostro y dejaba caer su pesada mano sobre el hombro del diputado-. Ahora vamos, usted tiene una tarea que hacer.

- ¿A dónde vamos? - no le agradaba ir a un lugar sin saber cuál era el destino. Sabía que no podía confiar en ellos, en especial ahora que estaba tan lejos de su región, sin protección y en medio de la nada.

-Eso no le importa, solo debe seguirnos- respondió el hombre de la cicatriz.

-No seas así con él, solo quiere saber dónde se encuentra, es lógico, después de todo está en medio de la nada, entre bosques que han sido azolados por el fuego.

Subieron al vehículo. Mientras caminaban a éste Mauricio no pude evitar sentir que estaba entrando en la cueva de un lobo, uno que en cualquier momento daría un zarpazo, uno que lo podía terminar por herir más de lo que imaginaba. El hombre de la cicatriz iba conduciendo, junto a él el de los jeans y camisa. En el asiento trasero iba Mauricio. Estaba claro quién mandaba, a su vez quién ejecutaba y quién estaba siendo puesto a prueba. Una sensación de dolor en el estómago comenzó a dificultarle la situación, el sudor bajaba por su frente y las manos le temblaban. Jamás en toda su vida estuvo tan nervioso como en ese momento. Sabía que debía acabar con la vida de alguien, pero de seguro eso era solo el comienzo, una vez que los obedeciera ellos le exigirían más y más. Tampoco tenía mucho que hacer, después de todo ellos trabajan para Michell y ella sabía todo sobre su vida, los momentos oscuros, las tretas y aspectos como éticos acerca de cómo llego a su cargo. Pero además les debía su compromiso y lealtad. Le había prometido que haría lo necesario para recuperar su buen nombre y por sobre todo el prestigio y poder dentro del partido. La oferta era tentadora y más que eso, era una oportunidad soñada. La verdad era que ya había tomado la decisión, solo quedaba ejecutar lo que le dijeran.

Chile en llamasWhere stories live. Discover now