XVI: A merced de las sombras

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  1. Los frutos de la discordia

Luego de que se recuperaran de la disputa física que habían tenido entre ellos, Katharina y Friederich empezarían a tramitar el divorcio o al menos aquello se dijeron una vez que tomaron caminos separados en el Pennsylvania Hospital. Friederich tenía los pómulos hinchados, la nariz roja por tantos golpes y los labios partidos mientras que Katharina tenía hematomas en el cuello y en el abdomen. Friederich evitaba pasar tiempo en su casa, luego de las jornadas de trabajo donde tenía que lidiar con compañeros entrometidos, frecuentaba diferentes bares del distrito donde tenía sus amistades con la misma frustración emocional que él. Por otra parte, Katharina no tenía que lidiar con ningún curioso porque escondía sus evidencias de guerra bajo el uniforme, además que evitaba interactuar con los demás cuando antes era una de las doctoras más sociables en la sección de cardiología. Apenas dialogaba con los pacientes que le correspondía atender, de esa manera se había convertido en la clase de especialista médico que odiaba ¿Acaso alguno estaba interesado en curar su corazón roto? No era necesario que alguien respondiera porque nadie era capaz. Estaba alejada de su familia, quienes podrían estar sospechando de su infortunio y ser capaces de intuir que Katharina Lifschitz había cometido un grave error al mudarse tan lejos con un hombre perdido en el alcoholismo. Las pocas veces que convivían los dos en la misma casa (si es que aquello se podía llamar convivencia) apenas intercambiaban palabra, pues Friederich creía que cualquier cosa que dijera, sería motivo para una pelea nueva. Eso era lo que menos quería Katharina, en realidad quería llegar al fondo de la verdad por más doloroso que sea el camino al conocimiento. Friederich se negaba a responder cualquier duda relacionada con las acusaciones de su desaparecida hija, alegando que era lo mejor para el matrimonio no se derrumbara y por su parte, Katharina insistía con divorciarse y volver a Alemania. Por más que deseara volver a encontrarse con su familia, no podía hacerlo, no se marcharía sola, necesitaba a Raven pero no tenía idea a donde había ido a parar. Ella había desaparecido nuevamente y era inevitable que se sintiera como una pésima madre. Ninguna comisaría del distrito paso desapercibida al momento de realizar la denuncia por parte de Katharina Lifschitz. La carencia de preocupación de Friederich era un motivo más para acelerar los trámites de divorcio. ¿Qué es lo que había visto de especial en ese hombre para casarse con el? No había ningún rastro del encanto de aquel hombre simpático, detallista y apasionado en la cama que había conocido hacía diecinueve años atrás. Se maldecía a si misma por haber aceptado la sugerencia de su familia de casarse en cuanto les dijo que estaba embarazada, como si fuera que vivían a principios del siglo XIX. Le faltaba un año para concluir la especialización de Cardiología cuando contrajo nupcias con un vestido blanco que resaltaba levemente la inclinación de su abdomen. A pesar de estar profundamente enamorada de Friederich, no estaba completamente segura que fuera un hombre hecho para una sola mujer. Había una distancia de tiempo de 18 meses entre la primer relación sexual entre ellos la cual había sido acordada como sexo casual y el casamiento. Ninguno de los dos creía que terminarían de esa forma, pero la familia Lifschitz demandaba que se cumplieran de manera ortodoxa las antiguas tradiciones. Al menos de la parte de Katharina, ella estaba enamorada y deseosa de formar una familia, no estaba segura que Friederich sintiera lo mismo, en especial el asunto de la paternidad. El tiempo le demostró que entre su presencia y su ausencia no había grandes diferencias. Aquella fría noche a mediados de Noviembre, Katharina Lifschitz von Wagner asumía sus errores mientras desbordaba en llanto. Consumida por su tristeza, cayó dormida en el sillón del living room. Despertó con los primeros rayos del sol invernal que traspasaban los pequeños agujeros de la persiana baja. No recordaba donde dejó su celular aunque tampoco estaba interesada en comunicarse con los demás. Por consiguiente, hizo algo inusual en su rutina matutina, prender la televisión y mirar el noticiero. El ambiente hospitalario era bastante estresante como para que Katrina se preocupara desde temprano por la violencia que acechaba sus alrededores y otros puntos de Estados Unidos. Sin embargo, cuando tu hija llevaba varios días desaparecida y la policía no comunicaba ninguna novedad, era necesario informarse más sobre lo que ocurría a sus alrededores. Katharina comenzó a sentir que le faltaba el aire cuando escucho que el conductor de cabello canoso y lentes cuadrados informaba sobre el hallazgo del cadáver de una adolescente en Pennsylvania. Katharina estaba a punto de ponerse a rezar, hasta que el hombre pronuncio un nombre que no se parecía ni un poco al de su hija: Sarah Browns. Los pulmones de Katharina volvieron a llenarse de aire aunque la tranquilidad fue efímera cuando mostraron el cadáver y el horror se volvio a apoderar de ella. En una imagen miniatura aparecia un rostro pálido y ovalado con un cabello castaño cobrizo que le rodeaba la mandíbula. Katrina conocía a la víctima ya que frecuentaba el Trewall Highschool y la veía algunas veces que podía alcanzar a Raven al colegio.

Conocimiento prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora