Cap. 12 ¡Por favor no!

19 5 2
                                    

-Buenos días señora me puede dar do...

Borré mis pensamientos y me concentré en lo rostro de la vendedora:

¡No...no es verdad!

—Que milagro niña, bueno, ya no eres una niña, ahora estás hecha toda una señorita.

Cási no lo podía creer, la señora que más daño me ha hecho, estába parada enfrente mío y hablándome como si nada:

—Yo me voy.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó amenazante —quédate callada si no quieres un numerito ahora mismo.

—Ya no soy una niña.

—Pero eres una mujer, así que te quedas. Pasa, apurate.

No podía con ella, solo pude hacerle caso.

Ella comenzó a atender a los clientes mientras yo estaba sentada en el suelo esperando a que terminará si jornada diaria.
Dieron las 7pm, y me pidió que saliera de I mediato:

—Nos vamos.

—Yo no voy a ir contigo a ningúna parte. Si quieres hablar, lo haremos aquí.

—Ahhh nooo, sí vas a ir.

Me agarró la mano y me llevó a la calle.

—Ya no soy una niña tía —dije molesta soltándome de su agarre.

—Pero soy tu familia.

Paró un bus y me hizo subir, así llegué a casa. La casa de mamá. Lo primero que hice al entrar, fué ir a su habitación, quería recordar los buenos tiempos con ella pero mi sorpresa fué grande al ver que no había nada de ella:

—¿Qué es esto tía?

—Ya ya, déjate de tonteras —me dijo sacándo una llave y acercándose a la puerta.

—¿Que haces?

—Me aseguraré que no te largue.

—¡No tía, ábreme porfavor! ¡No me hagas esto de nuevo, porfavor!

Caminé por toda la habitación, intentando buscar algo para poder salir pero fué en vano, allí no había nada.
Pasaron así dos, tres y cuatro días sin comer y sin beber, no tenía mucho conocimiento de donde me encontraba realmente:

—Se terminó el castigo— oí la voz de mi "secuestradora".

Al sentir que la puerta se abría, quise salir corriendo pero no tenía fuerzas ni para ponerme de pie.

—Es ella Sr. Urtiaga.

Habló ella y dejó entrar a un hombre, quizá de unos 60 años vestido con un terno negro.

—¿Qui-quién ese señor tía?

—Ella trabajará para mí —dijo aquel viejo dándole dinero a mi tía.

—¿Qué haces?

—Tú vales diez mil, puede llevársela.

No lo pude creer, ella lo hizo de nuevo.
El señor de terno se acercó a mí y me levantó del suelo:

—Suélteme, no me toqué.

Mis esfuerzos eran en vano. Era cómo si quisiera jalar un auto yo sola, no tenía fuerzas para nada, ella planeó todo. Hizo que me debilitar para que no pueda defender. El señor me obligó a ponerme de pie y a avanzar, pasé al lado de mi tia en busca de una mirada de compasión pero solo me miraba con desprecio mientras esbozaba una sonrisa de victoria.

Luchaba con las pocas fuerzas que tenía para evitar que ese hombre me suba a su auto pero no podía. Lo logró.

¡No quiero sufrir más!

Luciana... *(terminada)*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora