Capítulo 25

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Brisa.

Llevaba ya una semana en el hospital. Trabajaba y dormía aquí. Por el día operaba y en mis descansos iba a ver a Privel y por la noche dormía junto a su cama deseando que se recuperara rápido.

Privel se había despertado hacía dos días, pero no empleaba palabra. No hacía ruidos y tampoco movía su cuerpo. El único músculo que lograba mover era el de los párpados.

Mamá le había hecho todos los análisis y pruebas necesarias porque el tener un derrame cerebral su estado neuronal había sido afectado. Todas las nociones cognitivas y musculares estaban alteradas.

Eso era el resultado de una sobredosis de drogas.

Estaba en cuidado intensivos y tenía un gran número de médicos y enfermeras a su lado para una estupenda recuperación.

Al menos, ya sabía que estaba despierto.

Él me miraba a veces y yo le hablaba de cualquier cosa para que me entendiera.

– Tienes suerte de no tener muchas secuelas neuronales, mi amor – recuerdo haberle dicho.

Los días pasaron y logró articular sonidos y palabras sueltas. Le costó dos semanas hablar con claridad, aunque con pausas para respirar y pensar.

Era normal ya que su cerebro estaba intentando recordar todo lo que había olvidado. Es más, seguramente los primeros días que estaba consciente no recordaba quienes éramos los que estábamos a su alrededor, pero al no poder hablar no puedo decirlo en alto.

Yo había hablado con los psiquiatras que estaban preparados para internar a Privel en un centro de rehabilitación. No es que estuviera "loco", pero ellos eran los encargados de conductas adictivas en el hospital y confiaba mucho en su criterio.

Necesitaba que Privel se pusiera bien y lograra superar su adicción con profesionales y personal que supiera como tractarlo.

Eso había ocurrido antes. Ahora es distinto

Desde su ingreso, han pasado tres semanas y por suerte para mí, ya habla y anda con bastón. Eso es lo más importante a día de hoy.

Estoy esperando en el pasillo mientras él habla con los psiquiatras. Están explicándole el procedimiento de rehabilitación y supongo que él estará haciendo sus preguntas.

Cuando salen, se despiden y entro esperando que haya aceptado. No lo puedo obligar a hacerlo porque eso ya es un factor para no recuperarse. Debe de estar a favor de mejorar para que todo vaya bien.

– ¿Y bien?

Está sentado sobre la camilla, mirándose las piernas. A veces siente hormigueo por ellas y aunque es algo normal en pacientes que han sufrido tanto, él suele preocuparse.

– Voy a hacerlo.

Alegría empieza a correr por mis venas, pero intento controlarme.

– ¿El que?

Quiero asegurarme. Quiero escucharlo decir por su boca. Quiero ver su reacción.

– Voy a ir a rehabilitación, pero...

– No hay peros – me quejo.

Acorto la distancia y me siento a su lado, dándole la mano.

– Tienes que darlo todo para recuperarte.

– Voy a darlo todo. El doscientos por cien, si hace falta.

Lo abrazo llena de euforia y él pasa su brazo por mis hombros para acércame más.

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