Capítulo 23

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Privel.

No la comprendo.

No entiendo porque tiene que ser tan difícil.

La vuelvo a llamar. Es la cuarta vez que la llamo y la cuarta vez que no me contesta.

– No te va a contestar – me dice Antílope.

Han pasado dos horas desde que salió por la puerta.

– ¿Qué?

– Mi hermana no te va a contestar. Estará horas enfadada y luego volverá para terminar la discusión.

¿Y esa necesidad de hacerme sufrir?

– ¿Por qué?

– No lo sé. Es así – se encoje de hombros.

Le señalo la hoja de deberes que debe de terminar.

– Pues yo prefiero hablarlo en el momento porque si no empiezo a darle muchas vueltas a la cabeza y me monto películas...

– A Brisa le gusta desaparecer... si se quedara diría cosas de las que después de arrepentiría. Siempre ha sido así – parece pensar durante un momento – Recuerdo cuando discutía alguna vez con... bueno con su exnovio, y hasta que no lo veía rogar y suplicar no lo perdonaba.

– Eso es cruel.

¿Con su exnovio? Nunca me ha hablado de él.

– Y tanto que lo es... pero cada persona afronta sus enfados de distinta forma – hace la última multiplicación y me entrega la hoja – Creo que lo hace para que nadie la vea mal, ni decaída ni débil.

Estoy unas horas más con Antílope y al final la acuesto a dormir. Aunque ella quiera quedarse para esperar a su hermana, no es bueno que una niña esté despierta por la madrugada.

Consigo acostarla en la cama y entrecierro la puerta de su habitación para estar alerta. A ella no le gusta la oscuridad completa, por eso dejo que entre un poco de luz.

Me vuelvo a tumbar en el sofá y agarro el móvil. Todo Instagram y Twitter está lleno de la foto de Brisa con el pelo deshecho. Portales y revistas de cotilleo la han publicado como noticia. Es imposible borrar una fotografía del ciberespacio.

Soy imbécil.

Brisa tenía razón al enfadarse porque la he cagado. Es lo que ocurre conmigo, que siempre termino estropeando todo.

Es que no puedo ser...

La puerta del apartamento se abre y veo entrar a Brisa. Lanza su abrigo sobre el perchero y me mira. No veo ningún tipo de expresión en su rostro y creo que eso es lo que más miedo me da.

Abro la boca para hablar.

– No hables.

– Pero... – no me da tiempo a decir más porque callo cuando se acerca a mí.

– Cállate y déjame hablar porque juro que estoy al borde de la locura – se sienta en el sillón – Entiendo que tengas redes sociales porque vives de tu imagen, pero yo no y por eso mi vida la decido yo. No tengo redes sociales porque no quiero que haya fotografías de mi día a día por la red. Yo vivo de la imagen que tengo como cirujana y no me agrada que pueda haber fotos mías que puedan influir en futuras entrevistas de trabajo.

Mantiene su mirada al frente sin mirarme. Yo soy el único que busca sus ojos.

– Tampoco quiero que la foto quiero que la foto que has subido se quede navegando en la red ni mucho menos que los reporteros la utilicen para investigar sobre mí y mi familia...

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