Larga vida al amargo y oscuro siglo XXI.
Aunque no me arrepienta de haber trabajado para Dandelion co., ruego por misericordia. Pido unas últimas palabras de consuelo, una pobre alma que pueda brindarme paz, porque para mi desgracia, el asfalto frío bajo mi espalda comienza a sentirse sucio.
Los monstruos caminan por las calles como seres civilizados, y me siento enorgullecida de mostrar a todos su existencia, pero lo que más me causa satisfacción es el hecho de que nadie podrá hacer nada mientras toman las ciudades grises junto con los de rojo.
Sé que incluso ellos me están observando con asco y desprecio pero, ¿qué es lo que saben para tratarme de esa forma? Lo único que murmuran es que soy la dueña de una vida desequilibrada como nuestro ambiente y con la alegría extinta como las aves de plumas carmesí. Acabo de recordar, para mi mala suerte, que el último ejemplar de cardenal murió cuando cumplí diez años.
Lloré al oír la noticia ese día, porque mi abuela solía decir de forma profética que si las aves rojas dejaban de cruzar el cielo, un horrible final iba a tocar la puerta, pero ahora nada importa. No importa que ya sea imposible cambiar el destino de esta roca muerta, no importa si lloro hasta quedarme sin lágrimas o mantengo una inmensa sonrisa en el rostro. Es tarde para dejar la indiferencia, por desgracia.
El tiempo ha muerto desde el 2043, o quizá desde 2015. La incertidumbre es lo único que ha acompañado los últimos años. El planeta entero quedó sumido en un caos mayor, y aunque tuve una bienintencionada promesa de remediarlo, nada cambió en mis manos.
Nadie debe tener el cabello más abajo de los hombros ni salir a la calle sin una sombrilla oscura porque, como las noticias nos muestran, han muerto mujeres y niños sofocados después de salir de su casa, quizá omita lo horribles que nos hemos vuelto. No ha cambiado nada desde hace décadas, es un horror pero no tengo la culpa, la generación Beta se manchó de sangre.
Somos las consecuencias lo que han hecho, el asesinato despiadado de la tierra es su mayor logro. Es mi visión como una desgraciada más entre millones, aún así, nuestros ruegos no van a lograr nada. La única esperanza de la humanidad es la base lunar conocida como Selenita, pero vamos a morir antes de poder llegar todos. En el 2031 Johan Custer, mi héroe de la infancia y modelo a seguir, creó una máquina capaz de desviar la radiación solar. Durante esos años las medidas fueron muy drásticas para todos. Mark Lowell impuso la reforma que obligó a todos para que dejaran al planeta en paz, hasta que la creación se averió, desde ese entonces, muchas mentes decidieron inventar cosas nuevas que fueran capaces de curar las heridas que el mismo desarrollo causó.
Esto es tan sólo lo que sabemos, las cosas que yo también sabía. Quedan registros de una pandemia en el 2020, a partir de esos años la tecnología daba pasos agigantados, pero al correr tropezaron con la piedra del cambio climático y la autodestrucción, pero no soy historiadora, soy una científica "loca" o el terror de la humanidad, como un hábil periodista quiso referirse a mí.
Cuando todo tenía un poco más de paz conmigo y mi mayor preocupación era llevar unos libros que había tomado en préstamo, cambiaron a la señora Janneth por un nuevo bibliotecario, a quien estaba buscando. Solía llevarme al menos diez libros a la semana y leerlos de principio a fin, esa pila me impidió ver que había alguien más en frente. Caímos ambos, entonces me levanté y le ofrecí mi ayuda.
—¡Qué despistado soy! —Comenzó a recoger los libros del suelo, también recogí los que llevaba—. Perdona.
Era un muchacho delgado, de ojos verdes y anteojos, cuando se acercó a mí tuve algo de miedo, esperaba que me llamara estúpida o bicho raro, todos los muchachos hacían eso, pero él permaneció tranquilo.
—Fue mi culpa. Tengo qué devolver esto pero choqué contigo, perdóname también.
—¿Necesitas devolverlos? —me interrumpió—. Soy el nuevo bibliotecario.
—Sí, muchas gracias, de hecho te estaba buscando, ¿cómo te llamas?
—Newel Townsend, ¿y tú? —Extendió su mano y la tomé con delicadeza.
—Julieth Amaya Payne. —Sonreí un poco. Su nombre me pareció fuera de lo común, pero no me atreví a decirlo justo cuando era la única persona con la que hablaba desde hacía tres días, debía disimular.
—Creo que mamá me habló de ti, no nos vendría mal conocernos, voy a estar durante algunos meses en su reemplazo.
—¿Qué ocurrió con ella? —indagué.
—Me dejó a cargo porque está enferma de la vista otra vez. —Había cierta tristeza en su mirada, pero luego se borró, acomodamos todo y marcó los recibidos.
—Gracias. Tal vez debería pedir otros en préstamo. ¿Me recomendarías alguno que no haya leído ya?
Esa tarde la pasó buscando todo mi historial, quedó sorprendido con el hecho de que había leído casi toda la biblioteca en dos años. Hizo varios chistes trayendo unos libros infantiles, de dibujitos e historias ridículas, al final, me convenció para quedarme con uno, lo intenté esconder en lo más profundo de mi bolso, podía ser un pecado mortal ante ellos, ojalá hubiese podido ocultarle a él que vivía atada a todo lo que dijera Dennisse Payne y que no escaparía, las cosas habrían sido diferentes.
Al salir, divisé a mi tía, esperaba por quitarme el aire que respiraba cuando nadie me estaba controlando, la ignoré todo el camino y empecé a recordar todas mis responsabilidades. Me causaba alegría romper las reglas, pero no me quedaba tiempo para pensar demasiado en ello. Hablaron del tráfico cuando eran jóvenes mientras los edificios destruidos y el cielo grisáceo podían divisarse a través de los cristales del automóvil. Ha sido aburrido oír a la gente mayor hablar de los tiempos que vivían, restregándonos en la cara que pudieron disfrutar un mundo mejor, ¡maldita sea!
Somos una desgracia para el mundo sólo por nacer, nos enseñan a ser unos depresivos y vacíos obligados a hacer lo que nos digan los medios, por eso me siento afortunada de haber nacido en un grupo de gente extraña, una familia extraña, con costumbres extrañas y pensamientos extraños: jamás nos hicieron sentir miserables como a los demás, al menos de niños.
Cuando era pequeña decían que el mundo se podía curar con fe e ingenio, yo creía. Vivía para dejar que la brisa jugara con mi cabello y que en las tardes, cuando no se trataba de un acto suicida, dejaba que el sol calentara mi espalda. Siempre me sentía segura allí, porque nadie me trataba como un fenómeno, era el lugar del que nunca deseé partir, pero ahora ¿qué más da? Está hecho, no hay forma de arreglarlo, me recibirían con el más profundo odio por destrozar todo lo que esperaban, pero a estas alturas es lo primero que suelo ignorar.
¡Los monstruos del gobierno vienen a mí!
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Jardín de rosas negras
Science FictionEn un mundo marchito por la contaminación, la frase "el fin justifica los medios" toma un mayor peso. Aunque la humanidad ha intentado llevar con calma esta etapa terminal de su existencia, algunos otros desearon cambiar su crudo destino sin importa...