• X (Parte I) : "La venganza es el mayor placer de nuestros dioses, mi Ran"

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— Sientelo

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— Sientelo... — Ran movió la mano de su esposo, el temido Ivar The Boneless, quien la mantenía con suavidad sobre el vientre de ella, esperando con ansias, sentir como su pequeño bebé pateaba debajo de la piel de su madre. Los meses habían pasado y el pequeño bebé había crecido sin medida dentro del cuerpo de la ex esclava. — Justo allí. ¿Lo sientes?

El rey se había quedado sin palabras. Pudo sentir no una, sino dos patadas bajo el tacto de su mano, dejándolo totalmente mudo.

— Entonces... — sonrió, con la emoción atrapada en su garganta, — Esas fueron sus piernas, ¿no es así?

Ran le devolvió la sonrisa y asintió, sintiéndose emocionada por ver la alegría de su esposo. Elevó su mano y acarició el rostro de Ivar, llamando su atención. — A mi no me importa que no pueda caminar, Ivar. Es nuestro hijo, nuestro heredero. No importa su aspecto.

Él tragó saliva y esquivó su mirada — No quiero que sufra lo que yo sufrí.

— Todos sufrimos a nuestra manera, mi amor. Mi vida no ha sido fácil. Sin embargo, jamás odié la vida.

— Eres hermosa. Demasiado hermosa, Ran.

Ran siseó y acercó su boca a la de su esposo, besándolo suavemente. Se alejó de él y carcajeó, mientras se dejaba caer sobre las pieles de su cama. — ¿Que sucederá si es una niña?

— ¿Una niña? ¿Así de loca como tú? — Se ganó una pésima mirada de su esposa e imitó su acción acostándose justo a su lado. Giró su rostro y enfrentó ese verde y azul que tanto lo cautivaba día a día. — La amaré exactamente igual que lo hago contigo, esposa mía.

— Pero será varón. — contestó con seguridad. — Yo lo sé.

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La muleta de hierro de Ivar resonaba con eco a través de los pasillos del gran salón. Su rostro se veía afligido y enojado, tal y como siempre se mostraba el muchacho antes de casarse. Caminaba con lentitud mientras dos escoltas estaban a su par, preocupados por la situación que se avecinaba.

— Repite lo que viste. — ordenó.

— Barcos, mi rey. Ninguno de nosotros pudo distinguir de donde venían ni quienes eran, solo los vimos llegar y antes que tocaran tierra, sus flechas llegaron a nosotros.

— Un ataque...— murmuró con su vista perdida en la nada, una vez que pudo sentarse en su ansiado trono.

— No lo quiero contradecir, mi rey, pero eran solo tres barcos. ¿Quién podría ser capaz de querer atacar Kattegat solo con tres barcos? — cuestionó razonable uno de los guerreros. — Además nuestros hombres están preparados...— pero Ivar no los dejó continuar.

— ¿Nuestros hombres? — dejó escapar una risa seca y negó con su cabeza. — ¿Esos que no pudieron combatir tres barcos en la noche? No. Esos hombres como tú dices, no son de mi confianza. — cambió la posición de su cuerpo y se mostró erguido ante los guerreros. — Debo proteger a mi pueblo, a mi esposa y mi hijo. Quiero que refuercen la seguridad de los alrededores del gran salón y quiero que cuiden a mi reina todo el tiempo. — tomó aire y tragó saliva. Un mal presentimiento crecía en él. Había movimientos que no entendía y eso no le agradaba.

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Entretenida con el nuevo telar, los ojos desiguales de Ran miraban atentamente como tres nuevos guardias se posicionan en la puerta de sus aposentos. Elevó una de sus cejas al sentir lo rodeada que se encontraba. Con un pequeño quejido escapando de su boca, se puso de pie, ubicando ambas manos en su vientre. Éste ya se encontraba notablemente abultado y faltaba muy poco para que el nuevo heredero llegara al mundo.

Caminó hasta el límite de su habitación, donde los guardias le impidieron seguir su camino.

— Muévete.

— Usted no puede salir de aquí, mi reina. Kattegat está bajo alerta. Usted debe quedarse aquí...encerrada.

Ran frunció su ceño al oír esa palabra salir de la boca del guardia. Una mal presentimiento crecía en ella, y Ran era demasiado inteligente como para darse cuenta que algo no andaba bien.

— ¿Donde está Ivar?

— En el muelle, mi reina. Está...—

— ¿Solo?

— No, eso jamás, mi reina. — No le agradaba. El tono de voz que usaba ese guerrero no le gustaba para nada a la muchacha. — Ivar jamás está solo. — cuando intentó caminar, el guerrero posó su mano sobre el delgado brazo de Ran, asustandola u provocando que ésta se liberé bruscamente de su agarre. — Debemos cuidarla, mi reina. Debe quedarse aquí, encerrada y cuidada por nosotros.

Ran rió sarcástica y comenzó a caminar importandole poco las advertencias. Debía buscar a Ivar; estando con él era el único momento donde se sentía cuidada y realmente a salvo.

Sus manos abrieron con violencia las puertas del gran salón, mientras sus ojos buscaban ansiosos ver la figura de Ivar. La noche no la ayudaba. Todo estaba oscuro y su mal presentimiento la había puesto más nerviosa de lo normal. Mientras sus pies se movían con la rapidez que su peso le daba, sintió, repentinamente, como unos brazos gigantes la tomaban por sus hombros y la golpeaban con violencia contra una pared contigua al muelle. Intentó gritar, pero rápido la mano de aquel hombre la enmudeció.

Sus ojos se soprendieron al verlo, claro, lo reconoció al instante.

Esa mirada estaba aún más cargada de odio a la última vez que lo vió. Esa sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro de una manera vil y cruel, demostrando que nuevamente tenía poder sobre ella.

— Así que tú me dejaste en la ruina y ahora eres reina, mi pequeña niña esclava... ¿Pensabas que no volvería por ti?

La voz de Hakok, su dueño, su propio padre, aquel hombre que no le permitió ser libre y juró vengarse, inundaba sus oídos y atemorizaba el total de su cuerpo.

Se heló.
Se congeló.
Su cuerpo se estremeció y su voz se escapó en cuanto vió el odio rencor que cargaba su mirada.

— ¿Seré abuelo, Ran? — sonrió sarcástico y negó con su cabeza mientras que, con su mano libre, tomó el cuchillo que colgaba de su cintura. — Pues ni tú ni ese maldito engendro verán el amanecer, mi pequeña ladrona...

Intentó hablar, y ese esfuerzo logró que Hakok esboce una sonrisa burlona y bajara apenas la mano de la boca de Ran para oírla.

— Jamás aceptaste dejarme libre. ¿Por qué volver a arruinar mi vida, Hakok?

— Tú arruinaste la mia.

— Ivar te llenó de tesoros. Tienes lo suficiente como para morir rodeado de oro. ¿Por qué matarme sabiendo que Ivar tarde o temprano te asesinará?

Hakok lamió sus labios y acercó su boca al oído de la atemorizada joven para susurrar. — La venganza es el mayor placer de nuestros dioses, mi Ran. Y Ivar lo sabe mejor que yo.

Y con impunidad y resentimiento, clavó el cuchillo dos veces consecutivas en las costillas del lado derecho del cuerpo de Ran, provocando un agudo grito de dolor de la reina. Hakok se alejó de ella, dejándola caer al suelo y sonriendo victorioso al verla agonizar frente a sus ojos a quien fuera la única heredera de su sangre. 

— ¡Reina Dalhia!

Dos hombres se abalanzaron sobre el cuerpo de Hakok, haciéndolo rodar por el suelo, mientras aún reía como un demente. En menos de un suspiro, los verdaderos guerreros fieles a Ivar aparecieron, llevándose a Ran entre sus brazos, quien a esa altura, sangraba más de lo que podía respirar.

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Ivar mordía sus uñas consumido por los nervios y el odio. Las mujeres que se encontraban con su esposa ya le habían anticipado que las heridas de Ran eran de suma gravedad y que era muy poco probable su curación.
Hakok había sido encarcelado junto a los guerreros que lo ayudaron. Media docena de ellos se habían vendido a Hakok por un poco de oro y no fue difícil para él acceder a Ran.

El vikingo se creía superado, pero saber del éxito de la vida de Ran lo enloqueció al punto de no importarle de su futuro con tal de poder vengarse.

The Gods Destined Us  • Ivar The Boneless •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora